lunes, 29 de marzo de 2010

LOS MARTIRES DE CHICAGO

SAMUEL FIELDEN

Nació en Todmorden, Lancashire (Inglaterra) en 1844; pasó su juventud trabajando en los talleres, y entrando en la edad de la razón, se recibió de Ministro metodista. Fue después nombrado superintendente de las escuelas dominicales de su país natal. En 1864 pasó a Nueva York y trabajo en algunos telares. Al año siguiente se trasladó a Chicago, y desde esa fecha trabajó como jornalero. Ingresó en la Liga Liberal en 1880, donde hizo conocimiento con Spies y Parsons; se declaró socialista y fue uno de los miembros más activos de la Asociación Internacional de los Trabajadores. Era un gran orador y pensador profundo.
DISCURSO:
(Fielden pronunció un discurso muy extenso, por cuya razón no haremos un extracto tan completo como desearíamos, y aún le daremos forma distinta de la dada a los demás a fin de compendiar mejor cuanto dijo).
Empezó recitando una poesía del escritor alemán Freiligrath, titulada La Revolución, y se defendió elocuentemente de que se pretendiera acusarle de revolucionario. En cuanto a juzgarle delincuente por profesar las ideas anarquistas, apeló a la constitución del Estado y sobre todo al derecho natural, superior a todas las constituciones, para pensar libremente, y demostró que era un absurdo condenarle por defender la anarquía y la revolución. La historia de todos los pueblos prueba que toda idea nueva fue y es revolucionaria, y que no se mata la idea suprimiendo a los defensores. Descartados estos dos extremos, dice:
Llegué a los Estados Unidos en 1868. Estuve primero en Ohio y vine a Chicago en 1869. Hay en Chicago bellos monumentos que evidencian un progreso, y es difícil que paséis por una calle donde yo no haya producido algo con mis propias manos. Y por ello he de recordaros que cuando tratasteis de acusarnos lo hicisteis afirmando que nosotros habíamos procurado vivir sin trabajar a costa de las gentes sencillas. El único que después pudo poner en claro este asunto fue Zeller, secretario de la Unión Central Obrera, y cuando se le preguntó si habíamos recibido dinero por hablar y organizar secciones en la Asociación, este hombre, que era traído al proceso para prevenir al pueblo contra nosotros, porque no hay nada que perjudique tanto a un individuo como la prueba de que obra por interés, y es por tanto un mercenario despreciable; cuando llegó el momento, repito, en que este hombre podía declarar la verdad, en que hubiera podido confirmar la acusación, si fuera cierta, cada uno de los que estábais interesados en probarnos aquel hecho os opusisteis a que hablara y aturdisteis la sala con el ruido producido con vuestros zapatos. Nosotros somos juzgados por un jurado que nos cree culpables. Ahora seréis vosotros juzgados por otro jurado que os cree a su vez culpables también.

Y hablando del socialismo decía:
Hallándome en un estado o disposición investigadora y habiendo observado que hay algo injusto en nuestro sistema social, asistí a varias reuniones populares y comparé lo que decían los obreros con mis propias observaciones. Yo reconocí que había algo injusto: mis ideas no me hacían comprender el remedio, pero me condujeron a su determinación con la misma energía que me había llevado hacia aquéllas, años atrás. Siempre hay un periodo en la vida individual en que tal o cual sensación simpática es agitada o sacudida por cualquier otra persona. Aun no bien se ha comprendido la idea, y ya se está convencido de la verdad respondiendo a aquella sensación simpática por otro producida. No de otro modo me ocurrió en mis investigaciones sobre la economía política. Sabía cual era el error, la falsedad, mas no conocía el remedio a los males sociales; pero discutiendo y analizando las cosas y examinando los remedios puestos en boga actualmente, hubo quien me dijo que el socialismo significaba la igualdad de condiciones, y esta fue la enseñanza. Comprendí en seguida aquella verdad, y desde entonces fui socialista. Aprendí cada vez más y más; reconocí la medicina para combatir los males sociales, y como me juzgaba con derecho para propagarla, la propagué. La constitución de los Estados Unidos cuando dice: El derecho a la libre emisión del pensamiento no puede ser negado da a cada ciudadano, reconoce a cada individuo el derecho a expresar sus pensamientos. Yo he invocado los principios del socialismo y de la economía social, y ¿por esta y sólo por esta razón me hallo aquí y soy condenado a muerte? ¿Qué es el socialismo? ¿Es tomar alguno la propiedad de otro? ¿Es eso lo que el socialismo significa en la acepción vulgar de la palabra? No. Si yo contestara a esta pregunta tan brevemente como los adversarios del socialismo, diría que este impide a cualquiera apoderarse de lo que no es suyo. El socialismo es la igualdad; el socialismo reconoce el hecho de que nadie socialmente es responsable de lo que es; de que todos los males sociales son el producto de la pobreza; y el socialismo científico demuestra que todos debemos evitar y combatir el mal dondequiera que se encuentre. No hay ningún criminalista que niegue que todo crimen en su origen es el producto de la miseria. Pues bien; se me acusa de excitar las pasiones, se me acusa de incendiario porque he afirmado que la sociedad actual degrada al hombre hasta reducirlo a la categoría de animal. Andad, id a las casas de los pobres, y los veréis amontonados en el menor espacio posible, respirando una atmósfera infernal de enfermedad y muerte. ¿Creéis que estos hombres tienen verdadera conciencia de lo que hacen? De ningún modo. Es el producto de ciertas condiciones, de determinados medios en que han nacido, lo que les obliga a ser lo que son y nada más que lo que son. Os lo podría demostrar aquí con mil ejemplos.

La cuestión social es una cuestión tan europea como americana. En los grandes centros industriales de los Estados Unidos, el obrero arrastra una vida miserable, la mujer pobre se prostituye para vivir, los niños perecen prematuramente aniquilados por las penosas tareas a que tienen que dedicarse, y una gran parte de los vuestros se empobrece también diariamente. ¿En donde está la diferencia de país a país?

Habéis traído a los reporteros de la prensa burguesa para probar mi lenguaje revolucionario, y yo os he demostrado que a todas nuestras reuniones han acudido o han podido acudir nuestros adversarios para demostrar la falsedad del socialismo; que a nuestros mítines hemos invitado a los representantes de la prensa, de la industria y del comercio, y que casi siempre han dado la callada por respuesta; y, en resumen, os digo que un reportero es un hombre que no depende de sí mismo, que no es libre, que obra a instigación ajena, y lo mismo puede acusarnos de un crimen que proclamarnos los más virtuosos de todos los hombres. Es más; todas las reuniones convocadas por el Grupo Americano fueron de controversia. Un ciudadano de Washington que aquí vino a combatirnos en 1880, nos ha escrito repetidas veces ofreciéndose a declarar que nuestras reuniones no tenían por objeto excitar al pueblo a la rapiña, como decís vosotros, sino simplemente la discusión de las cuestiones económicas. Veinte testigos más estaban dispuestos a confirmar lo mismo. Esto era en el supuesto de que se nos acusara en aquel sentido. Pero vimos aquí que de lo que se nos acusaba realmente era de anarquistas, y por eso no vinieron aquellos testigos, porque no eran necesarios.

Defiéndase después Fielden de las acusaciones de conspiración y asesinato, poniendo unas enfrente de otras las declaraciones de los testigos, citando fechas y lugares y probando hasta la saciedad que era un ardiente propagandista de la anarquía, pero no un criminal. Se le acusaba de haber hecho fuego con un revólver a la policía, y probó con los mismos testimonios de los testigos contrarios que era falso; se le acusaba de haber dicho: Ahí vienen los sanguinarios (aludiendo a la policía), cumplid con vuestro deber y yo cumpliré con el mío; y no sólo demostró que no había pronunciado tales palabras sino también que si las hubiera pronunciado no sería suficiente causa para condernale a muerte; se le acusaba de haber dicho: ¡Suprimid la ley!, y a este propósito dijo:

Recordáis que yo pronuncié estas palabras tomándolas de un discurso de Mr. Foran en el Congreso. Y si es verdad, como dice aquél, que nada se puede hacer por la legislación que se supone favorable a los intereses comunales, nada más lógico que aquella frase. No se puede legislar sin herir los intereses de algunos; necesariamente la ley ha de favorecer unos intereses y perjudicar a otros. Si, pues, nada se puede conseguir por medio de la legislación y centenares de hombres reciben un sueldo anual por hacer las leyes, es lógico y natural que la gran mayoría, que no recibe ningún favor de la ley, prescinda de ella, así como ésta prescinde de dicha mayoría. No es, por tanto, una frase terrible la pronunciada por mí. Si no hubiese estallado la bomba de Haymarket, no se le ocurriría a nadie seguramente que aquella frase fuese terrorífica ni mucho menos.

Además no había necesidad de provocar ningún conflicto la noche del 4, pues el mitin había sido pacífico y el lenguaje de los oradores no pudo ser en modo alguno incendiario.

Por otra parte, la constitución no define ni determina cuál es el lenguaje revolucionario y cuál no, y por tanto, no puede condenar este o el otro. Pero si determinara, ¿nos hacéis tan tontos que no lo tuviéramos en cuenta?

Interrumpido el discurso de Fielden por suspenderse la sesión, lo reanudó a las dos de la tarde, insistiendo en sus apreciaciones acerca de las leyes y analizando minuciosamente los sucesos de Mc. Cormicks, así como la propaganda revolucionaria de todos los tiempos y de todas las ideas en conexión con la propaganda hecha por los anarquistas. Y concluyó con un elocuentísimo periodo cuyos párrafos principales son los siguientes:

Si me juzgáis convicto por haber propagado el socialismo, y yo no lo niego, entonces ahorcadme por decir la verdad...
... Si queréis mi vida por invocar los principios del socialismo y de la anarquía, como yo entiendo y creo honradamente que los he invocado en favor de la humanidad, os la doy contento y creo que el precio es insignificante ante los resultados grandiosos de nuestro sacrificio...
... Yo amo a mis hermanos los trabajadores como a mi mismo. Yo odio la tiranía, la maldad y la injusticia. El siglo XIX comete el crimen de ahorcar a sus mejores amigos. No tardará en sonar la hora del arrepentimiento. Hoy el sol brilla para la humanidad; pero puesto que para nosotros no puede iluminar más dichosos días, me considero feliz al morir, sobre todo si mi muerte puede adelantar un sólo minuto la llegada del venturoso día en que aquél alumbre mejor para los trabajadores. Yo creo que llegará un tiempo en que sobre las ruinas de la corrupción se levantará la esplendorosa mañana del mundo emancipado, libre de todas las maldades, de todos los monstruosos anacronismos de nuestra época y de nuestras caducas instituciones.
Del discurso de Fielden puede decirse que fue el análisis minucioso de la burda comedia preparada por los Bonfield, Grinnell y otros de su calaña.

LOS MARTIRES DE CHICAGO

CARTAS DE LA “ESPOSA” DE PARSONS NINA VAN ZANDT.

Yo no conocía a ninguno de los acusados, cuando, durante la comedia llamada juicio, entré en la sala de sesiones. No tenía acerca de los presos más noticias que las que traían los diarios; así es que esperaba ver a unos hombres estúpidos, viciosos y de aspecto patibulario. ¡Cuál no fue mi sorpresa al ver que, lejos de corresponder a esta descripción, eran inteligentes, bondadosos y de aspecto simpático! Empecé a interesarme y comprendí muy pronto que los señores del tribunal, la policía y los agentes de seguridad procuraban que fuesen condenados aquellos hombres no por haber cometido crimen alguno, pero sí por haber tenido participación en el movimiento socialista.
Presa de un sentimiento de horror ante lo que estaba viendo y oyendo, pero animada también por un sentimiento de justicia, resolví colocarme en el sitio de los acusados. Deseosa de mostrarles mis simpatías y de ver en que podía ser útil a esos desventurados, me dirigí, acompañada de mi madre, a la cárcel sombría donde estaban pasando los calurosos meses de verano. Entonces empezaron mis relaciones con Augusto Spies, relaciones que continuaron durante los meses siguientes.
Todas las personas imparciales deben desear que ambas partes sean oídas antes de que pronuncie su fallo la pública opinión. Pues bien; sólo ha sido oída una de las partes, ya que los periódicos se han negado a publicar artículos rectificando muchas de las afirmaciones vertidas en sus columnas. Al presentar este folleto a mis compatriotas abrigo la firme convicción de que harán justicia a los hechos y a las personas. Faltame añadir que sólo cediendo a los ruegos de sus amigos y a los míos ha autorizado Spies la publicación de su autobiografía.
Nina Van Zandt.
P.D.- Desde que ha empezado a imprimirse este libro, y antes de su terminación, ha ocurrido un incidente que necesita alguna explicación, gracias al carácter especial que ha querido atribuirle una prensa degenerada. Mi simpatía por los acusados hizo germinar en mi corazón un principio de amor por Mr. Spies, y poco después sentía por él una intensa pasión. Como amiga encontraba mil obstáculos a mis visitas; para salvarlos resolvimos que yo declararía ser su novia. Pero pronto supe que sólo las esposas tenían el derecho de ver a sus maridos fuera de los días reglamentarios, y por otra parte nos anunciaron que renunciáramos a vernos en distintos horarios de los marcados en el reglamento. Entonces comprendí que se trataba de privar de mis socorros y de mi compañía a los prisioneros y a mi novio, por cuya pérdida se interesaban muchos; desde entonces Spies y yo resolvimos ser marido y mujer ante la ley. Mis padres no se opusieron a mi casamiento que vino a ser, por lo tanto, un asunto que sólo a dos personas afectaba. Pero una cuadrilla de periodistas, valientes bandidos algunos de ellos, se enfurecieron y me insultaron cuando nuestro casamiento fue del dominio público. Aunque hubiese cometido el crimen más horrendo, esos cumplidos caballeros no me hubieran maltratado como lo han hecho.
“Los mártires de Chicago” de Ricardo Mella
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Si yo fuera una niña pobre y extranjera no hubieran dicho una palabra. Pero soy una joven americana, de familia rica y distinguida, que ha seguido los impulsos de su corazón, y por eso soy una loca que tengo la cabeza trastornada por las novelas.
Si me hubiese casado con un viejo vicioso e inválido, pero poseedor de grandes riquezas, esos moralistas me hubieran colmado de alabanzas y muchos de mis hermanos en Jesucristo dirían a sus hijas: Tomadla por ejemplo. He aquí una joven sensible.
Yo prefiero la censura de esa sociedad moral que no puede comprender un verdadero amor, duplicado por la mancomunidad de ideas y por la desgracia. En cambio me enorgullezco de mis nuevos amigos, que son las personas capaces de apreciar un amor puro y desinteresado.
Nina Van Zandt.
Como prueba de que los acusados tuvieron el inefable consuelo de ser comprendidos por los suyos, reproducimos la carta que la madre de Lingg dirigió a éste antes de su muerte.
Dice así:
Yo también como sabes he luchado duramente para tener pan para ti, para tu hermana y para mí misma, y es tan cierto como ahora existo que después de tu muerte estaré tan orgullosa de ti como lo he estado toda tu vida. Declaro que si yo fuese hombre, hubiese hecho lo mismo que tú.
Una tía de Lingg que no tenía hijos y amaba a Luis entrañablemente, escribía también:
Querido Luis: Suceda lo que quiera, aunque sea lo más malo, no te demuestres débil ante esos miserables.
La esposa de Parsons pronuncio estas su sublimes palabras: Si de mi depende que Alberto pida perdón, que lo ahorquen.
Algunos periódicos americanos indicaron la especie de que los presos habían caído en un gran desaliento y que estaban arrepentidos de su crimen.
Las siguientes cartas, muestra elocuente de profundas convicciones y de una energía superior, es el mentis más solemne que puede darse a esa prensa vanal e hipócrita, que falta de toda noción de humanidad, ha aplaudido ahora la ejecución y antes quiso, apuntando la idea del arrepentimiento, demostrar, no tan sólo la cobardía, sino la confesión de crímenes que no existieron sino en la mente de un jurado prevaricador.

LOS MARTIRES DE CHICAGO

FINAL DE LOS MARTIRES DE CHICAGO

En los anteriores documentos se hecha de ver que entre los sentenciados había desde el más templado socialista hasta el más extremoso anarquista. La situación del socialismo, genéricamente hablando, era en Norteamérica, por aquella fecha, próximamente la misma que en Europa en los primeros tiempos de la Internacional. En esta asociación no sólo andaban confundidos socialistas, anarquistas y sindicalistas, sino que también las palabras socialismo y anarquía no implicaban diferencia esencial. Al principio, los mismos demócratas socialistas actuales invocaban la anarquía.

Lo que antes sucedió en Europa, sucedió luego en América.

Así se explica cierta vaguedad y contradicciones de los procesados en cuanto a las doctrinas se refiere, y así también se comprende cómo tan diversas tendencias coincidieron fácilmente en una acción común.

La burguesía y los tribunales americanos tampoco quisieron hacer distingos; a todos condenaron, porque lo que se proponía era aplastar la cabeza a la fiera proletaria.

Los abogados defensores intentaron que la causa fuese repuesta al estado de sumario. Uno de sus principales fundamentos era la declaración de E. A. Estevens, en que se hacía constar que Otis S. Tabor, reputado comerciante de Chicago y amigo íntimo del alguacil especial Rice, había asegurado que éste le dijera en cierta ocasión que todo estaba preparado convenientemente a fin de constituir un jurado de tal modo que los acusados fueran irremisiblemente llevados a la horca. No obstante esto y los sobrados fundamentos de que disponía dicha defensa, no pudo obtener el cumplimiento de sus generosos deseos.
Entonces se apeló al Tribunal Supremo de Illinois, pero fue también en vano.
De todos los países se dirigieron peticiones de conmutación de pena al gobernador de aquel Estado, también inútilmente. El capitalismo había dicho su última palabra.

La situación de los presos era la siguiente:

Lingg sabía que iba a morir y se decidió a perecer con sus carceleros antes que dejarse matar como un perro por sus verdugos. En su celda tenía dos bombas, la una redonda y la otra un tubo para gas lleno de dinamita y trozos de hierro, con una cápsula en un extremo. Al menor choque, explotaba la dinamita, envolviendo a víctimas y verdugos en su efecto destructor. Habíase hecho un registro en su celda y nada se pudo descubrir.

