lunes, 15 de febrero de 2010

LA MAQUINARIA TEATRAL

LA MAQUINARIA TEATRAL

En una entrevista de 1990, Fo reflexionaba sobre esa época, y a la pregunta: “¿Es necesario hacer política con el teatro?”, contestaba: “Pues claro. Creo que en todo el gran teatro, el que ha llegado hasta nosotros, ha habido siempre un discurso político y social, tendiente a estimular el interés, la participación, la solidaridad…o la indignación”. En resumen, tomaba postura, colocándose a menudo como acusaciones contra ciertos modelos o actitudes de la sociedad, desde el teatro griego hasta el teatro más cercano a nosotros, incluyendo a Shakespeare y a Moliere. Más adelante: “Tomemos “Muerte accidental de una anarquista”, considerando, o más bien catalogando como un ejemplo clásico de teatro explícitamente político. Si, esta la instrucción realizada sobre un accidente ocurrido en la jefatura de policía, el famoso “vuelo” por la ventana de un anarquista. Tal vez un delito, un delito de Estado, un asesinato que torpemente se intenta presentar como un suicidio. Pero la clave de la historia se sitúa en una historia de diversión, por que para provocar el juego cómico, además de satírico, elegimos el personaje de un loco, un maniaco de los disfraces que, mediante la lógica de la paradoja más enloquecida, trata de destruir la lógica de los “mentes sanos”. Y así ocurre que los auténticos locos resultan ser “normales”. ¡Locos y criminales, además! Este juego de lo grotesco de la paradoja, de la locura se sostendría perfectamente incluso sin discurso político. Tanto es así, que algunos directores – que Dios los confunda – preocupados de montar una pura diversión, han eliminado la indicación realista del conflicto, han expresado el juego cómico hasta apayasarlo, y al fin han conseguido una especie de “pochade” surrealista, donde la gente se parte de risas y sale del teatro bien liberada de toda indignación. Eso ocurrió en un famoso teatro de Broadway, donde el discurso político había sido literalmente asesinado. Pero la maquinaria teatral se mantenía de todos modos. Y el critico del “New York Times” comento: “En esta comedia hay dos asesinatos: el primero, y el más evidente, el del texto”.

Pongo este ejemplo para subrayar que, en efecto, nosotros insistimos en el compromiso, en la denuncia, pero sin olvidar jamás la esencia del teatro, que es la diversión, el juego de las situaciones dramáticas y cómicas. Concientes de que si no funcione la maquinaria teatral, con todos sus ingredientes de espectáculo, tampoco funciona el discurso político, y todo se reduce a un panfleto tedioso e insoportable.

Y de hecho, “Muerte accidental de una anarquista” es tal vez el texto de Fo de mejor construcción dramaturgia. Para empezar, utiliza un artificio general, que explica claramente el prólogo: para contar la historia de Pinelli (1969), crea un doble filtro diciendo que “se hablara del anarquista Salcedo, que cayo del piso catorce de la jefatura de la policía de Nueva York en 1920”, pero para hacerlo mas verosímil, se pondrá que ocurra “ahora, en cualquier ciudad italiana… Por ejemplo Milán”. Y en segundo lugar, el gran hallazgo de la obra, el personaje múltipla del loco, el clásico “Fool”, tan presente en el teatro de Fo, aquí efecto de “histriomanía”, que, como en Shakespeare, se escuda en su aparente locura para, rehuyendo la lógica policial, expresar verdades que de otro modo no podrían decirse. En ese personaje ha dado Fo rienda suelta a todas sus capacidades transformistas, al componer con parches, ojos y manos postizas, barbas y demás trucos tradicionales de maquillaje, los diferentes personajes, sin olvidar una soltura y habilidad actoral que entronca con la comedia dell’Arte.

Para terminar, una breve reflexión sobre la oportunidad de este texto a los 25 años de su escritura. Es cierto que ha cambiado la situación política no sólo en Italia, pero tan cierto y preocupante es que las tentaciones fascistizantes, lejos de desaparecer, vuelven a manifestarse en la democracias Europeas. Por otro lado, el terrorismo de Estado sigue siendo una turbia amenaza, que opera con métodos tal vez más sofisticados y sutiles, pero no menos eficaces. Tal vez un posible anacronismo vendría, más que la denuncia política, de ciertas tentaciones panfletarias, hijas del momento histórico, sobre todos en los largos monólogos del loco. Por ello creo que en le caso de un nuevo montaje, el texto requeriría ahora un trabajo de dramaturgia y de “Peinado” de cierto lenguaje. Pero para su nueva edición, algo aligerada y revisada sobre toda la terminología jurídica, ha preferido respetar de todos modos su escritura original, dejando incluso el primer final, ya que existió otro en el que el loco no cae por la ventana, sino sobrevive y se marcha para divulgar las cintas. El primero me sigue pareciendo al más ambiguo – no equivoco – y por lo tanto, teatralmente más rico.


Carla Matteini, Abril 1996

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