El sábado a la tarde, Engel intentó envenenarse con una botella de láudano que hacía tiempo le había transmitido su mujer, bebiéndose su contenido. El guardián de Engel vióle en la agonía. Se llamó al médico a toda prisa y se le hizo tomar eméticos, obligándole a ir al patio y permanecer en él durante dos horas. Se le volvió a la vida para ahorcarle tres días después.

Se practicaron entonces nuevos registros, y en la celda de Lingg se encontraron cuatro bombas. Sin embargo, Lingg no se dio por vencido. El domingo escribió una carta altanera burlándose de sus enemigos. Volvióse a registrar su celda y no se halló nada.

El 10 por la mañana, el vigilante de Lingg vióle encender un cigarro con una bujía, e inmediatamente oyóse una detonación. Lanzáronse en la celda, llena de humo. Lingg hallábase tendido en el suelo, con la cabeza abierta por largas y anchas heridas y las carnes del cuello levantadas, rota la mandíbula y agujerado el cráneo.

Todavía agonizaba, bañado en sangre. Al cabo de cinco horas de horribles sufrimientos, expiró.

Se había suicidado con una pequeña cápsula de una pulgada de largo llena de fulminato de mercurio. Un diminuto tubo cubierto con cebo, fácil de ocultar en la palma de la mano, le había dado la muerte. Otros tubos semejantes fueron hallados en su celda. Sin duda estaban destinados a sus compañeros de prisión.
¡Era un héroe!

No han podido ahorcar a Lingg los buitres capitalistas. La memoria de aquel joven vivirá en todos los nobles corazones, recordando cómo un hombre que paga con la vida, sabe burlarse de sus verdugos hasta con la muerte.

Neebe empezó a cumplir su condena de quince años de reclusión.

Schwab y Fielden habían sido indultados de la pena de muerte y recluidos a perpetuidad.

Cuando Fielden y Schwab supieron que les había sido conmutada la pena, la tristeza se apoderó de su ánimo y repitieron que preferían la muerte instantánea a la muerte lenta.

En la cara de Fischer y Engel no asomó muestra de la más pequeña impresión. Spies declama una enérgica arenga contra los asesinos. Engel conversó toda la noche del día diez con el guardia, contándole historietas y propagándole la anarquía. ¿No teméis la muerte?, preguntaba el guardia. Ya lo veis, respondió Engel. Lo mismo que Fischer, tenía Engel el sentimiento de no haber podido hacer lo que había hecho Lingg. Parsons también conversó toda la noche, y cuando no podía, cantaba o se paseaba.

Spies rechazó al cura metodista que le envenenaba los últimos momentos de su vida.

Voy a rogar por vos -dijo el cura.

Rogad por vos, si creéis útil perder el tiempo en eso -respondió Spies-. Después se puso a escribir y luego a conversar con sus dos guardias nocturnos sobre la anarquía, la lucha social y la farsa de los tribunales.

Durante este tiempo el ruido de los martillos anunciaba que en el patio estaban levantado el cadalso.
Todos los acusados han oído perfectamente este ruido -dijo el telégrafo-, pero nadie pareció afectarse.

Al aproximarse el día todos se durmieron profundamente. Cuando se levantaron se dedicaron a escribir y a responder a los numerosos telegramas que recibieron de muchas partes. Engel, visitado de nuevo por el pastor metodista sostuvo con él una discusión teológica. Fischer contó a su guardián que había soñado con su casa de Alemania y que había vuelto a la edad de la infancia, teniendo en su cerebro todos los recuerdos de la niñez.

Mientras tanto, se había levantado en el patio cuatro horcas y los verdugos ensayaban la nueva trampa.

En la cárcel se presentó la esposa de Parsons con sus dos niños y la señorita Holmes.

Solicitó de todo el mundo una última entrevista con su marido y por todos le fue negada. Entonces, viendo a sus niños ateridos de frío y con lágrimas en los ojos, suplicó que los condujeran a la celda de su padre para que les diera el último beso. ¡También esto le fue negado! Resueltamente penetró en la cárcel gritando: ¡Matadme con él! La respuesta fue encerrar a las dos mujeres y a los niños en una habitación desde donde les dijeron que lo verían pronto.

Los guardianes de la cárcel intentaron convencer a Miss Holmes de la necesidad de que llevase a su casa a la compañera de Parsons. Y porque protestó y se negó a hacerlo, se le trató brutalmente, encerrando a todos, incluso a los niños, en celdas de piedra, donde permanecieron hasta las tres de la tarde.

La prensa burguesa dijo que se las había detenido por desacato a la autoridad y por arengar al pueblo, asegurando que se las había tratado muy bien, cuando no se les ofreció ni un vaso de agua y se tuvo la crueldad de anunciarles a las doce próximamente que todo había concluido.

Entretanto había llegado el momento fatal para los condenados.

Fischer entonó La Marsellesa y sus compañeros le contestaron desde sus celdas cantando el himno revolucionario.

A las once y cincuenta minutos se les vino a buscar.

Los cuatro emprendieron el camino cantando La Marsellesa, que resonó en las calles de Chicago, con fúnebre eco, como la última despedida que daban al mundo los que iban a sacrificar sus vidas en holocausto a la emancipación del proletariado.

La vista del tétrico patíbulo no conmovió en lo más mínimo el ánimo sereno de Spies, Parsons, Engel y Fischer, que si bien consagraron, a no dudarlo, un recuerdo a sus esposas e hijos, dedicaron su último pensamiento a la causa por ellos tan querida.

Las últimas palabras pronunciadas por nuestros amigos fueron:
Spies.- ¡Salud, tiempo en que nuestro silencio será más poderoso que nuestras voces que hoy sofocan con la muerte!
Fischer.- ¡Hoc die Anarchie!
Engel.- ¡Hurra por la anarquía!
Parsons, cuya agonía fue horrorosa, apenas pudo hablar, porque instantáneamente el verdugo apretó el lazo e hizo caer la trampa. Sus últimas palabras fueron estas: ¡Dejad que se oiga la voz del pueblo!

LOS MARTIRES DE CHICAGO

DISCURSO: OSCAR W. NEEBE


Nació en Filadelfia de padres alemanes. Sus padres viven aún. En la época en que Neebe fue arrestado, no vivía de un salario fijo; se dedicaba a trabajos particulares. Desde sus primeros años sintió latir su corazón a favor de los desheredados y fue siempre un excelente organizador de las secciones de oficios, siendo propagandista acérrimo de las ideas socialistas.

Durante los últimos días he podido aprender lo que es la ley, pues antes no lo sabía. Yo ignorabá que podía estar convicto de un crimen por conocer a Spies, Fielden y Parsons. He presidido un mitin en Turner Hall, al que vosotros fuísteis invitados para discutir el anarquismo y el socialismo. Yo estuve, sí, en aquella reunión, en la que no aparecieron los representantes del sistema capitalista actual para discutir con los obreros sus aspiraciones. Yo no lo niego. Tuve también en cierta ocasión el honor de dirigir una manifestación popular, y nunca he visto un número tan grande de hombres en correcta formación y con el más absoluto orden. Aquella manifestación imponente recorrió las calles de la ciudad en son de protesta contra las injusticias sociales. Si esto es un crimen, entonces reconozco que soy un delincuente. Siempre he supuesto que tenía derecho a expresar mis ideas como presidente de un mitin pacífico y como director de una manifestación. Sin embargo se me declara convicto de ese delito, de ese pretendido delito.

En la mañana del 5 de mayo supe que habían sido detenidos Spies y Schwab y entonces fue también cuando tuve la primera noticia de la celebración del mitin de Haymarket durante la tarde anterior. Después que termine mis faenas fui a las oficinas del Arbeiter Zeitung, en donde encontré a la esposa de Parsons y la señorita Holmes. Cuando iba a hablar con la primera de dichas señoras, entró de pronto una manada de bandidos, llamados policías, en cuyos rostros se retrataba la ignorancia y la embriaguez, gente de peor calaña que los peores rufianes de las calles de Chicago. El Mayor Harrison iba con estos piratas y dijo: ¿Quién es el director de este periódico? Los chicos de la imprenta no sabían hablar inglés, y como conocía a Harrison me dirigí a él y le dije: ¿Qué pasa, Mr. Harrison? Necesito -me contestó- revisar el periódico por si contiene un artículo violento. Yo le prometí revisarlos y lo hice en compañía de Mr. Hand, a quien Harrison fue a buscar. Harrison volvió a los pocos minutos y vi bajar la escalera a todos los tipógrafos; otra pandilla de rufianes policíacos entró a tiempo que la esposa de Parsons y la señorita Holmes se hallaban escribiendo. Uno que yo tenía por caballero oficial dijo: ¿Qué hacéis aquí? Y la señorita Holmes respondió: Estoy escribiendo a mi hermano, que es editor de un periódico obrero. Al oír esto aquel oficial, la agarró fuertemente por un brazo, y ante las protestas de aquella señorita, grito: ¡Concluye, zorra, o te arrojo al suelo! Repito aquí estas palabras para que conozcáis el lenguaje de un noble oficial de Chicago. Es uno de los vuestros. Insultáis a las mujeres porque no tenéis valor para insultar a los hombres. Lucy Parsons obtuvo igual tratamiento, a la vez que le aseguraban que no se publicaría más el periódico y que arrojarían por la ventana todo el material de la imprenta. Cuando oí esto, cuando vi que se pretendía destruir lo que era propiedad de los obreros de Chicago, exclamé: Mientras pueda haré que el periódico se publique. Y volví a publicar el periódico; cuando se nos echaron encima los policíacos bandidos y todas las imprentas se negaron a imprimirlo, reunimos fondos y adquirimos imprenta propia, mejor dicho, dos imprentas, se multiplicaron los suscriptores, y en fin, los trabajadores de Chicago cuentan hoy con todo lo necesario para la propaganda. ¡He ahí mi delito!
Otro delito que tengo, y es haber contribuido a organizar varias asociaciones de oficios, poner de mi parte todo lo que pude para obtener sucesivas reducciones en la jornada de trabajo y propagar las ideas socialistas. Desde el año 1865 he trabajado siempre en este sentido.
El 9 de mayo, al volver a mi casa, me dijo mi esposa que habían venido veinticinco policías y que al registrar la casa habían hallado un revólver. Yo no creo que sólo los anarquistas y socialistas tengan armas en sus casas. Hallaron también una bandera roja, de un pie cuadrado, con la que jugaba frecuentemente mi hijo. Se registraron del mismo modo centenares de casas, de las que desaparecieron bastantes relojes y no poco dinero. ¿Sabéis quienes eran los ladrones? Vos lo sabéis, Capitán Schaack. Vuestra compañía es una de las peores de la ciudad. Yo os lo digo frente a frente y muy alto, Capitán Schaack, sois vos uno de ellos. Sois un anarquista a la manera que vosotros lo entendéis. Todos, en este sentido, sois anarquistas.
Habéis hallado en mi casa un revólver y una bandera roja. Habéis probado que organicé asociaciones obreras, que he trabajado por la reducción de horas de trabajo, que he hecho cuanto he podido por volver a publicar el Arbeiter Zeitung: he ahí mis delitos. Pues bien; me apena la idea de que no me ahorquéis, honorables jueces, porque es preferible la muerte rápida a la muerte lenta en que vivimos. Tengo familia, tengo hijos y si saben que su padre ha muerto lo llorarán y recogerán su cuerpo para enterrarlo. Ellos podrán visitar su tumba, pero no podrán en caso contrario entrar en el presidio para besar a un condenado por un delito que no ha cometido. Esto es todo lo que tengo que decir. Yo os lo suplico. Dejadme participar de la suerte de mis compañeros. ¡Ahorcadme con ellos!

LOS MARTIRES DE CHICAGO

DISCURSO: AUGUSTO SPIES


Augusto Vicent Theodore Spies, nació en Laudeck, Hesse, en 1855. Fue a los Estados Unidos en 1872 y a Chicago en 1873, trabajando en su oficio de impresor. En 1875 se interesó mucho por las teorías socialistas; dos años más tarde ingresó en el Partido Socialista y fue redactor del periódico Arbeiter Zeitung en 1880; poco tiempo después sucedió a Paul Grottkan como director del periódico, cuyo cargo desempeñó con gran actividad hasta el día que fue detenido. Desde aquella época (1880) se reconoció en él a uno de los más inteligentes propagandistas de las ideas revolucionarias. Era un ardiente orador, y con frecuencia se le invitaba a hablar en los mítines obreros de las principales ciudades de Illinois.

Al dirigirme a este tribunal lo hago como representante de una clase enfrente de los de otra clase enemiga, y empezaré con las mismas palabras que un personaje veneciano pronunció hace cinco siglos ante el Consejo de los Diez en ocasión semejante:
Mi defensa es vuestra acusación; mis pretendidos crímenes son vuestra historia. Se me acusa de complicidad en un asesinato y se me condena, a pesar de no presentar el Ministerio Público prueba alguna de que yo conozca al que arrojó la bomba ni siquiera de que en tal asunto haya tenido intervención alguna. Sólo el testimonio del procurador del Estado y de Bonfield y las contradictorias declaraciones de Thomson y de Gilmer, testigos pagados por la policía, pueden hacerme pasar como criminal. Y si no existe un hecho que pruebe mi participación o mi responsabilidad en el asunto de la bomba, el veredicto y su ejecución no son más que un crimen maquiavélicamente combinado y fríamente ejecutado, como tantos otros que registra la historia de las persecuciones políticas y religiosas. Se han cometido muchos crímenes jurídicos aún obrando de buena fe los representantes del Estado, creyendo realmente delincuentes a los sentenciados. En esta ocasión ni esa excusa existe. Por sí mismos los representantes del Estado han fabricado la mayor parte de los testimonios, y han elegido un jurado vicioso en su origen. Ante este tribunal, ante el público, yo acuso al Procurador del Estado y a Bonfield de conspiración infame para asesinarnos.
Referiré un incidente que arrojará bastante luz sobre la cuestión. La tarde del mitin de Haymarket, encontré a eso de las ocho a un tal Legner. Este joven me acompañó, no dejándome hasta el momento que bajé de la tribuna, unos cuantos segundos antes de estallar la bomba. El sabe que no vi a Schwab aquella tarde. Sabe también que no tuve la conversación que me atribuye Thomson. Sabe que no baje de la tribuna para encender la mecha de la bomba. ¿Por qué los honorables representantes del Estado, Grinnell y Bonfield, rechazan a este testigo que nada tiene de socialista? Porque probaría el perjurio de Thomson y la falsedad de Gilmer. El nombre de Legner estaba en la lista de los testigos presentados por el Ministerio Público. No fue, sin embargo, citado, y, la razón es obvia. Se le ofrecieron 500 duros porque
abandonase la población, y rechazó indignado el ofrecimiento. Cuando yo preguntaba por Legner nadie sabía de él; ¡el honorable, el honorabilísimo Grinnell me contestaba que él mismo lo había buscado sin conseguir encontrarle! Tres semanas después supe que aquel joven había sido conducido por dos policías a Buffalo, Nueva York. ¡Juzgad quiénes son los asesinos!
Si yo hubiera arrojado la bomba o hubiera sido causa de que se arrojara, o hubiera siquiera sabido algo de ello, no vacilaría en afirmarlo aquí. Cierto que murieron algunos hombres y fueron heridos otros más. ¡Pero así se salvó la vida a centenares de pacíficos ciudadanos! Por esa bomba, en lugar de centenares de viudas y de huérfanos, no hay hoy más que unas cuantas vidas y algunos huérfanos.
Más, decís, habéis publicado artículos sobre la fabricación de dinamita. Y bien; todos los periódicos los han publicado, entre ellos los titulados Tribune y Times, de donde yo los trasladé, en algunas ocasiones, al Arbeiter Zeitung. ¿Por qué no traéis a la barra a los editores de aquellos periódicos?
Me acusáis también de no ser ciudadano de este país. Resido aquí hace tanto tiempo como Grinnell, y soy tan buen ciudadano como él, cuando menos, aunque no quisiera ser comparado con tal personaje.
Grinnell ha apelado innecesariamente al patriotismo del jurado, y yo voy a contestarle con las palabras de un literato inglés: ¡EI patriotismo es el último refugio de los infames!
¿Qué hemos dicho en nuestros discursos y en nuestros escritos? Hemos explicado al pueblo sus condiciones y relaciones sociales; le hemos hecho ver los fenómenos sociales y las circunstancias y leyes bajo las cuales se desenvuelven; por medio de la investigación científica hemos probado hasta la saciedad que el sistema del salario es la causa de todas las iniquidades tan monstruosas que claman al cielo. Nosotros hemos dicho además que el sistema del salario, como forma específica del desenvolvimiento social, habría de dejar paso, por necesidad lógica, a formas más elevadas de civilización; que dicho sistema preparaba el camino y favorecía la fundación de un sistema cooperativo universal, que tal es el SOCIALISMO. Que tal o cual teoría, tal o cual diseño de mejoramiento futuro, no eran materia de elección, sino de necesidad histórica, y que para nosotros la tendencia del progreso era la del ANARQUISMO, esto es, la de una sociedad libre sin clases ni gobernantes, una sociedad de soberanos en la que la libertad y la igualdad económica de todos produciría un equilibrio estable como base y condición del orden natural.
Grinnell ha dicho repetidas veces que es la anarquía la que se trata de sojuzgar. Pues bien; la teoría anarquista pertenece a la filosofía especulativa. Nada se habló de la anarquía en el mitin de Haymarket. En este mitin sólo se trató de la reducción de horas de trabajo. Pero insistid: ¡Es la anarquía la que se juzga! Si así es, por vuestro honor, que me agrada: yo me sentencio porque soy anarquista. Yo creo, como Buckle, como Paine, como Jefferson, como Emerson y Spencer y muchos otros grandes pensadores del siglo, que el estado de castas y de clases, el estado donde unas clases viven a expensas del trabajo de otra clase -a lo cual llamáis orden-, yo creo, sí, que esta bárbara forma de la organización social, con sus robos y sus asesinatos legales, está próxima a desaparecer y dejará pronto paso a una sociedad libre, a la asociación voluntaria o hermandad universal, si lo preferís. ¡Podéis, pues, sentenciarme, honorable juez, pero que al menos se sepa que en Illinois ocho hombres fueron sentenciados a muerte por creer en un bienestar futuro, por no perder la fe en el último triunfo de la Libertad y de la Justicia!
Nosotros hemos predicado el empleo de la dinamita. Sí; nosotros hemos propagado lo que la historia enseña, que las clases gobernantes actuales no han de prestar más atención que su predecesora a la poderosa voz de la razón, que aquéllas apelarán a la fuerza bruta para detener la rápida carrera del progreso. ¿Es o no verdad lo que hemos dicho?
Grinnell ha repetido varias veces que está en un país adelantado. ¡El veredicto corrobora tal aserto!
Este veredicto lanzado contra nosotros es el anatema de las clases ricas sobre sus expoliadas víctimas, el inmenso ejército de los asalariados. Pero si creéis que ahorcándonos podéis contener el movimiento obrero, ese movimiento constante en que se agitan millones de hombres que viven en la miseria, los esclavos del salario; si esperáis salvación y lo creéis, ¡ahorcadnos...! Aquí os halláis sobre un volcán, y allá y acullá y debajo y al lado y en todas partes fermenta la Revolución. Es un fuego subterráneo que todo lo mina. Vosotros no podéis entender esto. No creéis en las artes diabólicas como nuestros antecesores, pero creéis en las conspiraciones, creéis que todo esto es la obra de los conspiradores. Os asemejáis al niño que busca su imagen detrás del espejo. Lo que veis en nuestro movimiento, lo que os asusta, es el reflejo de vuestra maligna conciencia. ¿Queréis destruir a los agitadores? Pues aniquilad a los patronos que amasan sus fortunas con el trabajo de los obreros, acabad con los terratenientes que amontonan sus tesoros con las rentas que arrancan a los miserables y escuálidos labradores, suprimid las máquinas que revolucionan la industria y la agricultura, que multiplican la producción, arruinan al productor y enriquecen a las naciones; mientras el creador de todas esas cosas ande en medio, mientras el Estado prevalezca, el hambre será el suplicio social. Suprimid el ferrocarril, el telégrafo, el teléfono, la navegación y el vapor, suprimíos vosotros mismos, porque excitáis el espíritu revolucionario...
... ¡Vosotros y sólo vosotros sois los conspiradores y los agitadores!
Ya he expuesto mis ideas. Ellas constituyen una parte de mí mismo. No puedo prescindir de ellas, y aunque quisiera no podría. Y si pensáis que habréis de aniquilar estas ideas, que ganan más y más terreno cada día, mandándonos a la horca; si una vez más aplicáis la pena de muerte por atreverse a decir la verdad -y os desafiamos a que demostréis que hemos mentido alguna vez-, yo os digo: si la muerte es la pena que imponéis por proclamar la verdad, entonces estoy dispuesto a pagar tan costoso precio. ¡Ahorcadnos! La verdad crucificada en Sócrates, en Crísto, en Giordano Bruno, en Juan de Huss, en Galileo, vive todavía; éstos y otros muchos nos han precedido en el pasado. ¡Nosotros estamos prontos a seguirles!
El discurso de Spies, interrumpido sin cesar por el juez, duró más de dos horas. Hablaba con fervoroso entusiasmo y las interrupciones hacíanle más enérgico y elocuente.

LOS MARTIRES DE CHICAGO

DISCURSO: ADOLFO FISCHER


Era natural de Alemania y tenía treinta años cuando lo ahorcaron. A los diez años emigró con su familia a los Estados Unidos y aprendió el oficio de tipógrafo en Nashville (Tenesee). Desde muy joven profesó ideas socialistas. Adelantando en su educación sociológica, fue poco después editor y propietario del periódico Staats Zeitung, que se publicó en Little Rock (Arkansas). En 1881 vendió el periódico y se trasladó a Chicago, en donde trabajó de impresor, fundando después un periódico defensor de las ideas más avanzadas en el campo socialista. Desde entonces su reconocida ilustración le llevó al desempeño de difíciles comisiones en el seno de la organización obrera.

No hablaré mucho. Solamente tengo que protestar contra la pena de muerte que me imponéis, porque no he cometido crimen alguno. He sido tratado aquí como asesino y sólo se me ha probado que soy anarquista. Pues repito que protesto contra esa bárbara pena, porque no me habéis probado crimen alguno. Pero si yo he de ser ahorcado por profesar las ideas anarquistas, por mi amor a la libertad, a la igualdad y a la fraternidad, entonces no tengo nada que objetar. Si la muerte es la pena correlativa a nuestra ardiente pasión por la libertad de la especie humana, entonces, yo lo digo muy alto, disponed de mi vida.
Aunque soy uno de los que prepararon el mitin de Haymarket, nada tengo que ver con el asunto de la bomba. Yo no niego que he concurrido a aquel mitin, pero aquel mitin...
(Al llegar a este punto, el defensor, Mr. Salomón, le llama aparte y le aconseja que no continúe en aquel tono. Entonces Fischer, volviéndose la espalda, dice: Sois muy bondadoso, Mr. Salomón. Sé muy bien lo que digo, y continuó.)
Ahora bien; el mitin de Haymarket no fue convocado para cometer ningún crimen; fue, por el contrario, convocado para protestar contra los atropellos y asesinatos de la policía en la factoría de Mc. Cormicks.

El testigo Waller y otros han afirmado aquí que pocas horas después de aquellos sucesos habíamos tenido una reunión previa para tomar la iniciativa y convocar una manifestación popular. Waller presidió esta reunión y él mismo propuso la idea del mitin en Haymarket. También fue él quien me indicó para que me hiciera cargo de buscar oradores y redactar las circulares. Cumplí este encargo invitando a Spies a que hablara en el mitin y mandando imprimir 25,000 circulares. En el original aparecían las palabras ¡Trabajadores, acudid armados! Yo tenía mis motivos para escribirlas, porque no quería que, como en otras ocasiones, los trabajadores fueran ametrallados indefensos. Cuando Spies vio dicho original se negó a tomar parte en el mitin si no se suprimían aquellas palabras. Yo deferí a sus deseos y Spies habló en Haymarket. Esto es todo lo que tengo que ver en el asunto del mitin...

Yo no he cometido en mi vida ningún crimen. Pero aquí hay un individuo que está en camino de llegar a ser un criminal y un asesino, y ese individuo es Mr. Grinnell, que ha comprado testigos falsos a fin de poder sentenciarnos a muerte. Yo lo denuncio aquí públicamente. Si creéis que con este bárbaro veredicto aniquiláis a los anarquistas y a la anarquía, estáis en un error, porque los anarquistas están dispuestos siempre a morir por sus principios, y éstos son inmortales... Este veredicto es un golpe de muerte dado a la libertad de imprenta, a la libertad de pensamiento, a la libertad de palabra, en este país. El pueblo tomará nota de ello. Es cuanto tengo que decir.

LOS MARTIRES DE CHICAGO

CARTA DE PEDRO KROPOTKIN

Como documento de verdadero interés, reproducimos la siguiente carta de Pedro Kropotkin:

Señor editor del New York Herald:

La sentencia de Chicago indica que el conflicto está tomando en América una proporción más aguda y un giro más brutal que jamás lo tuvo en Europa. Las primeras páginas de esta historia empiezan con un acto de represalias del peor género. Una buena dosis de venganza, pero ningún hecho concreto, es todo lo que se infiere del proceso de Chicago.

He leído con atención los datos de la causa; he pesado con detenimiento los indicios y la evidencia, y no titubeo en asegurar que semejante sentencia sólo puede hallarse en Europa después de las represalias llevadas a término por los Consejos de guerra a raíz de la derrota de la Commune de París, en 1871, el terror blanco de la restauración borbónica de 1815, se queda muy atrás.

Estoy completamente conforme con las misivas dirigidas al embajador americano por el Ayuntamiento de París y el Consejo general del Sena en favor de los anarquistas sentenciados. Pero el tribunal de Chicago no tiene la excusa que tenían los consejos de guerra de Versalles, a saber: la excitación de las pasiones producida por una guerra civil después de una gran derrota nacional.

Es evidente, por de pronto, que ninguno de los siete acusados ha arrojado bomba alguna. Está por demás probado que algunos ya se habían marchado al cargar furiosamente la policía sobre la multitud. Todavía más: el fiscal no sostiene que la bomba fue arrojada por cualquiera de los siete acusados, puesto que de ese hecho acusa a otra persona que no está bajo la acción de la justicia.

Sólo Spies es acusado de haber entregado una mecha para poner fuego a la bomba, pero el único hombre que de ello da testimonio es un tal Gilmer, cuya mala reputación es bien sabida y cuya costumbre de mentir ha sido afirmada por diez personas que habían vivido con él. Además el mismo Gilmer declara haber recibido dinero de la policía.

Después de los sucesos de Haymarket, los cuerpos colegisladores de Illinois promulgaron una ley contra los dinamiteros y están ahora a punto de promulgar otra contra toda clase de conspiradores. Según esta última ley, cualquier acto relacionado con la fabricación de bombas, aunque tenga fines legales, será considerado como criminal. Acaba, pues, de ser destruido uno de los principales artículos de la Constitución. Según reza la futura ley, cualquier incidente que dé por resultado un acto ilegal, será también considerado como delito.

No hace falta probar que la persona que comete un acto ilegal puede haber leído artículos o escuchado discursos que aconsejaban cometerlo, y así ahora todos esos artículos y discursos serán responsables de dicho acto. Queda virtualmente suprimida la libertad de hablar y de escribir. Del mismo modo la ley francesa reconoce una relación directa entre la excitación por medio de la palabra, hablada o escrita y el acto ejecutado.
La nueva ley del Illinois me interesa poco en sí misma y sólo deseo que conste lo siguiente: Siete anarquistas de Chicago han sido condenados a muerte gracias a un simulacro de la ley que aún no lo era en 1886, cuando se cometieron los hechos de que se les acusa. La referida ley fue propuesta con el propósito de ser aplicada en el proceso de Chicago, y su primer efecto será matar a siete anarquistas.
Soy de usted afectísimo.
P. Kropotkin

LOS MARTIRES DE CHICAGO

CARTA DE PARSONS

Soy internacional: mi patriotismo va más allá de las fronteras que limitan una nación: el mundo es mi patria, todos los hombres son mis paisanos Eso es lo que el emblema de la bandera roja significa; ella es el símbolo del trabajo libre, del trabajo emancipado.
Los trabajadores no tienen patria: en todas partes se ven desheredados; América no es una excepción de la regla.

Los esclavos del salario son instrumentos que alquilan los ricos en todos los países; en todas partes son parias sociales sin patria ni hogar. Así como crean toda la riqueza, así también riñen todas las batallas, no en provecho propio, sino de sus amos.

Esta degradación tendrá un término: en el porvenir, los trabajadores sólo pelearán en defensa propia, trabajando sólo para sí y no para otros.

Todas las evidencias -dice- han demostrado, no mi culpabilidad, sino mi inocencia; he sido convicto de anarquista, no de asesino; me presenté voluntariamente a los tribunales para ser juzgado con imparcialidad; el resultado ha sido un crimen jurídico.

Los amantes de la justicia están interesados en que se conmute la sentencia por la prisión perpetua; por esto les doy las gracias, pero soy inocente; soy sacrificado por aquellos que dicen: Estos hombres pueden no ser culpables, pero son anarquistas. Estoy dispuesto a morir por mis derechos y por los derechos de mis compañeros, pero rechazaré siempre con energía el ser condenado por falsas y no probadas acusaciones; así es que no puedo aceptar el esfuerzo que se hace para conmutar la sentencia de muerte en la de prisión perpetua.

Tampoco apruebo ninguna otra apelación ante la ley, porque entre el capital, que es aquí el legal, y los tribunales, la decisión siempre ha de ser a gusto de los que poseen.
Apelar a ellos sería la humillación del esclavo ante el amo que lo tiraniza.
No supe que era anarquista hasta que se me llevó a los tribunales; ellos me lo han hecho ver claramente.
No pido clemencia; sólo quiero justicia.
Terminaré repitiendo las palabras de Patrick Henry: Dadme la libertad o dadme la muerte.

A. R. Parsons.

LOS MARTIRES DE CHICAGO

CARTA DE LUIS LINGG
Amigos y compañeros: Los esfuerzos hechos por nuestros amigos y compañeros en general, y en particular por la sociedad de defensa para apelar al Tribunal Supremo de los Estados Unidos, me imponen el deber de declarar explícitamente mi firme propósito de rechazar todo lo que sea pedir justicia a las autoridades.
Amigos y compañeros: No seré yo quien crea que se necesita una nueva afirmación del Tribunal Supremo de los Estados Unidos, representación modelo de inmoralidad capitalista y de tiranía jurídica, para hacer abrir los ojos al pueblo americano, a fin de que vea la justicia que puede esperarse de la gente togada. Si alguno se figura que yo espero que el pueblo americano se levante el día señalado para mi asesinato jurídico, que deseche desde luego semejante ilusión. Tengo, pues, necesidad de combatir la idea errónea, dominante en algunos círculos mal informados, de que nuestros compañeros de Chicago están en el deber de conseguir nuestra libertad por la fuerza. Esto es un verdadero desatino, pues para obtener el triunfo sería necesario que el movimiento fuera general, y esto no es posible cuando se quiere, razón por la cual sería injusto acusar de falta de actividad o sobra de cobardía a nuestros camaradas.
Tengo el profundo convencimiento de que el sacrificio de mi vida o de las de todos nosotros ha de ayudar más el derrumbamiento del sistema capitalista que una condena temporal impuesta por el Tribunal Supremo.
Algunos ignorantes o perversos quizá interpreten mi deseo de dar terminada la lucha legal como un reconocimiento indirecto de culpabilidad y falta de fe y de esperanza.
Compañeros: No es mi ánimo aconsejaros cuál ha de ser vuestra línea de conducta en los días de brutalidad legalizada que se aproximan. Sólo tengo esto que deciros: Sed hombres. Con un viva a la Anarquía, me despido de vosotros: vuestro hermano,
Luis Lingg.
Otra carta redactada en los mismos términos que esta fue dirigida a los obreros por G. Engel.

LOS MARTIRES DE CHICAGO

CARTA DE LUIS LINGG

Cárcel de Coocar Country, 6 de noviembre 1887.
Querido Lum. Me pediste ayer una carta para publicarla en The Alarm. Me parece que podrá interesarte la descripción de lo que he pasado y las consecuencías que deduzco.

Hoy es sábado, día en que los criminales no nos vemos interrumpidos en nuestras celdas, buena razón para acortar el día levantándonos tarde. De modo que a las nueve de la mañana me hallaba aún en brazos de Morfeo, cuando de repente se abrió mi celda. Mientras me frotaba los ojos y desperazaba, me ví fuertemente sujetado por dos hombres de ley que creyeron esta medida prudente a pesar de mi proverbial cobardía (según dijo Grinnell). En menos tiempo del que tardo en decirlo, me encontré fuera de mí celda, donde por fortuna no había señoras que pudieran fijarse en mi desnudez. Se me permitió por fin vestirme y calzarme. Cerca de mí contemplaba a mi bravo amigo Engel, a quien consideraban menos peligroso debido a su reciente indisposición (Se refiere al reciente envenenamiento de Engel, quien tomó una fuerte dosis de láudano para escapar a sus verdugos) y a quién preguntaban benévolamente si quería dar un paseo por la cárcel.

En aquel momento tuve ocasión de ver que nuestras celdas eran registradas bajo la dirección de un inspector. Nada encontraron, y a eso de las once nos trasladaron a otras celdas. Después le tocó el turno a Parsons y Fischer, y por fin a Spies, Schwab y Fielden.

Mi celda esta situada en un recodo, con puertas de hierro, y vigilada por unos carceleros que reciben los encargos que los amigos y parientes mandan a los presos.

Los compañeros Fischer, Engel y Parsons, tienen sus celdas en el mismo piso que yo. Spies y Fielden ocupan las que tenían antes. Ya ves, querido amigo, como todo está en disconformidad con lo que cuentan tus apreciables colegas de la prensa diaria.

Gracias a la media luz de mi nueva celda, he podido leer un artículo del Sunday Chattering en que demuestra perfectamente que al ahorcarnos nada ganará la clase dominante. Deduce el articulista que una acción combinada de los condenados podría librarlos de la horca. Si se refiere a una petición de indulto o a otra humillación cualquiera, crea el Chattering que ni yo ni mis compañeros estamos dispuestos a pasar por ello.

El juez Mc-Allister ya ha declarado, y en eso está conforme con el Chattering, que a pesar de nuestra condena, la sociedad capitalista tendrá que luchar contra el incendio dentro de pocos años. ¿Y quién es ese buen juez? Un burgués de pura raza. ¿Necesito repetir que para lograr nuestras aspiraciones revolucionarias necesitamos, además de hablar y escribir, obrar con energía? Esto significaría desconfianza en mis radicales ideas; ya sabéis de sobra que no podría obrar de otro modo, aunque quisiese.

El desprecio que siento por el actual sistema de explotación y mi amor desinteresado por la verdadera libertad, me obligan a no pedir ni permitir que pidan por mí ninguna clase de clemencia. Por eso no he querido acceder a la petición de nuestro defensor, que me aconsejaba firmase una petición de indulto, junto con Parsons, Engel y Fischer.

No pudiendo escapar de la muerte sin faltar a mis principios, ya comprenderás, querido amigo, que espero la muerte con calma y hasta con entusiasmo, pues considero cuán provechosa será a la causa de la anarquía. Comprendo, y conmigo lo comprende todo verdadero anarquista, que nuestra causa es de aquellas que necesitan que haya quien sacrifique su libertad y hasta su vida si es preciso.

Si he propagado la violencia es porque estoy cansado de que mis hermanos, los trabajadores, sean los únicos explotados, encarcelados y asesinados: la violencia ha de ser la señal de la próxima revolución. La persistente acumulación de capital bajo el actual sistema de producir no permite la elevación intelectual y económica del pueblo trabajador y tiende desgraciadamente a su degeneración. En realidad, el éxito de las persecuciones de los capitalistas contra los obreros ha deslindado los intereses de clase, como lo prueban los acontecimientos de los dos últimos años. De todo ello deduzco que nuestros gobernantes tienen la intención de aniquilarnos. Si he protestado contra la sentencia, es porque mucha gente, bajo el hipócrita pretexto de compadecernos, nos han hecho responsables de las desgracias ocasionadas por la bomba explosiva, desgracias que no estaba en nuestra mano evitar. Dejad ahora que se ejecute la sentencia, que a cambio de este asesinato de los rehenes, vendrá al final el aniquilamiento de todos los tiranos.

Ahora, querido compañero Lum, voy a cerrar esta carta, escrita con gran dificultad. Por el aspecto del manuscrito puedes juzgar de las comodidades de que dispongo. Si quieres publicarla, para que quede definida mi posición, es el último favor que te podré agradecer.
Por fin, te ruego hagas extensivo a mis amigos y compañeros mis cariñosos recuerdos y mi último adiós. En la imposibilidad de volverte a ver, amado amigo, te mando con el corazón un apretado abrazo. Con un viva la anarquía, se despide tu compañero.

Luis Lingg.

LOS MARTIRES DE CHICAGO

CARTA DE ADOLFO FISCHER


Hoy también muchos creen que el inmenso descontento de los trabajadores ha sido provocado por algunos malditos revolucionarios. Los que así habláis, ¿no sabéis leer los signos del tiempo? ¿No véis como se amontonan las nubes en el horizonte social? ¿No sabéis que la dirección de la industria y de los medios de cambio se concentra cada vez en menor número de manos? ¿Que los pequeños capitalistas son devorados por los grandes? ¿Que los créditos, bancos y asociaciones análogas sólo se fundan para generalizar la explotación de los trabajadores? ¿Qué según el régimen actual, a consecuencia del maquinismo cada vez queda mayor número de obreros sin trabajo? ¿Qué en algunas partes de esta inmensa República la mayoría de los agricultores se ve obligada a hipotecar sus tierras para satisfacer la sed de ganancias de las potentes sociedades? En una palabra, ¿que los ricos se hacen cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres? ¿O ignoráis que todos esos males tienen su raíz en las actuales instituciones sociales, que permiten a una parte del género humano fundar su felicidad sobre la de la otra parte, que permite a un hombre esclavizar a sus semejantes?

En lugar de buscar remedio a esos males e ilustrarse sobre las verdaderas causas del creciente descontento, la clase directiva -valiéndose de la prensa y de la tribuna- calumnia el carácter, las ideas y los proyectos de los reformadores sociales, emplea el rompecabezas y los envía a la cárcel y al cadalso. ¿Dará eso gran resultado? Recuerdo a este propósito las palabras con que Franklin terminaba su folleto Receta para hacer pequeño un Estado grande, dedicado al gobierno inglés en 1776. Creeréis -decía- que todas las quejas son inventadas por algunos demagogos malavenidos con el orden, creéis que con prenderlos y ahorcarlos se tranquilizará todo. ¡Nada de eso! Prended y ahorcad a los agitadores, y la sangre de los mártires hará maravillas para la aceleración de nuestra causa.

Yo también digo a la clase dominante: Ahorca a los hombres de progreso que, sin ambición personal, han servido a la causa del trabajo y de la humanidad, pero su sangre hará maravillas para la destrucción de la sociedad actual, porque apresurará el advenimiento de una sociedad nueva. Magna est veritas et proevalebit (Grande es la verdad, y la verdad prevalecerá).
Adolfo Fischer

LOS MARTIRES DE CHICAGO

CARTA DE ADOLFO FISCHER

Querido amigo Most:

Ya que no me quedan más de seis días de vida, quiero despedirme de ti. Ya sabrás por los periódicos que cuatro de nosotros han rehusado la gracia, es decir, la conmutación de la sentencia, y piden la libertad o la muerte. La libertad no nos será dada por los gobernantes, queda, pues, la muerte.

Tú comprenderás, Juan, que el recuerdo de mi querida esposa y de mis tres hijitos me atormenta el corazón, pero... ¡lejos de mí, tentación! La revolución social tiene necesidad de fuerzas para hacerla marchar: nuestra noble causa tiene necesidad de mártires. Sea, pues. Me siento feliz por dar mi vida en holocausto a nuestra causa común.

Cuando los pobres jóvenes aldeanos, respondiendo al llamamiento de reyes y emperadores, se prestan voluntariamente a sacrificar su vida sobre el altar de la tiranía por la gracia de Dios, ¿no deben también los combatientes por la libertad verdadera, por la anarquía, dar su vida por el triunfo de nuestros grandes principios?

Debemos hacer como los indolentes que sólo profesan un principio en tanto que no tienen que arrostrar a nuestros adversarios que los anarquistas saben morir por sus principios, y yo, que he sido fiel a ellos, lo seré hasta la muerte. Te envío mi último saludo.

Adolfo Fischer.

P. S. Salud a los compañeros y amigos. Cuidad de que mi familia no perezca en la miseria y de que mis hijos reciban educación. Tu

Adolfo.

los martires de chicago

ALBERTO R. PARSONS

Nació en Montgomery, Arkanzas (Estados Unidos) en 1848. Sus padres murieron siendo él muy joven, y su hermano W. R. Parsons, que era General en el ejército confederado, pasó a Texas, llevándose consigo a su hermano Alberto. Allí recibió su educación en los colegios de Waco. Después aprendió a imprimir en el periódico Galveston News, y cuando estalló la guerra se fugó de casa de su hermano e ingresó en un Cuerpo de Artillería del ejército confederado. Poco tiempo después sirvió bajo las órdenes de su hermano, recibiendo señaladas distinciones por sus heroicidades.

Después de la guerra fue editor del periódico El Espectador, en Waco. Con gran disgusto de su hermano se hizo republicano, en cuyo partido figuró en primera fila. Ocupó dos veces puestos importantes en el gobierno federal de Austin y fue secretario del Senado del Estado de Texas. En Chicago trabajó algún tiempo en varias imprentas y se hizo un agitador temible entre las clases trabajadoras. Por sus méritos, fue nombrado maestro obrero del distrito 24 de los Caballeros del Trabajo y presidente de las asambleas de oficio, cargo que desempeñó tres años consecutivos. En 1879 fue nombrado candidato para la presidencia de los Estados Unidos por el Partido Socialista, lo que renunció por no tener los 35 años que pide la Constitución. En 1883 contribuyó a formar el programa de la Asociación Internacional de los Trabajadores en el Congreso de Pittsburg. Fue elegido candidato a la Concejería de Chicago varias veces; y finalmente, en 1884 fundó el periódico La Alarma, órgano del Grupo Americano.

Desde esa época, sus continuos servicios a la organización y su actividad incansable, como asimismo su palabra fluida y convincente, hicieron de Alberto R. Parsons una de las más importantes figuras que descollaban entre la pléyade de trabajadores ilustrados que dirigen el movimiento obrero en Norteamérica.

DISCURSO:
La oración admirable de Parsons duró ocho horas, dos el día 8 y seis el día 9 de octubre de 1886. Como quiera que la sala se negó repetidas veces a conceder algún descanso al orador, faltóle a éste en ocasiones la memoria a causa de la postración física en que se hallaba. La sala dio también muestras de su impaciencia, contrariada por la firmeza y elocuencia razonadora de Parsons. Este, aun a costa de su salud, propúsose no dejar en pie ni una sola de las acusaciones del ministerio fiscal y de los testigos, y lo consiguió cumplidamente.
Me preguntáis -comenzó diciendo- por qué razones no debe serme aplicada la pena de muerte, o lo que es lo mismo, ¿qué fundamentos hay para concederme una nueva prueba de mi inocencia? Yo os contesto y os digo que vuestro veredicto es el veredicto de la pasión, engendrado por la pasión, alimentado por la pasión y realizado, en fin, por la pasión de la ciudad de Chicago. Por este motivo, yo reclamo la suspensión de la sentencia y una nueva prueba inmediata. Esta es tan sólo una de las muchas razones que para ello tengo. ¿Y qué es la pasión? Es la suspensión de la razón, de los elementos de discernimiento, de reflexión y de justicia necesarios para llegar al conocimiento de la verdad. No podéis negar que vuestra sentencia es el resultado del odio de la prensa burguesa, de los monopolizadores del capital, de los explotadores del trabajo...
En los veinte años pasados, mi vida ha estado completamente identificada con el movimiento obrero en América, en el que tomé siempre una participación activa. Conozco, por tanto, este movimiento perfectamente, y cuanto de él diga en relación con este proceso no será más que la verdad, toda la verdad de los hechos.
Hay en los Estados Unidos, según el censo de 1880, dieciséis millones doscientos mil jornaleros. Estos son los que por su industria crean toda la riqueza de este país...
El jornalero es aquel que vive de un salario y no tiene otros medios de subsistencia que la venta de su trabajo hora por hora, día por día, año por año. Su trabajo es toda su propiedad; no posee más que su fuerza y sus manos. De aquellos diez millones de jornaleros sólo nueve millones son hombres; los demás son mujeres y niños. Si calculamos ahora que cada familia se compone de cinco personas, aquellos nueve millones de obreros representan cuarenta y cinco millones de individuos de toda nuestra población. Pues bien; toda esta gente que es la que crea la riqueza, como ya he dicho, depende en absoluto de la clase adinerada, de los propietarios.
Ahora bien, señores; yo como trabajador he expuesto los que creía justos clamores de la clase obrera, he defendido su derecho a la libertad y a disponer del trabajo y de los frutos del trabajo como le acomode. Me preguntáis por qué no debo ser ejecutado, y entiendo que esta pregunta implica también que deseáis saber por qué existe en este país una clase de gente que apela a vosotros para que no nos concedáis una nueva prueba. Yo creo que los representantes de los millonarios de Chicago organizados, que los representantes de la llamada Asociación de los ciudadanos de Chicago os reclama nuestra inmediata extinción por medio de una muerte ignominiosa.

Ellos de una parte y nosotros de otra. Vosotros os levantáis en medio representando la justicia. ¿Y qué justicia es la vuestra que lleva a la horca a hombres que no se les ha probado ningún delito...?
Este proceso se ha iniciado y se ha seguido contra nosotros; inspirado por los capitalistas, por los que creen que el pueblo no tiene más que un derecho y un deber, el de la obediencia. Ellos han dirigido el proceso hasta este momento, y como ha dicho muy bien Fielden, se nos ha acusado ostensiblemente de asesinos y se acaba por condenarnos como anarquistas...

... Pues bien: yo soy anarquista. ¿Qué es el socialismo o la anarquía? Brevemente definido, es el derecho de los productores al uso libre e igual de los instrumentos de trabajo y el derecho al producto de su labor. Tal es el socialismo. La historia de la humanidad es progresiva; es, al mismo tiempo, evolucionista y revolucionaria. La línea divisoria entre la evolución y la revolución jamás ha podido ser determinada. Evolución y revolución son sinónimos. La evolución es el periodo de incubación revolucionaria. El nacimiento es una revolución; su proceso de desarrollo, la evolución.

Primitivamente la tierra y los demás medios de vida pertenecían en común a todos los hombres. Luego se produjo un cambio por medio de la violencia, del robo y de la guerra. Más tarde la sociedad se dividió en dos clases: amos y esclavos. Después vino el sistema feudal y la servidumbre. Con el descubrimiento de América se transformó la vida comercial de Europa, y a la abolición de la servidumbre siguió el sistema del salario. El proletariado nació en la Revolución francesa de 1789 y 1793. Entonces fue cuando por primera vez se proclamó en Europa la libertad civil y política.
Con una simple hojeada a la historia se ve que el siglo XVI fue el siglo de la lucha por la libertad religiosa y de conciencia, esto es, la libertad del pensamiento; que los siglos XVII y XVIII fueron el prólogo de la gran Revolución francesa, que al proclamar la República instituyó el derecho a la libertad política; y hoy, siguiendo las leyes eternas del proceso y de la lógica, la lucha es puramente económica e industrial y tiende a la supresión del proletariado, de la miseria, del hambre y de la ignorancia. Nosotros somos aquí los representantes de esa clase próxima a emanciparse, y no porque nos ahorquéis dejará de verificarse el inevitable progreso de la humanidad.

¿Qué es la cuestión social? No es un asunto de sentimiento, no es una cuestión religiosa, no es un problema político; es un hecho económico externo, un hecho evidente e innegable. Tiene, sí, sus aspectos emocionales religiosos y políticos; pero la cuestión es, en su totalidad, una cuestión de pan, de lo que diariamente necesitamos para vivir. Tiene sus bases científicas, y yo voy a exponeros, según los mejores autores, los fundamentos del socialismo. El capital, capital artificial es el sobrante acumulado del trabajo, es el producto del trabajo. La función del capital se reduce actualmente a apropiarse y confiscar para su uso exclusivo y su beneficio el sobrante del trabajo de los que crean toda la riqueza. El capital es el privilegio de unos cuantos y no puede existir sin una mayoría cuyo modo de vida consiste en vender su trabajo a los capitalistas. El sistema capitalista está amparado por la ley, y de hecho la ley y el capital son una misma cosa. ¿Y qué es el trabajo? El trabajo es un ejercicio por el cual se paga un precio llamado salario. El que lo ejecuta, el obrero, lo vende, para vivir, a los poseedores del capital. El trabajo es la expresión de la energía y del poder productor. Esta energía y este poder han de venderse a otra persona, y en esa venta consiste el único medio de existencia para el obrero. Lo único que posee y que en realidad produce para sí es el jornal. Las sedas, los palacios, las joyas, son para otros. El sobrante de su trabajo no se le paga; pasa íntegro a los acaparadores del capital.
¡Ese es vuestro sistema capitalista!

Suspendida la sesión, tuvo Parsons que interrumpir su discurso. Lo reanudó a las diez de la mañana siguiente, haciendo un resumen de sus principales puntos de vista y examinando varios extremos del proceso.
En su propia defensa dijo, entre otras cosas, lo siguiente:
Yo no he violado ninguna ley de este país. Ni yo ni mis compañeros hemos abusado de los derechos de todo ciudadano de esta República. Nosotros hemos hecho uso del derecho constitucional a la propia defensa, nos hemos opuesto a que se arrebataran al pueblo americano aquellos derechos. Pero los que nos han procesado imaginan que nos han vencido porque se proponen ahorcar a siete hombres, siete hombres a quienes se quiere exterminar violando la ley, porque defienden sus inalienables derechos: porque apelan al derecho de la libre emisión del pensamiento y lo ejercitan, porque luchan en defensa propia. ¿Creéis, señores, que cuando nuestros cadáveres hayan sido arrojados al montón se habrá acabado todo? ¿Creéis que la guerra social se acabará estrangulándonos bárbaramente? ¡Ah no! Sobre vuestro veredicto quedará el del pueblo americano y el del mundo entero para demostraros vuestra injusticia y las injusticias sociales que nos llevan al cadalso; quedará el veredicto popular para decir que la guerra social no ha terminado por tan poca cosa.

La policía está armada con los fusiles modernos de Winchester y las organizaciones obreras carecen por completo de medios de defensa. Un fusil de aquellos cuesta 18 duros, y nosotros no podemos comprarlos a tal precio. ¿Qué deben hacer los trabajadores?

Una bomba de dinamita cuesta treinta céntimos y puede ser preparada por cualquiera. El fusil Winchester cuesta 18 duros. La diferencia es considerable. ¿Soy culpable por decir esto? ¿He de ser ahorcado por ello? ¿Qué es lo que yo he hecho? Buscad a los que han inventado esas cosas y ahorcadlos también. El General Sheridan ha dicho en el Congreso que la dinamita había sido un descubrimiento formidable que igualaba todas las fuerzas y que en las luchas que en lo futuro mantendrán las clases obreras podrán apelar a ella para hacer inútiles todos los ejércitos. Yo no he hecho más que citar sus palabras. ¿Y por esto se me acusa y se me condena?
Se me ha llamado aquí dinamitero. ¿Por qué?
El fusil ha sido un descubrimiento que ha democratizado al mundo, poniendo al pueblo en condiciones de luchar con los aristócratas y los poderosos. Hoy la dinamita realiza el mismo fenómeno porque implica la difusión del poder, porque hace a todos iguales. Los ejércitos y la policía no significan nada ante la dinamita. Nada pueden contra el pueblo. Así se disemina la fuerza y se establece el equilibrio. La fuerza es la ley del universo; la fuerza es la ley de la Naturaleza, y esta nueva fuerza descubierta hace a todos los hombres iguales, y por tanto libres...

(Muchas ilusiones se hacían entonces los propagandistas acerca del valor de este medio de lucha. No es sorprendente, porque las mismas gentes de orden, véase el General Sheridan, se lo daba también. La realidad echa por tierra tales ilusiones, y por si no fuera ello bastante, hace muy poco ha podido verse cómo los Estados, la fuerza organizada, apela a la melinita contra cualquier rebeldía que se le resista. No es necesario que saquemos la consecuencia.)
Ya he probado cómo fui al mitin de Haymarket sin plan previo y solicitado a última hora por mis amigos.

Ya sabéis que me acompañaron mi esposa, Miss Holmes, otras dos señoritas más y mis dos niños. Y ahora pregunto: ¿es posible que en tales circunstancias y en tales condiciones acudiese a un lugar donde se hubiese de desarrollar la trama de un complot para arrojar bombas de dinamita? Esto es increíble; está fuera de la naturaleza humana creer en la posibilidad de un hecho tan monstruoso...
Parsons termina su discurso con la relación del noble rasgo que le llevó a compartir las penas impuestas a sus camaradas:

Cuando vi que se había fijado el día de la vista de este proceso, juzgándome inocente y sintiendo asimismo que mi deber era estar al lado de mis compañeros y subir con ellos, si era preciso, al cadalso; que mi deber era también defender los derechos de los trabajadores y la causa de la libertad y combatir la opresión, regresé sin vacilar a esta ciudad. ¿Cómo volví? Esto es interesante, pero me falta tiempo para explicarlo. Fui desde Wankesha a Milwaukee, tomé el tren de Saint-Paúl en la estación de este último punto, por la mañana, y llegué a Chicago a eso de las ocho y media. Me dirigí a casa de mi amiga Miss Ames, en la calle de Morgan. Hice venir a mí esposa y conversé con ella algún tiempo. Mandé aviso al Capitán Blanck que estaba aquí pronto a presentarme y constituirme preso. Me contestó que estaba dispuesto a recibirme. Vine y le encontré a la puerta de este edificio, subimos juntos y comparecí ante este tribunal.
Sólo tengo que añadir: aun en este momento no tengo por qué arrepentirme.
Si Parsons fue noble al presentarse espontáneamente a las autoridades de Chicago, nada hay comparable a sus últimas palabras:
Aun en este momento, no tengo por qué arrepentirme

lunes, 15 de febrero de 2010

MUERTE ACCIDENTAL DE UN ANARQUISTA

MUERTE ACCIDENTAL DE UN ANARQUISTA
DARIO FO
PROLOGO

Con esta comedia queremos contar el hecho que ocurrió realmente en los Estados Unidos, en 1921.

Una anarquista llamado Salcedo, un inmigrante italiano, “cayo” desde una ventana del piso 14 de la comisaría central de Nueva York. El jefe de la policía declaro que se trataba de un suicidio.

Se realizó una primera investigación, después una súper-investigación por parte de la magistratura descubriéndose que el anarquista había sido literalmente arrojado por la ventana por los policías que lo interrogaban.

Para actualizar la historia, haciéndola al tiempo más dramática, nos hemos tomado la libertad de recurrir a uno de esos trucos que se suelen emplear en el teatro: hemos trasladado la historia a nuestros días, y la hemos ambientado, no ya en Nueva York, sino en una ciudad italiana cualquiera…por ejemplo Milán

Lógicamente, para evitar anacronismos, hemos llamado comisarios a los sheriffs, como jefe al inspector, etc.

También advertimos que, en le caso de que aparezcan analogías con sucesos y personajes de nuestra crónica, el fenómeno deberá atribuirse a esa imponderable magia constante en el teatro, que en infinitas ocasiones ha logrado que incluso historias disparatadas, completamente inventadas, hayan sido impunemente imitadas por la realidad.


Personajes:

• Loco, Sospechoso, Juez, Obispo, Señor con barba
• Comisario de la brigada política
• Comisario jefe
• Comisario Bertozzo
• Periodista
• Agente



PRIMER ACTO

ESCENA PRIMERA

Un despacho corriente en la jefatura central de policía. Un escritorio, un armario, algunas sillas, una maquina de escribir, un teléfono, una ventana, dos puertas.

Bertozzo
(Hojea papeles mientras se dirige a un sospechoso, que está sentado tranquilamente) Vaya, vaya…así que no es a primera vez que te disfrazas. Aquí dice que te has hecho pasar dos veces por cirujano, una por capitán de infantería, tres por obispo, una por ingeniero naval… En total te han detenido…veamos…dos y tres, cinco…una, tres…dos…once veces en total, y con está, doce.

Sospechoso
Si, doce detenciones. Pero le hago notar, señor comisario, que jamás me han condenado. Mi certificado de penales está limpio.

Bertozzo
No se cómo te las habrás arreglado para escaparte, pero te seguro que ahora te lo mancho yo… ¡puedes jurarlo!

Sospechoso
No, si yo le comprendo comisario. Un certificado de penales que manchar le apetece a cualquiera…

Bertozzo
Muy gracioso. La denuncia dice que te has hecho pasar por psiquiatra, profesor ex-adjunto en la universidad de Padua. ¿Sabes que puedes ir a la cárcel por impostor?

Sospechoso
En efecto, si fuera un impostor cuerdo… pero estoy loco, loco patentado. Observe mi historial clínico: internado dieciséis veces, y siempre por lo mismo. Tengo la manía de los personajes, se llama “histriomanía”, viene de histrión, que significa actor. Tengo el hobby de interpretar papeles siempre distintos. Pero como lo mío es el teatro-verité, necesito que mi compañía la ponga gente de verdad…que no sepa actuar. Además, carezco de medios, y no podría pagarles. He pedido subvenciones al Ministerio de Cultura, pero al no tener enchufes políticos

Bertozzo
…te subvencionan tus actores. Que los explotas, vamos

Sospechoso
Yo jamás he estafado a nadie

Bertozzo
Si te parece poca estafa cobrar cien mil libras por consulta…

Agente
(Qué está detrás del despacho) ¡Qué timo!

Sospechoso
Son lo honorarios habituales de un psiquiatra que se respete, y ha pasado dieciséis años estudiando esa disciplina

Bertozzo
Oye, pero tú, ¿cuándo has estudiado?

Sospechoso
Me he pasado veinte años estudiando, en dieciséis manicomios diferentes, a miles de locos como yo… día a día, y también de noche… por que yo, a diferencia de los psiquiatras corrientes, dormía con ellos…a veces con otros dos, por que siempre faltan camas. De todos modos, infórmese, y comprobara que mi diagnostico de ese pobre esquizofrénico por el que me han denunciado era perfecto.

Bertozzo
¿También las 100.000 liras eran perfectas?

Sospechoso
Pero comisario… me he visto obligado, por su bien.

Bertozzo
¿Por su bien? ¿Es parte de la terapia?

Sospechoso
Por supuesto. Si no le llego a timar la 100.000, ¿cree que ese pobre desgraciado, y sobre todo sus familiares, se habrían quedado tranquilos? Si les hubiese pedido 20.000, habrían pensado: “No debe valer mucho, a lo mejor ni si quiera es profesor, será un novato recién licenciado”. En cambio, así, se quedaron sin habla al oír la cifra, y pensaron: “¿Quién será? ¿Dios en persona?”, y se fueron más contentos que unas pascuas. Hasta me besaron las manos… “Gracias, profesor”, llorando de emoción.

Bertozzo
Caray, qué cuento tienes.

Sospechoso
No es cuento, comisario, Si lo dice hasta Freud: “una minuta alta es la mejor panacea, tanto para el médico como para el enfermo”

Bertozzo
No me cabe duda, pero echa un vistazo a tu tarjeta de visita y al recetario. Si no me equivoco, dice: “Profesor Antonio Rabbi, psiquiatra, ex-adjunto en la universidad de Padua”. A ver qué me cuentas ahora.

Sospechoso
Primero, realmente soy profesor… de dibujo, ornamental y artístico en las escuelas nocturnas del Sagrado Redentor.

Bertozzo
Pues me alegro mucho, pero aquí dice: ¡psiquiatra!

Sospechoso
Sí, pero después del punto. ¿Qué tal anda de sintaxis y puntuación, comisario? Fíjese bien: Profesor Antonio Rabbi. Punto. Luego, en mayúscula, P., psiquiatra. Mire decir “soy psiquiatra” no es suplantar un título. Es como decir: “soy psicólogo, botánico, herbívoro, artístico”. ¿Conoce la gramática y la lengua italiana? ¿Sí? Pues debería saber que si uno escribe “arqueólogo” es como si escribiera “siciliano”… ¡no significa que ha realizado estudios!

Bertozzo
¿Y lo de “profesor ex-adjunto en la universidad de Padua”?

Sospechoso
Lo siento, pero ahora es usted el impostor. Dice que conoce la lengua y la sintaxis y la puntuación, y resulta que no sabe ni leer correctamente.

Bertozzo
Que no sé…

Sospechoso
¿No ha visto la coma después de ex?

Bertozzo
Pues sí, hay una coma…tiene razón, no me había fijado.

Sospechoso
¡Ah, tengo razón!... “No se había fijado”… ¿Y con la excusa de que no se fija, mete en la cárcel a un inocente?

Bertozzo
Está chiflado. (Sin darse cuenta empieza a llamarle de usted) ¡Qué tendrá que ver la coma!

Sospechoso
Nada, para alguien que desconoce la lengua italiana y la sintaxis… por cierto, a ver si me cuenta qué títulos de estudio posee, y quién le aprobó… ¡Déjeme terminar! La coma es la clave da todo, no lo olvide. Si después del “ex” viene la coma, el sentido de la frase cambia completamente. Tras la coma, hay que inspirar… una breve pausa por que de intención, por que: “la coma impone siempre otra connotación”. Así que se leerá: “Ex”, y aquí puede introducir una leve mueca sarcástica… y si además quiere añadir un gruñido irónico-despectivo, mejor que mejor. Entonces, esta será la lectura correcta de la frase: “Ex (mueca o risita) profesor adjunto en la universidad, otra coma, de Padua”… como diciendo: no me vengas con rollos, quién te va a creer, sólo pican los tontos.

Bertozzo
Ah, ¿Qué soy tonto?

Sospechoso
No, sólo un poco inculto. Si quiere, puedo darle unas clases. Le haré buen precio. Yo empezaría en seguida, tenemos mucho trabajo. Dígame los pronombres de tiempo y lugar.

Bertozzo
No se pase. Empiezo a creer que es realmente un maniaco de la actuación, que incluso está interpretando el papel de loco… ya apuesto que está más cuerdo que yo.

Sospechoso
No sé yo qué le diga… la verdad es que su profesión produce muchas alteraciones psíquicas… ¿Me permite que le vea el ojo?: (le baja el párpado con el pulgar.)

Bertozzo
¡Basta! ¿Seguimos con el atestado, o no?

Sospechoso
Si quiere escribo yo a maquina, soy mecanógrafo patentado: cuarenta y cinco pulsaciones por minuto.

Bertozzo
¡Estése quieto o mando que lo esposen!

Sospechoso
No puede. O camisa de fuerza, o nada. Estoy loco, y si me esposan: Articulo 122 del código penal, “quien imponga en calidad de público oficial instrumentos de contención no clínicos o en todo caso no psiquiátricos a un disminuido psíquico hasta provocarle crisis en su dolencia, incurre en delito punible con penas de cinco a diez años y pierde automáticamente la pensión y el grado”

Bertozzo
Ah, veo que también sabe de leyes…

Sospechoso
¿De leyes? Lo sé todo. Llevo veinte años estudiando leyes.

Bertozzo
Pero, ¿tú qué tienes, trescientos años? ¿Dónde has estudiado leyes?

Sospechoso
En el manicomio. ¡Si supiera qué bien se estudia allí! Había un secretario de juzgado paranoico que me daba clases. En genio. Lo sé todo: derecho romano, moderno, eclesiástico… el código Jusciniano, visigodo… ostrogodo, griego-ortodoxo… ¡Todo! Pregúnteme.

Bertozzo
No tengo tiempo, ¡faltaría más! Pero aquí, en tu currículum, no consta que te hayas hecho pasar por juez, ni por abogado

Sospechoso
Ah, no nunca haría abogado. No me gusta defender, es un arte pasiva. A mí me gusta juzgar, condenar, reprimir… ¡perseguir! Soy de los suyos, comisario. ¡Vamos a tutearnos!

Bertozzo
Cuidado, loco, menos guasa…

Sospechoso
No he dicho nada.

Bertozzo
Entonces, ¿alguna vez te has hecho pasar por juez?

Sospechoso
No, por desgracia no se me ha presentado la ocasión. Pero cómo me gustaría…el juez es el mejor oficio. Primero, casi nunca se jubilan. Es más, cuando un hombre normal, cualquier trabajador, a los 55 o 60 años está para que lo retiren, por que empieza a estar torpe, lento de reflejos, para el juez en cambio, empieza la mejor de su carrera. Un obrero después de los 50 está acabado: provoca retrasos, incidentes, ¡hay que echarle! El minero a los 55 tiene silicosis… El empleado de banca lo mismo, se equivoca en las cuentas, olvida los nombres de los clientes… fuera, a casita, estás viejo… ¡gaga! Pero los jueces no, para ellos es todo lo contrario, cuanto más viejos y ga…distraídos estén, más los eligen para cargos superiores, les confían puestos importantes… ¡absolutos! Tienen el poder de destruir o salvar a una persona a su antojo, y te dictan cadena perpetua como el que dice: “mañana llueve”…50 años para ti… a ti 30… a ti sólo 20… Y encima son sagrados, por que no olvidemos que existe el delito de la injuria por hablar mal de la magistratura… ¡aquí y en Arabia Saudita! Ah, sí, el de juez es el oficio, el personaje por el que daría lo que fuera con tal de interpretarlo, por lo menos una vez en la vida. El juez de la Audiencia, del supremo, del orden superior, “excelencia, pase… silencio, en pie que entra la Corte…oh, mire, se le ha caído un hueso… ¿es suyo? No, imposible, ¡no me quedan!”

Bertozzo
Bueno, basta de charlas, me mareas. Siéntate ahí y calla
(Lo empuja hacia la silla)

Sospechoso
(Histérico) ¡Quita las manos o te muerdo!

Bertozzo
¿A quién vas a morder?

Sospechoso
¡A ti! ¡Te muerdo en el cuello y también en las nalgas! Ñam… Y como reacciones mal, articulo 122 bis: “Provocación y violencia contra disminuido psíquico irresponsable e indefenso, de seis a nueve años más pérdida de pensión”

Bertozzo
O te sientas o voy a perder la paciencia. (Al agente) ¿Y tú qué haces ahí como una pasmarote? Siéntate en la silla.

Agente
Sí, jefe, pero es que muerde

Sospechoso
¡Claro que muerdo! Grrr grrrr… y os advierto que tengo la rabia. Me la pegó un chucho rabioso que me mordió el trasero. Él se murió y yo me curé, pero sigo siendo venenoso. ¡Magrruuuiimm! ¡Uohohoh!.

Bertozzo
Joder, ¡sólo faltaba el loco venenoso! ¿Me dejas terminar el atestado, si o no? Anda, pórtate bien, que luego te suelto. Te lo prometo.

Sospechoso
No me eche, señor comisario. Con lo bien que estoy con usted, en la comisaría… me siento protegido. En la calle hay tantos peligros… la gente es mala, conducen, tocan la bocina, frenan con chirridos… hacen huelgas. En los autob8uses y en el metro las puertas se cierran de golpe… friii ñac… espachurrado. Deje que me quede aquí, yo le ayudo a que hablen los sospechosos… los subversivos… sé hacer supositorios de glicerina con nitro…

Bertozzo
¡Basta! Me tienes harto.

Sospechoso
Comisario, o deja que me quede o me tiro por la ventana. ¿En qué piso estamos? ¿El tercero? Bueno, un poco justo, pero me tiro, y cuando esté abajo, moribundo, estampado en la acera, jadeando… porque soy duro de morir y jadeo mucho… llegarán los periodistas y les contaré, jadeando, que ustedes me han tirado por la ventana. ¡Que me tiro!

Bertozzo
Por favor, déjelo ya (Al agente) Atraca la ventana (Este lo hace)

Sospechoso
Pues me tiro por el hueco de la escalera. (Va hacia la puerta)

Bertozzo
¡Se ha terminado, hostias! Siéntate. (Le sienta en la silla) Tú, cierra la puerta con llave… y la quitas

Sospechoso
Tírala por la ventana. (El agente, confuso, va a la ventana)

Bertozzo
Sí, tírala. No, Métela en el cajón… cierra el cojón con llave… quita la llave…
(El agente obedece mecánicamente)

Sospechoso
¡Métela en la boca y trágatela!

Comisario
¡No, no y no! A mí no me toma el pelo nadie. (Al agente) Dame la llave. (Abre la puerta) Fuera, márchate… y tírate por la escalera, haz lo que quieras… fuera… ¡me vuelves loco!

Sospechoso
No, comisario, ¡no puede! No abuse… no empuje, se lo ruego… ¿Por qué quiere que me baje? No es mi parada.

Bertozzo
¡Fuera! (Lo consigue, cierra la puerta) ¡Por fin!

Agente
Señor comisario, tengo que recordarle la reunión… llevamos cinco minutos de retraso

Bertozzo
¿Por qué, qué hora es? (Mira el reloj) Maldita sea, ese desgraciado me ha confundido. Vamos, date prisa (Salen por la izquierda. Por la derecha se asoma el loco a la misma puerta por donde salió)

Loco
Se puede… comisario… ¿molesto? No se enfade, he vuelto a por mis documentos. ¿No me contesta? Vamos, no se ponga así… ¿Hacemos las paces? Pero si no hay nadie… bueno, pues los cojo… la cartilla… las recetas… Eh, aquí está la denuncia. Pues la rompemos, y en paz. ¿Y esta otra denuncia de quien es? (lee) “Robo con agravante…” Total, en una farmacia… nada, nada, eres libre. (La rompe) ¿Y tú, qué has hecho? (Lee) “apropiación indebida… injurias…” Cuentos, cuentos, eso es lo que son… ¡Anda chico, eres libre! (Rompe) ¡Todos libres! (Se detiene a examinar un papel) No, tú no… eres un sinvergüenza y te quedas… ¡adentro! (Extiende e papel sobre la mesa, luego abre el armario lleno de legajos) Quieto todo el mundo… ¡ha llegado la justicia! ¿No serán todo denuncias? Pues a quemarlas todas… ¡a la hoguera! (Coge un mechero para quemar un paquete de hojas, lee la primera) “Instrucción en curso…” (En otro paquete) “Orden de archivo de instrucción…” (Suena el teléfono: contesta tranquilamente) Diga, aquí el despacho del comisario Bertozzo. ¿Quién habla? No, lo siento, si no me dice su nombre no se lo paso… Que es... el comisario… ¿usted en persona? ¿De veras? Encantado ¡El comisario de la ventana! No, nada, nada… ¿y de donde llama?...ah claro, qué tonto, del cuarto piso, de dónde va a ser… ¿Qué quien soy? Oye Bertozzo, el azote de subversivos pregunta que quien soy… A ver si aciertas… ¿No tienes tiempo? Vamos, para un colega siempre hay tiempo… Venga, o lo adivinas o no te lo paso a Bertozzo. ¿Quién soy? ¿Anghiari? ¿Soy Anghiari? Has acertado… Soy el comisario Pietro Anghiari. Bravo. Qué hago en Milán… quieres saber demasiado. Mejor dime tú para qué quieres a Bertozzo. No, no se puede poner, dímelo a mí. ¿Un juez superior? ¿Lo envía expresamente de Washington? Sí, perdona quería decir Roma, ha sido un lapsus… Ah, una especie de “revisor”. Es evidente que en el ministerio no están de acuerdo con las alegaciones del juez que ha archivado el procedimiento. ¿Estás seguro? Ah, rumores, ya me parecía… primero les parece estupendo,, y luego se lo piensan… Ah, es por la presión de la opinión pública… no me hagas reír… la opinión pública qué va a presionar… Bertozzo se muere de risa. (Ríe aparentando el auricular) Ja, ja ¡Y también hace unos gestos! (simula llamar) Bertozzo, nuestro amigo del cuarto dice que tú puedes cachondearte por que no estas metido en el fregado, pero qué para el y para su jefe es un marrón…ja ja… dice que os lo comáis solitos… j aja…no, ahora, soy yo el que se ríe… Sí, por que me encantaría que el comisario jefe se viera metido en el fregado… es la verdad, se lo puedes decir: “Al comisario Anghiari le encantaría…” y Bertozzo piensa lo mismo, escucha cómo se ríe… (Aleja el auricular) ¡ja ja! ¿Has oído? Y a quien le importe que nos mande cagar… sí, también se lo puedes decir: a Anghiari y a Bertozzo se la suda… (Hace una sonora pedorreta) pret… sí, ha sido él. No te pongas así, hombre… Eso vale, ya hablaremos cara a cara. ¿y qué dices que necesitas de Bertozzo? ¿Qué documento? Sí, díctame que tomo nota: copia de la orden de archivo de la muerte del anarquista… vale, y que te la mande… y también copias de los atestados… sí, está todo aquí, en el archivo… Si, ya lo creo que os tenéis que prepara, pero que mucho… Como el juez que mandan sea la mitad de duro de lo que dicen… ¿Dónde lo dicen? Pues en Roma. Yo vengo de allí, ¿no? ¡Y nada que no llevan tiempo comentado la que se os viene encima! Claro que conozco al juez. Se llama Malipiero. ¿No te suena? Ya te sonará. Se ha chupado unos diez años de destierro… pregúntale a tu jefe de penales si le suena… No, mejor no se lo preguntes, no e vaya a dar un ataque, y entonces ya no tiene gracia… ¡ja ja! no seas tan picajoso, colega… ¡uno ya no puede reírse un poco en esta policía tan sería! De acuerdo, en seguida te lo enviamo. Hasta luego. Espera, espera… ja ja, Bertozzo acaba de decir una cosa muy graciosa. Si no te mosqueas te la cuento. Ha dicho que después de la visita del juez revisor te va a empaquetar al sur, a Calabria, donde la jefatura está en un solo piso, y el despacho del comisario en el semisótano… ja ja…lo has cogido, en el semisótano… ¡ja ja! ¿Te ha gustado? ¿No te ha gustado? Pues otra vez será. (Simula escuchar) Vale, ahora mismo se la digo a Bertozzo, el futuro calabrés dice que en cuanto nos vea a los dos nos parte la cara. ¡Recibido, paso, prrt! (pedorreta) ¡
de parte de los dos y cierro! (cuelga y se lanza en busca del material) “A trabajar, señor juez, que el tiempo apremia”. Ja Ja, qué ocasión para demostrarme a mi mismo y al mundo entero que mis estudios han sido provechosos, que soy digno de entrar en la categoría de los “superiores”, sagrados e infalibles… ¿Dónde voy a encontrar otra igual? ¡Qué emoción! Es como si tuviera que examinarme, o mejor aún, que discutir las tesis… Sí logro convencerlos de que soy un autentico juez revisor… si no meto la pata… ¡es la cátedra! Pero si fallo… Veamos, ante todo la manera de caminar. (Ensaya una, cojeando) No, ésta es la del secretario de juzgado. Paso artrítico, pero digno. Así, con el cuello un poco escorado… de caballo de circo jubilado… (Prueba y desiste) No, mejor paso escurrido con saltito final. (Lo hace) No está mal. ¿Y el estilo rodilla caída? (Lo hace) ¿Y gafas? No, nada de gafas. El ojo derecho semientornado… as, lectura de reojo, pocas palabras… algo de tos, och och… No, nada de tos. ¿Algún tic? Bueno, veremos sobre la marcha. ¿Modales afectados, voz nasal? Bonachón, pero con prontos repentinos: “No, querido comisario jefe, usted ya no dirige un penal fascista… ¡No lo olvide!” No, mejor el tipo contrario, frío, distante, tono perentorio, voz monocorde, mirada tristona, de miope… lleva gafas, pero sólo utiliza una lente, así. (Ensaya mientras hojea papeles) ¡Ah, caramba! Aquí estaban los documentos que buscaba. Tranquilo, sin despistes… ¡vuelta inmediata al personaje, vamos! (Con tono tajante) ¿Están todos? Veamos: orden de archivo del tribunal de Milán… Ah, mira, también está la investigación sobre los anarquistas romanos, con el bailarín a la cabeza… ¡Bien! (Mete todo en el maletín, que ha sacudido para asegurarse de que está vació) Un momento, no sea que haya quedado algo dentro… con los maletines de la justicia, ¡nunca sabe! ¡Comprobar antes de usar! (Coge del perchero un abrigo un abrigo oscuro y un sombrero negro y se los pone. Entra Bertozzo, que no le reconoce así vestido y lo mira perplejo)

Bertozzo
Buenos días. ¿Qué desear? ¿Busca a alguien?

Loco
No, comisario, sólo he vuelto por mis documentos.

Bertozzo
¿Otra vez usted? ¡Fuera!

Loco
Por favor, comisario, si está nervioso por algo, no lo pague conmigo.

Bertozzo
¡Fuera! (le empuja hacía a fuera)

Loco
¿Pero bueno, es que están todos neuróticos aquí dentro? Empezando por ese falso loco que le anda buscando para partirle la cara…

Bertozzo
(Paralizado) ¿Quién me anda buscando?


Loco
Uno con jersey de cuello alto. ¿Aún no le ha pegado?

Bertozzo
¿A mí?

Loco
Sí, a usted y aun colega suyo, un tal Angari… o Angario...

Bertozzo
Anghiari… ¿Un comisario de Roma… de la política?

Loco
¿Y yo qué sé?

Bertozzo
¿Y a santo de qué va ha pegarnos el del cuello alto?

Loco
A santo de una pedorreta.

Bertozzo
¿Una pedorreta?

Loco
Bueno, dos en realidad, por teléfono… y con risita malévola, je je, No se acuerda, ja ja… (Mima que se aleja el auricular como antes)

Bertozzo
¿Qué está diciendo? ¿Es otro de sus personajes?

Loco
Sí, sí, ya verá qué personaje cuando le pegue el puñetazo en un ojo… y no se lo reprocho, al pobrecito del cuarto piso.

Bertozzo
¿Quién?

Loco
Su colega. ¿Cómo se le ocurre decirle que espera que le empaqueten al semisótano calabrés… a él y a su jefe ex guardia de destierro fascista?

Bertozzo
¿Quién, el comisario jefe? El que…

Loco
…¡os dirige y os guía!

Bertozzo
Oiga, basta, ya he pedido demasiado tiempo con usted. Haga el favor de marcharse. ¡Márchate!

Loco
¿Para siempre? (Mima besos) ¡Mua mua! (Gestos de rabia de Bertozzo) Está bien, me voy. Pero si me permite un consejo… por que me cae bien… cuando se tope con el cuello alto del cuarto… ¡agáchese, hágame caso!

(El loco sale. Bertozzo suspira y se dirige al perchero, que está vació, Sale corriendo tras el loco)

Bertozzo
¡Será sinvergüenza! Con el cuento de que está loco me manga el abrigo… Oye tú. (Cierra el paso al Agente que entraba en ese, momento) Alcanza al loco… el de antes… Se ha llevado mi abrigo, mi sombrero, y seguro que también mi maletín… ¡Claro, también es mío! ¡Espabila, que no se te escape!

Agente
Ya voy, jefe. (Se queda en la puerta, hablando con alguien afuera) Si señor, el comisario está aquí, pase usted. (A Bertozoo, que está buscando los papeles que rompió el loco)

Bertozzo
¿Dónde habrán ido a parar las denuncias?

Agente
Comisario, está aquí el comisario de la política que desea verle. (Bertozoo levanta la cabeza del escritorio, luego se dirige hacia la puerta de la derecha)

Bertozzo
Querido amigo…acabo de hablar de ti con un loco que me decía… ja ja…imagínate, que cuando me vieras, me ibas a pegar un (De dentro sale rápido un brazo que lanza a Bertozzo al suelo, donde consigue terminar la frase)… ¡puñetazo! (Se desploma. Por la puerta asoma el loco)

Loco
¡Ya le dije que se agachara!
(Oscuro. Música, posiblemente una marcha grotesca, del estilo de entrada de los cómicos. El tiempo preciso para el cambio de decorado)


ESCENA SEGUNDA

Un despacho parecido al anterior: más o menos los mismos muebles, pero dispuestos de otra manera. De la pared del fondo cuelga un gran retrato del presidente. Deberá resaltar el recuadro de ana ventana abierta. En escena está el loco, de pie muy tieso, de cara a la ventana y de espaldas a la puerta, por donde entra un comisario con chaqueta deportiva y jersey de cuello alto.

Comisario
(En voz baja, al agente que está inmóvil junto a la puerta)
¿Quién es? ¿Qué quiere?

Agente
No lo sé, jefe. Ha entrado con unas ínfulas…ni que fuera dios en persona. Dice que quiere hablar con usted y con el comisario jefe.
Comisario
(Que no deja de frotarse la mano derecha) Ah, ¿quiere hablar? (Se acerca al loco. solito) Buenos días, ¿qué desea? Me han dicho que preguntaba por mí.

Loco
(Lo mira de arriba abajo, imposible) Buenos días. (Se fija en la mano que el comisario se sigue frotando) ¿Qué le ocurre en su mano?

Comisario
Ah, nada… ¿Quién es usted?
Loco
¿No le ocurre nada? Entonces, ¿por qué se da masaje? ¿Es un tic? (El comisario empieza a ponerse nervioso)

Comisario
Puede ser. Le he preguntado que con quién tengo el gusto…

Loco
Conocí a un obispo que se daba un masaje como usted… un jesuita.

Comisario
¿Me equivoco o usted…?

Loco
Claro que se equivoca. Se equivoca de medio a medio, se insinúa que he querido aludir a la notoria hipocresía de los jesuitas. Si no le importa, para empezar, yo he estudiado con los, jesuitas ¿Tiene algo en contra?

Comisario
(Aturdido) No, por dios… pero es que…

Loco
(Cambiando al instante detono) Pero ese obispo que le decía, ése si que era un hipócrita, un farsante… la prueba es que siempre se daba masaje en la mano.

Comisario
Oiga, pero usted…

Loco
(Sin hacer caso) Debería consultar a un especialista. Ese continuo mensaje es síntoma de seguridad, sentimiento de culpa… e insatisfacciones sexual. ¿Tiene problemas con las mujeres?

Comisario
(Pierde los estribos)¡Pero oiga! (Da un puñetazo en la mesa)

Loco
(Indicado el gesto) ¡Impulso! He ahí la prueba. Diga la verdad, no se trata de un tic… usted le ha pegado un puñetazo a alguien no hace más de un cuarto de hora, ¡confiese!

Comisario
¿Qué confiese? Más bien dígame con quien tengo el honor… y haga el favor de descubrirse… ¡Además!

Loco
Tiene razón. (Se quita el sombrero con calma estudiada) Pero créame, no me lo había dejado por descortesía, es por esa ventana abierta, padezco mucho de las corrientes… sobre todo en la cabeza. ¿Usted no? Oiga, ¿no se podría cerrar?

Comisario
(Seco) No. No se puede.

Loco
No he dicho nada. Soy el profesor Marcos Malipiero, primer consejero del tribunal Supremo.
Comisario
¿Un juez? (Le fallaban las fuerzas)

Loco
Ex…ex profesor adjunto en la universidad de Roma. Son dos “ex”, y tras el segundo va la coma, como siempre.

Comisario
(Aturdido) Comprendo…

Loco
(Irónico, agresivo) ¿Qué es lo que comprende?

Comisario
Nada, nada.

Loco
Ya me parecía. (De nuevo agresivo) Es decir, nada de nada. ¿Quién le ha informado de que yo vendría a revisar las instrucciones y la oren de archivo?

Comisario
(Derrotado) Pues yo… la verdad…

Loco
Mucho cuidado con mentir, Me pone muy nervioso. Yo también tengo un tic, en el cuello… en cuanto me dicen mentiras…mire cómo vibra, ¡mire! Entonces, ¿Sabía o no de mí llegada?

Comisario
(Traga saliva, azorado) Pues sí, lo sabía… pero no le esperábamos tan pronto, la verdad…

Loco
Claro, y precisamente por eso el Consejo Superior ha decidido adelantar mi llegada. Nosotros también tenemos informadores. Y así los hemos pillado por sorpresa. ¿Lo lamenta?

Comisario
(Aturdido) No, qué va, figúrese… (El loco se señala el cuello que vibra)… es decir, sí, muchísimo… (_Le indica una silla) Pero póngase cómodo, déme el sombrero. (Lo coge y añade)… ¿O prefiere dejárselo?

Loco
Quédeselo, no es mío.

Comisario
¿Cómo? (Se dirige hacia la ventana) ¿Quiere que cierra la ventana?
Loco
En absoluto, no se molesta. Pero avise al comisario jefe, me gustaría empezar cuanto antes

Comisario
Claro, claro. Pero… ¿no sería mejor ir a su despacho? Es más cómodo

Loco
Ya, pero fue en este despacho dónde ocurrió ese feo asunto del anarquista, ¿verdad?

Comisario
Si, fue aquí.

Loco
(Abre los brazos) ¡Pues entonces! (Se sienta saca del maletín unos documentos. Vemos que lleva otro maletín, enorme, del que saca un montón de cachivaches: una lupa, una pinza, una grapadora, un martillo de juez de madera, un código penal. Junto a la puerta el Comisario habla en voz baja al oído del Agente. Sigue ordenando los documentos.) Comisario, prefiero que en mi presencia se hable siempre en voz alta.

Comisario
Sí perdón. (Al agente) Dile al señor comisario jefe que venga cuanto antes, si puede…

Loco
Y si no puede, también.

Comisario
(Se corrige, sumiso) ¡Y si no puede, también!

Agente
(Saliendo) Si señor.

Comisario
(Observa al juez que está ordenando los documentos. Con unas chínchelas ha clavado varios papeles en la pared, en el armario, en las contraventanas. De pronto recuerda algo) ¡Ah, claro… los atestados! (Coge el teléfono y marca) Pásame al comisario Bertozzo. ¿Dónde está? ¿Con el comisario jefe? (Cuelga y va a marcar otro número, pero el loco le interrumpe)

Loco
Perdone que me meta, comisario…

Comisario
Diga, señor juez.

Loco
Ese comisario Bertozzo al que busca, ¿tiene algo que ver con la revisión del procedimiento?

Comisario
Sí, es que…verá, como él tiene el archivo con toda la documentación…

Loco
Pero si no hace falta, yo lo traigo todo, ¿para qué queremos otra copia?

Comisario
Tiene razón, para qué la queremos… (Se oye la voz indignada del Comisario jefe que entra como una catapulta, seguido por el Agente aterrado)

Comisario jefe
A ver, comisario, ¿qué es eso de que venga a verle aunque no pueda?

Comisario
Tiene razón jefe… pero es que como…

Comisario jefe
¡Ni como ni hostias! ¿Es que de pronto es usted mi superior? Ante todo, le advierto que su actitud insolente no me gusta en lo absoluto… y menos con sus colegas… ¡Veamos, si ahora hasta les das puñetazos en la cara!

Comisario
Es que, verá, jefe, Bertozzo no le habrá contado lo de la pedorreta, ni lo del semisótano… (El loco, fingiendo colocar sus papeles, se oculta en cuclillas tras la mesa)

Comisario jefe
¡Pero qué pedorreta ni qué semisótano! Vamos, no sea infantil… en lugar de quedarse calladito, que ya tenemos encima los ojos de todo mundo… con esos canallas periodistas haciendo alusiones, y difundiendo noticias tendenciosas… y deje de hacerme señas para que me calle… yo hablo como me… (El comisario le indica al falso juez, que disimula) ¡Ah, ese! ¿Quién es? ¿Un periodista? Por qué no me lo ha…

Loco
(Sin levantar la vista de sus papeles) No, señor director, no se preocupe, no soy periodista, y no habrá chismorreos, se lo aseguro.

Comisario jefe
Se lo agradezco.

Loco
Comprendo y comparto su preocupación. De hecho, yo mismo antes que usted he tratado de hacer ver a su joven colaborador…

Comisario jefe
(Al comisario) ¿Ah sí?

Loco
Este joven, que parece tener un talante algo irascible e impaciente y que, por lo visto, es también alérgico a las pedorretas calabresas y a los semisótanos… entre nosotros, hágame caso, señor comisario… (Le habla casi al oído)… le hablo como a un padre… este muchacho necesita un buen psiquiatra. Tome, llévelo a que lo vea este amigo mío… es un genio. (Le mete en la mano una tarjeta) Profesor Antonio Rabbi, ex profesor adjunto… Pero repare en la coma.

Comisario jefe
(No sabe cómo zafarse) Gracias, pero si me permite, yo…

Loco
(Cambia rápidamente de tono) Claro que le permito, faltaría más. Siéntese y empecemos. Por cierto, ¿Su colaborador le he informado de que yo…?


Comisario
No, perdone, no me ha dado tiempo. (Al comisario jefe) El profesor Marcos Malipiero es el primer consejero del Tribunal Supremo

Loco
Por favor, olvide lo de “Primer consejero”, es lo de menos… Con decir “uno de los primeros” basta.

Comisario
Como guste.
Comisario jefe
(Le cuesta encajar el golpe) Excelencia… no sé como…

Comisario
(Trata de ayudarle) El señor juez está aquí para revisar el procedimiento.

Comisario jefe
(Con inesperado ímpetu) ¡Ah, si claro, le estábamos esperando!

Loco
¿Lo ve? Su superior es más sincero, juega con las cartas boca arriba. ¡Aprenda! Claro que es otra generación, otra escuela…

Comisario jefe
Sí, otra escuela.

Loco
Mire, deje que se lo diga cuanto antes. Me es usted… como diría, casi familiar… como si le conociera de hace años. ¿Por casualidad no habrá estado en destierro?

Comisario jefe
(En destierro)

Loco
Pero ¿qué digo? ¿Un comisario jefe en destierro, cuándo se ha visto? Volvamos a lo nuestro.

Comisario jefe
¡A lo nuestro!

Loco
(Lo mira torvamente) ¡Ya está! (Le señala con el dedo) ¡Pero no, es imposible, basta de alucinaciones! (Se frota los ojos, mientras el Comisario cuchichea rápido al oído del Comisario jefe quien se derrumba literalmente en una silla. Se enciende un cigarro, nervioso) Bien, vayamos a los hechos. Según los atestados… (Hojea unos papeles. Al comisario se le atraganta el humo)… la noche del… la fecha no nos interesa… un anarquista, de profesión maquinista de tren, se encontraba en este despacho para ser interrogado sobre su participación en la operación dinamitera de bancos que causo la muerte a dieciséis ciudadanos inocentes. Y estas son palabras textuales suyas, señor comisario jefe: “Había indicios gravísimos en su contra”. ¿Fue eso lo que dijo?

Comisario jefe
Si, pero en un primer momento, señor juez, después…


Loco
Precisamente estamos en el primer momento. Procedamos por orden. Hacia medianoche el anarquista, preso de rapto, sigue siendo usted quien habla, preso de rapto se arroja por la ventana estrellándose en el suelo. Ahora bien, ¿Qué es un rapto? Según el diccionario Bandieu, el rapto es una forma exasperada de angustia suicida que afecta a individuos incluso psíquicamente sanos, si se les provoca una violente ansiedad, una angustia desesperada. ¿Correcto?

Ambos
Correcto

Loco
Entonces veamos quién o qué provocó esa ansiedad, esa angustia. No tenemos más que reconstruir los hechos. Le toca salir a escena, señor comisario jefe.

Comisario jefe
¿A mí?

Loco
Sí, adelante. ¿Le importa representar su famosa entrada?

Comisario jefe
Perdone, pero… ¿qué famosa…?

Loco
La que provocó el rapto.

Comisario jefe
Señor juez, debe haber un malentendido, esa entrada no la hice yo, sino mí adjunto, un colaborador…

Loco
Eh eh, no es bonito descargar responsabilidades en los subordinados… peor aún, está muy feo. Vamos, rehabilítese e interprete su pape.

Comisario
Pero señor juez, sólo fue uno de esos trucos que se utiliza a menudo... en todas las policías, para que confiese el sospechoso.

Loco
¿Quién le ha preguntado? Haga el favor de dejar hablar a su superior. ¿Sabe que es un grosero? A partir de ahora conteste sólo si se le pregunta, ¿Entendido? Y usted, señor comisario jefe, por favor represente esa entrada, en primera persona.

Comisario jefe
Está bien, Fue más o menos así: el anarquista sospechosos estaba ahí, justo donde está usted sentado. Mi colabo… es decir, yo, entré con cierto ímpetu…

Loco
¡Bravo!

Comisario jefe
¡Y la agredí!

Loco
¡Así me gusta!

Comisario jefe
Querido maquinista, además de subversivo… deja de tomarme el pelo…

Loco
No, por favor, siga el libreto. (Muestra el expediente) Aquí no hay censura… ¡no fue eso lo que dijo!

Comisario jefe
Bueno, sí, le dije: no me toques las, nances.

Loco
¿Dijo “narices”?

Comisario jefe
Se lo juro

Loco
Le creo, siga. ¿Cómo terminó?

Comisario jefe
Tenemos pruebas de que fuiste tú quien colocó las bombas en la estación.

Loco
¿Qué bombas?

Comisario jefe
(Baje el tono: didáctico) Estoy hablando del atentado del 25 de…

Loco
No, conteste con las mismas palabras de aquella noche. Imagine que soy el ferroviario anarquista. Animo, vamos. ¿Qué bombas?

Comisario jefe
¡No te hagas el tonto! Sabes perfectamente de qué bombas hablo. Las que colocasteis en los vagones de la estación central, hace ocho meses.

Loco
¿Pero realmente tenían esas pruebas?

Comisario jefe
No, pero como le estaba explicando antes el comisario, era uno de esos trucos que empleamos a menudo en la policía.

Loco
Ja ja… son ustedes linces. (Le da un golpe en la espalda que le deja sin aliento)

Comisario jefe
Pero teníamos sospechas… como el acusado era el único ferroviario anarquistas en todo Milán, era fácil deducir que era él-


Loco
Evidente. Por lo tanto, si resulta indudable que las bombas de los trenes las ha puesto un ferroviario, en consecuencia podemos deducir que las famosas bombas del palacio de Justicia de Roma las coloco un juez, que las del Monumento al Soldado desconocido las puso en comandante de la guardia y las del banco de agricultura, pues un banquero o un agricultor, según se quiera. (De pronto furioso) Por favor, señores… he venido a realizar una investigación sería, no para jugar a estúpidos silogismos, Sigamos. (Lee) “El anarquista no pareció afectado por las acusaciones, y sonreía incrédulo”. ¿Quién redactó este atestado?

Comisario
Yo, señor juez.

Loco
Bravo. Así que sonreía… pero aquí se comenta también… son sus palabras textuales, citadas a su vez por el juez que archivó el procedimiento… “Sin duda contribuyó a la crisis suicida el temor a perder su puesto, al despido”. ¿Pero cómo, antes incrédulo, y luego, de pronto, siente temor? ¿Quién le inspiró el temor? ¿Quién habló de despidos masivos?

Comisario
No, le juro que yo por mi parte no…

Loco
Por favor, nada de minucias. Ni que fueran ustedes violinistas… vamos, todos los policías del mundo entran a saco, y no entiendo por qué precisamente ustedes son los únicos que usan vaselina… Pero si tienen todo el derecho de comportarse así, ¡estaría bueno!

Ambos
Gracias, señor juez

Loco
De nada, Además ya se sabe, a veces puede ser peligroso. Se le dice a un anarquista: “Lo tienes crudo, a lo mejor tus jefes de los ferrocarriles, cuando les contemos que eres anarquista… te echan a la calle… ¡Despedido!”, y se derrumba. Un anarquista, hablemos claro, tiene un especial apego a su puesto de trabajo. En el fondo, son unos pequeños burgueses, aferrados a sus comodidades: sueldo fijo todos los meses, gratificaciones, la extra, la jubilación, la seguridad social, una vejes tranquila… Nadie piensa en su vejez como un anarquista, créanme… Estoy hablando de nuestros anarquistas, por supuesto… de esos comodones de ahora, nada que ver con los de antes que los desterraban de un sitio a otro… ¿entiende usted de destierros, señor comisario jefe? Uy, ¿pero qué digo? Entonces, recapitulando, ustedes hunden moralmente al anarquista, le deprimen, y él se tira…

Comisario
Si me permite, señor juez, la verdad es que no ocurrió en seguida… aún falta mi intervención.

Loco
Claro, claro, tiene razón. Primero ocurrió que usted salio, luego volvió a entrar, y tras una pausa artística, dijo… Ánimo, comisario, diga su réplica, y siga imaginando que soy el anarquista.

Comisario
Sí, claro: “Me acaban de llamar de Roma. Hay una buena noticia para ti. Tu amigo, perdón, tu compañero el bailarín he confesado. Ha reconocido que fue él quien colocó la bomba en el banco de Milán”


Loco
¿Cómo lo tomo el ferroviario?

Comisario
Regular, se puso pálido, pidió un cigarro… lo encendió…

Loco
Y se tiró

Comisario jefe
No, no fue enseguida…

Loco
En la primera versión usted dijo “en seguida”, ¿no es cierto?

Comisario jefe
Sí, es cierto.

Loco
Además, siempre se hablaba con la prensa o la televisión, decía que el anarquista antes de su trágico gesto ya se sentía perdido. Que lo tenían “pillado” , ¿no dijo eso?

Comisario jefe
Sí, dije exactamente “pillado”

Loco
¿Y qué más declaró?

Comisario jefe
Que su coartada, según la cual pasó la famosa tarde del atentado jugando a las cartas en una taberna de las afueras, se había caído, ya no se sostenía.

Loco
Y por tanto el anarquista debía ser claramente inculpado también de los atentados a los bancos, además de los trenes. Y añadió, para terminar, que su gesto suicida era un “evidente acto acusatorio”

Comisario jefe
Sí, lo dije.

Loco
Y usted, comisario, gritó que ya de vivo era un canalla, un delincuente. Pero unas se manas mas tarde, usted, señor comisario jefe, declaró – aquí está el documento – que “naturalmente”, repito, “naturalmente”, no había indicios concretos contra el pobre ferroviario. ¿Correcto? Por tanto, era inocente, e incluso usted, señor comisario jefe, llegó a comentar: “ese anarquista era un buen muchacho”

Comisario jefe
Sí, lo admito… nos equivocamos.

Loco
Por supuesto, todos podemos equivocarnos. Pero ustedes, perdónenme, se han pasado. Ante todo, detienen de manera arbitraría a un ciudadano libre, a continuación abusan de su autoridad reteniéndole más allá del plazo legal; después lo traumatizan, asegurándole que tienen pruebas de que es el dinamitero de los trenes, acto seguido le crean, de manera más o menos intencionada, la psicosis de que va a perder su puesto de trabajo, y para rematar la faena, el mazazo final: que su amigo y su compañero romano se ha confesado culpable de la masacre de Milán. ¿Su amigo, un asesino repugnante? Tanto que comenta, destrozado:”Es el fin de la anarquía”, y se tira por la ventana. Pero oigan, ¿nos hemos vuelto locos? Llegados a este punto, ¿Cómo va a extrañarnos que a un pobre tan machacado le de un rapto? No, lo siento, pero en mi opinión son ustedes claramente culpables. Son absolutamente responsables de la muerte del anarquista, y deben ser acusados de instigación al suicidio.

Comisario jefe
Pero señor juez, cómo es posible… nuestro oficio, usted mismo lo ha reconocido, requiere que interroguemos a los sospechosos y para hacerles hablar, ha veces nos vemos obligados a recurrir a artimañas, trucos y alguna que otra violencia psíquica…

Loco
No, aquí no se trata de “alguna que otra”, sino de continua violencia. Para empezar, ¿tenían pruebas concluyentes de que el pobre ferroviario mintió sobre su coartada? Contesten.

Comisario jefe
No, pruebas concluyentes no teníamos, pero…

Loco
Nada de peros. ¿Siguen existiendo dos o tres jubilados que confirmen su coartada?

Comisario
Sí, existen

Loco
Entonces mintieron también a la televisión y a la prensa, al decir que la coartada se había caído, pero subsistían indicios graves. O sea que las trampas, las artimañas, los trucos no sólo los utilizan para que confiesen los sospechosos, sino para manipular y traicionarla buena fe del pueblo simple y confiado (El comisario jefe quiere intervenir) Haga el favor de dejarme acabar ¿No le suena que difundir noticias falsas, o simplemente tendenciosas, es andelito grave?

Comisario Jefe
Pero es que ese colaborador me aseguró…

Loco
Ah, otra vez echando balones fuera… Entonces conteste usted, comisario. La noticia de que el bailarín anarquista había confesado, ¿de dónde salio? Me he leído todos los atestados de los interrogatorios realizados por la policía y por el juez instructor de Roma… (Se los enseña)… y en ninguna parte dice que el anarquista admitiera una sola vez su responsabilidad en la masacre de los bancos. ¿Entonces, qué? ¿También se inventaron ustedes esa confesión? ¡Conteste!

Comisario
Sí, nos la inventamos.

Loco
¡oh, vaya fantasía! Deberían ser escritores. Y quizás aún puedan serlo. En la cárcel se escribe divinamente. Están deprimidos, ¿eh? Pues quiero añadir con total franqueza que en Roma tienen pruebas aplastantes de tulpas gravísimas contra ustedes. Qué están acabados, y que los ministerios justicia e interior han padecido cárgaselos, para dar un escarmiento lo más severo posible, y recuperar la credibilidad que la policía ha perdido.
Comisario Jefe
¡No, es increíble!

Comisario
Pero cómo pueden…

Loco
Pueden, no lo duden. Dos carreras arruinadas. Es la política, señores. Antes servían ustedes para un determinado jefe… había que reventar las luchas sindicales, crear el clima de “muerte al subversivo”… pero han cambiado las tornas, la gente se ha indignado demasiado con la muerte del anarquista defenestrado, pide dos cabezas… ¡y el Estado se las entrega!

Comisario Jefe
¿Y tienen que ser las nuestras?

Comisario
¡Eso!

Loco
Hay un viejo dicho inglés: “el amo azuza a los mastines contra los campesinos… si los campesinos se quejan al rey, el amo, para hacerse perdonar, mata a los mastines”

Comisario Jefe
¿Y usted cree… realmente… está seguro?

Loco
¿Pues quién soy, más que su verdugo?

Comisario
¡Maldito oficio!

Comisario Jefe
Ya sé yo quién me ha hecho la cama… pero me la vas a pagar.

Loco
Seguramente muchos disfrutarán con su desgracia, y se reirán encantados.

Comisario
Sí, empezando por los compañeros… ¡es lo que me cabrea!

Comisario Jefe
Por no hablar de la prensa…

Comisario
Cómo nos van a poner… ¿Se imagina las revistas?

Comisario Jefe
Qué no sacarán, esos gusanos, que antes venían a lamernos las manos… “¡A por el esbirro!”

Comisario
“¡Era un sadico, un violento!”

Loco
Por no mencionar las humillaciones, las ironías…
Comisario Jefe
Y los desplantes. Todos nos volverán la espalda… no encontraremos trabajo ni de aparcacoches.

Comisario
¡Qué asco de mundo!

Loco
No, qué asco de gobierno.

Comisario Jefe
Puestos así, digamos, ¿Qué podemos hacer? Aconséjenos.

Loco
¿Yo? ¿Y qué les voy a decir?

Comisario
Sí, aconséjenos.

Loco
Yo, en su lugar…

Comisario Jefe
¿En nuestro lugar?

Loco
Me tiraría por la ventana.

Ambos
¿Cómo?

Loco
Me han pedido un consejo, y estando así las cosas, que aguantar una humillación semejante… háganme caso, ¡tírense! ¡Ánimo! Déjense llevar por el rapto y tírense. (Los empuja hacia la ventana)

Comisario Jefe
¡No, espere, espere!

Loco
¿Cómo qué espere? ¿Qué esperan ustedes? ¿Qué pintan ya en este mundo asqueroso? ¿Es esto vida? Un asco de mundo, un saco de gobierno, todo es un asco… ¡Tirémonos! (Los arrastra con fuertes tirones)

Comisario Jefe
No, señor juez, qué hace… ¡Aún me quedan esperanzas!

Loco
No hay esperanzas. Están acabados, ¿lo quiere entender? ¡Acabados! ¡Acabados! ¡Abajo!

Comisario Jefe
¡Socorro! ¡No empuje… por favor!


Loco
No empujo yo, si no el rapto. ¡Viva el rapto liberador! (Los agarra de la cintura, obligándolos a subir al alféizar de la ventana)

Comisario Jefe
¡No, no, socorro! (Entra el agente que había salido antes)

Agente
¿Qué ocurre, jefe?

Loco
(Los suelta) Nada, nada, no curre nada, ¿verdad comisario, verdad señor comisario jefe? Vamos, tranquilice la agente.

Comisario Jefe
(Baja la ventana temblando) Bueno… tranquilo… sólo ha sido…

Loco
Un rapto

Agente
¿Un rapto?

Loco
Sí, querían tirarse por la ventana.

Agente
¿Ellos también?

Loco
Sí, pero no se lo diga a la prensa, por lo que más quiera.

Agente
Descuide.

Comisario
Pero si no es verdad, era usted señor juez quién quería.

Comisario Jefe
Eso.

Agente
¿Usted quería tirarse, señor juez?

Comisario Jefe
No, él empujaba.

Loco
Es verdad, yo les empujaba. Y por poco se caen en serio… estaban desesperados. Y cuando uno está desesperado, en un tris…

Agente
Claro, en un tris…

Loco
Y mírelos, siguen desesperados… ¡qué caras de entierro!

Agente
(Animado, por la confianza del juez) Sí, con permiso, y hablando mal y pronto, señor juez… me parece que están algo… cagados, como se suele decir…

Comisario Jefe
¿Te has vuelto loco?

Agente
Perdone, quería decir… acojonados.

Loco
Vamos, vamos, arriba los ánimos, comisarios… ¡un poco de alegría!

Comisario Jefe
Sí, usted lo tiene fácil, pero póngase en nuestro lugar… le aseguro que por un momento… ¡casi me tiro de verdad!

Agente
¿Casi se tira? ¿En persona?

Comisario
¡Yo también!

Loco
¿Ven señores, lo que es el rapto? ¿Y quién habría temido la culpa?

Comisario Jefe
Esos cabrones del gobierno, quién si no… Primero te azuzan: “reprimir, crear un clima de subversión, de desorden generalizado”…

Comisario
“¡De necesidad de un estado fuerte!” y tú te lo tomas en serio, y después…

Loco
No, en absoluto. La culpa la habría tenido yo.

Comisario Jefe
¿Usted? ¿Y por que?

Loco
Por que todo es mentira. Me lo he inventado todo.

Comisario Jefe
¿Qué quiere decir? ¿No es verdad que en Roma se nos quieren cargar?

Loco
Ni se les pasa por la cabeza.

Comisario
¿Y las pruebas aplastantes?

Loco
Jamás las hubo

Comisario
¿Y lo del ministro que pedía nuestras cabezas?

Loco
Puro invento: el ministro les ama, son ustedes la niña de sus ojos. Y el director de la policía, al oír sus nombres se emociona tanto, que llama a su mamá.

Comisario Jefe
¿No es una broma, verdad?

Loco
No lo es. El gobierno entero les ama. Y también les diré que el refrán de los mastines es falso. Ningún amo a matado nunca a un mastín para complacer a un campesino. Si acaso, todo lo contrario. Y si el mastín muere en la reyerta, al rey le falta tiempo para mandar telegramas de pésame al amo. Y coronas con bandera. (El comisario va hablar: el comisario jefe, muy nervioso, se impacienta)

Comisario
Si no e entendido mal…

Comisario Jefe
Claro que ha entendido mal. Déjenme a mí, comisario…

Comisario
Si señor, perdone

Comisario Jefe
No comprendo por qué ha montado esta farsa, señor juez.

Loco
¿Farsa? Qué va, es uno de esos trucos o engaños tan normales, que la magistratura también emplea a veces, para demostrar a la policía que sus métodos son incorrectos, por no decir criminales.

Comisario Jefe
Entonces, ¿sigue creyendo que el anarquista se tiro por la ventana, por que le empujamos nosotros?

Loco
Ustedes mismos me lo han confirmado hace un momento… ¡al perder la cabeza!

Comisario
Pero si nosotros no estábamos presentes cuando se tiró, pregúnteselo al agente…

Agente
Sí, señor juez, acababan de salir cuando se tiró.

Loco
Eso es como decir que si uno enciende la mecha de una bomba en un banco y luego sale, no es culpable, por que no estaba presente en el momento de la explosión. Da gusto saber cómo manejan aquí la lógica…
Comisario Jefe
No, señor juez, ha habido un malentendido… el agente se refería a la primera versión… y nosotros hablamos de la segunda.

Loco
Ah, ya… por que en un segundo momento se retractaron.

Comisario Jefe
Bueno, no exactamente… simplemente, puntualizamos.

Loco
Bien, oigamos pues. ¿Y qué puntualizaron? (El comisario jefe hace una seña al comisario)

Comisario
Pues que…

Loco
Les advierto que también les traigo los atestados para esta nueva versión. Por favor, continúe.

Comisario
Puntualizamos la hora del… cómo decir… del engaño…

Loco
¿La hora del engaño?

Comisario Jefe
Bueno, declaramos que el truco del anarquista, con embustes incluidos, no se lo contamos a medianoche, sino a las ocho de la noche.

Comisario
O sea, a las veinte horas.

Loco
Es decir, que lo adelantamos todo cuatro horas, incluido el vuelo por la ventana. Como un horario de verano perfeccionado.

Comisario
No, el vuelo no, seguía siendo a medianoche, sin cambios… había testigos.

Comisario Jefe
Entre ellos, ese periodista que estaba en el patio, ¿recuerda? (El “juez” niega con la cabeza) Y que al oír los golpes en la cornisa y en el suelo acudió el primero, y apunto la hora.

Loco
Bien. El suicidio ocurrió a medianoche y el truco con embustes a las ocho… ¿y qué hacemos con el rapto? Por que, mientras no se demuestre lo contrario, su versión del suicidio del anarquista se basa en el rapto. Todo mundo, empezando por el juez de instrucción y terminando por el fiscal, han insistido siempre en que ese desgraciado se tiro “por causa de un súbdito rapto”… y ahora, en el mejor momento, borran el rapto de plumazo.

Comisario Jefe
No, nosotros no borramos el rapto…

Loco
¡Claro que lo hacen! Distancian el suicidio nada menos que cuatro horas desde le momento en que usted o ese colaborador suyo entra y le gasta la famosa broma del “¡Tenemos pruebas!” ¿Dónde queda ahora el súbdito rapto? Cuatro horas más tarde, total nada… al anarquista le sobró tiempo para olvidar esa broma y muchas otras. Podía incluso haberle contado que Bakunin era confidente de la policía y del vaticano, y se lo habría tragado.

Comisario Jefe
¡Pero si era justo lo que queríamos, señor juez!

Loco
¿Contarle que Bakunin era confidente?

Comisario Jefe
No, que queríamos demostrar que el rapto no pudo deberse a nuestros trucos, a nuestras falsas afirmaciones, precisamente porque desde ese momento hasta el del suicidio pasaron cuatro horas.

Loco
Ah, claro, tiene razón… una concurrencia genial… ¡Enhorabuena!

Comisario Jefe
Gracias, señor juez.

Loco
Y así nadie puede inculparles. El embuste mal intencionado existió, pero no puede considerarse determinante.

Comisario
Exacto. Por tanto, somos inocentes.

Loco
Enhorabuena otra vez. Aunque sigue sin entenderse por qué ese pobre desgraciado se tiró por la ventana, pero no importa. Por ahora, lo, que importa es que ustedes resulten inocentes.

Comisario Jefe
Gracias. Le confieso que temía que estuviera prevenido contra nosotros… que quiera encontrarnos culpables a toda costa.

Loco
¡Por dios, todo lo contrario! Les diré que si he estado un poco duro y provocador, ha sido sólo para inducirles a presentar pruebas y argumentos que me permitieran ayudarles a salir airosos del trance.

Comisario Jefe
Estoy realmente emocionado… ¡Es hermoso saber que la magistratura sigue siendo la amiga más fiel de la policía!

Loco
Dejémoslo en colaboradora…

Ambos
Sí, dejémoslo.

Loco
Pero también tienen ustedes que colaborar para que pueda ayudarles hasta el fondo, y convertir su posición en inexpugnable.

Comisario Jefe
Por supuesto.

Comisario
Con mucho gusto.

Loco
En primer lugar tenemos que probar, con argumentos irrefutables, que en esas cuatro horas el anarquista fue superado hasta el más mínimo desaliento, el famoso derrumbamiento psicológico, como e llama el juez que archivo el caso.

Comisario Jefe
Bueno, está la declaración del agente aquí, y también la mía, en la que se declara que el anarquista, tras un primer momento de desaliento, se recuperaba…

Loco
¿Consta en atestado?

Comisario
Creo que sí…

Loco
Sí está, en la segunda versión de los hechos… aquí está: (Lee) “el ferroviario se tranquiliza y manifiesta que sus relaciones con el ex bailarín no eran buenas”. ¡Fantástico!

Comisario Jefe
Como diciendo que tampoco le importaba demasiado enterarse de que él era el dinamitero asesino.

Loco
Desde luego, no le aprecia demasiado, ni como anarquista ni como bailarín.

Comisario Jefe
A lo mejor, ni siquiera les consideraba anarquista.

Loco
Yo diría que le despreciaba.

Comisario
Durante una discusión llegaron a tirarse un salero…

Comisario Jefe
¡Con mala suerte que trae!

Loco
Y no olvidemos que el ferroviario sabía que en el grupo anarquista romano se habían infiltrado un montón de espías y confidentes de la policía. Incluso se lo había advertido al bailarín. “La policía os utiliza para crear disturbios… estáis rodeados de provocadores a sueldo, que os manejan a su antojo, y luego pagará las culpas toda la izquierda”

Comisario
Puede que discutieran precisamente por eso

Loco
Y como el bailarín no le hizo caso, tal vez nuestro ferroviario empezó a sospechar que también él era un provocador.

Comisario Jefe
Ah, es posible…

Loco
Y entonces, como no le importa nada, prueba irrefutable: el anarquista estaba muy sereno.

Comisario jefe
Si hasta sonreía… se acuerda, y yo mismo lo declaré ya en la primera versión.

Loco
Sí, pero el problema es que en la primera versión también declararon que el anarquista se encendió un cigarro, “hundido”, y comentó, “destrozado”: “¡Es el fin de la anarquía!” ¡Ta ta chan! Vamos, ¡a quién se le ocurre montar semejante melodrama!

Comisario jefe
Tiene razón, señor juez. Fue idea de este joven. Yo se lo dije; “las películas para los del cine, nosotros somos policías”

Loco
Hágame caso, llegados a este punto, el único modo de aclararnos, si queremos encontrar una solución orgánica, es hacer borrón y cuanta nueva.

Comisario jefe
¿Tenemos que dar una tercera versión?

Loco
¡Dios nos libre! Basta con hacer más creíble las dos que tenemos

Comisario jefe
Ahí, ahí.

Loco
Entonces, punto primero, regla primera: lo que está dicho, está dicho, y no hay vuelta atrás. Así que queda establecido que usted comisario, y usted, o quien en su lugar señor comisario jefe, montaron el truco con embustes… que el anarquista fumó su último cigarro y pronuncio su frase melodramática… pero, y aquí está la variante, no se tiró por la ventana porque no era aún medianoche, sólo eran las ochos.

Comisario jefe
Como en la segunda versión…

Loco
Y ya sabe que un ferroviario respeta siempre los horarios,

Comisario jefe
El caso es que así nos sobra tiempo para hacerle cambiar de humor… hasta el punto de hacerle posponer su intento suicida.
Comisario
¡Impecable!

Loco
Sí, pero cómo ocurrió ese cambio de humor… el tiempo sólo no basta para curar ciertas heridas. Alguien tuvo que ayudarle, no sé, con algún gesto…

Agente
Yo le di un chicle.

Loco
Bien hecho. ¿Y ustedes?

Comisario jefe
Yo no estaba…

Loco
No, este es un momento demasiado delicado. ¡Usted sí estaba!

Comisario jefe
De acuerdo, pues estaba.

Loco
Bien. Para empezar, ¿podemos decir que la desolación que embargó al anarquista les emociono un poco?

Comisario
Sí, a mí me emociono mucho.

Loco
¿Y podemos decir que lamentaba haberle disgustado… señor comisario jefe, usted que es tan sensible?

Comisario jefe
Sí, en el fondo me daba pena… lo sentía mucho.

Loco
Perfecto. Y seguro que no pudo evitar ponerle la mano en el hombro

Comisario jefe
No, no creo…

Loco
Vamos, un gesto paternal…

Comisario jefe
Bueno, es posible, pero no lo recuerdo.

Loco
Estoy seguro de que lo hizo. Se lo ruego, ¡dígame que si!

Comisario
Sí, sí que lo hizo… ¡yo lo vi!

Comisario jefe
Bueno, sí él lo vio…

Loco
(Al comisario) Y usted, por su parte, le dio un cachete en la mejilla… así. (Le da un cachete)

Comisario
No, siento decepcionarle, pero estoy seguro de que no… no le di ningún cachete…

Loco
Claro que me decepciona… ¿sabe por qué? Por que ese hombre, además de anarquista, era ferroviario. ¿Lo había olvidado? ¿Y sabe qué significa ferroviario? Significa algo que está ligado a nuestra infancia… trenes eléctricos y de juguete… ¿Nunca tuvo un tren de niño?

Comisario
Sí, tenía uno a vapor, que echaba humo… blindado, por supuesto.

Loco
¿Y hacía tu-tuu?

Comisario
Sí, tu-tuu…

Loco
¡Magnifico! Ha dicho tu-tuu, y se le han iluminado los ojos. No, usted no puede sentir más que afecto por ese hombre… porque en su subconsciente estaba unido a su trenecillo… y si el sospechoso hubiera sido, qué sé yo, banquero, usted ni le habría mirado siquiera, pero era un ferroviario y, estoy seguro… le dio un cachete…

Agente
Sí, es verdad, yo lo vi. ¡Le dio dos cachetes!

Loco
Ya lo ve, tengo testigos. ¿Y qué dijo mientras le cacheteaba?

Comisario
No recuerdo…

Loco
Yo se lo recordaré. Le dijo: “Vamos, vamos, no te deprimas… ya verás, la anarquía no morirá”

Comisario
La verdad, no creo…

Loco
Ah, no… lo dijo, o me enfado. Mire mi cuello. ¿Admite que lo dijo, si o no?

Comisario
Bueno, si es por darle gusto…

Loco
Entonces dígalo. Tengo que incluirlo en el informe. (Empieza a escribir)


Comisario
Bueno, pues… le dije… vamos, vamos, no te lo tomes… ya verás… ¡la anarquía no morirá!

Loco
Bien. Y luego cantaron.

Comisario jefe
¿Qué cantamos?

Loco
Es natural. Por entonces se había creado tal clima de amistad, de camaradería, que no pudieron dejar de cantar, ¡todos en coro! ¿Y qué cantaron? Me imagino que ¡A las barricadas!...

Comisario Jefe
No, perdone señor juez, pero en lo del canto a coro ya sí que no podemos seguirle.

Loco
¿Ah, no me siguen? ¿Pues saben lo que les digo? Que ahí se quedan, y que se las apañen solos. Estableceré los hechos tal y como los han expuestos. ¿Y saben qué saldrá? Perdonen la expresión un poco subida de tono, pero saldrá un auténtico burdel, Primero dicen una cosa, luego se retractan… Dan una versión, y medio hora después, otra completamente distinta… ni siquiera se ponen de acuerdo. Aquí hay un agente que llega a decir que el anarquista ya intentó tirarse por la ventana por primera vez ese mismo día, a última hora de la tarde, delante de ustedes mismos… y ni siquiera me han mencionado ese detalle. Hacen declaraciones a la prensa, y, si no me equivoco, incluso al telediario, de este calibre: Naturalmente, no existen actas de los interrogatorios que se practicaron al anarquista, no nos dio tiempo“… y poco después, milagro, salen a relucir no una as acta, si dos o tres… firmados por él, de su puño y letra, ¡cuando estaba vivo! Si un sospechoso cayera en contradicción sólo la mitad que ustedes, como poco ya se lo habrían cargado. ¿Saben que piensa la gente de ustedes? Que son unos embaucadores, unos farsantes… quién les va a creer a estas alturas, como no sea el juez archivador, por supuesto. ¿Y saben la razón principal porque no les cree la gente? Por su versión de los hechos, además de estrafalaria, carece de calor humano. Nadie olvida las respuestas groseras e insolentes que usted, comisario, dio a la pobre viuda del anarquista, cuando le preguntó por qué no la habían avisado de la muerte de su marido. Ni un instante de emoción, nunca… ninguno de ustedes se dejó llevar… o rió, lloró… ¡canto! La gente sabría perdonarles todas las contradicciones en que han ido cayendo, una tras otra… si detrás de tantas torpezas, lograse vislumbrar un corazón, dos “hombres humanos” que se dejan llevar por la emoción y, aún siendo policías, cantan con el anarquista su canción, con tal de complacerle… “A las barricadas”… quién no se echaría a llorar, quién no gritaría con fervor sus nombres con fervor al escuchar la historia… Se los ruego, por su propio bien, y para que la investigación se vuelva a su favor… ¡Cantes!

(Empieza a cantar en voz baja mirando a los policías que, violentos, empiezan uno tras otro a cantar con él)

“¡En pie pueblo obrero, a la batalla!
¡Hay que derrocar a la reacción!”
¡Vamos, más voz!
(Los agarra de los hombros para animarles)
“¡A las barricadas, a las barricadas”… Voz, ¡hostias!
“Por el triunfo de la confederación!”

(Lentamente, sobre el Coro a plena voz, oscuro)


SEGUNDO ACTO

ESCENA PRIMERA

Aún en oscuro, los cuatro cantan como al final del acto, hasta acabar en el agudo final a plena luz.

Loco
(Aplaude, abraza y estrecha las manos) ¡Bravo, bravo! Ahora si qué estamos. Nadie podrá ya en eluda que el anarquista estaba muy tranquilo.

Comisario
Yo incluso diría que estaba contento.

Loco
Claro, se sentía como en casa, en uno de esos círculos romanos, donde abundan más los policías disfrazados que los auténticos anarquistas.

Comisario jefe
Nuestro bombardero de falsas informaciones no había dejado huella en su espíritu.

Loco
Por lo tanto, nada de rapto. El rapto vio más tarde. (Al comisario) ¿Cuando?

Comisario
Hacia medianoche

Loco
¿Qué lo provocó?

Comisario Jefe
Bueno, creo que el motivo…

Loco
¡No por Dios, usted no cree nada! Usted de esto no sabe nada, señor comisario jefe.

Comisario Jefe
¿Cómo que no sé nada?

Loco
Demonios, estamos haciendo juegos malabares para sacarle esto, para demostrar que no tiene nada que ver con la muerte con la muerte del ferroviario... por que ni siquiera estaba presente.

Comisario Jefe
Ah sí, tiene razón… perdone, me he distraído.

Loco
Se distrae demasiado, tenga cuidado. Así que no estaba, pero si estaba el comisario.


Comisario
Bueno, estaba, pero me marché en seguida…

Loco
Ah, otra vez con el escaqueo… Sea bu8eno, y cuénteme qué ocurrió hacia medianoche.

Comisario
Estábamos seis en este despacho: cuatro agentes, yo… y un teniente de carabineros.

Loco
Ah, sí, al que luego ascendieron a capitán.

Comisario
Si, ése.

Loco
¿Y qué hacían?

Comisario
Le interrogábamos.

Loco
¿Todavía? “¿Dónde estabas, qué hacías? ¡Habla! No te pases de listos”… Caray, después de tantas horas, me figuro que estarían todos un poco alterados… nerviosos… exasperado…

Comisario
Oh no, señor juez, estábamos tranquilísimos.

Loco
¿No le pegaron un poco? ¿Ni un tortazo?

Comisario
No.

Loco
¿Un guantazo?

Comisario
No.

Loco
¿Un revés, de canto?

Comisario
¿De canto?

Loco
Sí, como en los mensajes para la celulitis… ¡ta-ta-ta! (Mima veloz) ¡Ah, qué bien sienta! ¡ta!

Comisario
Que no, señor juez, ni con masaje. Le interrogamos en broma…

Loco
¿Broma?
Comisario
Se lo aseguro. Pregúntele al Agente (empuja al agente hacia el juez)

Loco
No es preciso. Resulta increíble, (Ensañe un papel) pero también consta en la declaración ante el juez que archivo el sumario.

Comisario
Claro, y él no lo puso en duda.

Loco
Yo también lo creo… ¿y en qué sentido, “en broma”?

Comisario
Pues el sentido de que estábamos en broma, y le interrogamos para divertirnos un rato.

Loco
No comprendo. ¿Es que jugaban a ponerse caretas y tocar trompetitas?

Comisario
Tanto no, pero nos reíamos, imitábamos a los sospechosos… unos chistes, unas bromas…

Agente
Uy, lo que nos reíamos… Sabe usted, el comisario, ahí donde lo vez, es un bromista… si le viese cuando está de humor, los interrogatorios tan chistosos que hace… ¡ja ja ja, que risa!

Loco
Ahora entiendo porqué en Roma han decidido cambiarles el lema.

Comisario Jefe
¿El lema de la policía?

Loco
Lo han decidido en ministerio.

Comisario Jefe
¿Nos los cambia?

Loco
Más bien se lo completan. ¿Cómo es ahora?

Comisario
La policía está al servicio del ciudadano.

Loco
Pues a partir de ahora será: “La policía está la servicio del ciudadano para divertirle”

Comisario Jefe
Ja ja, nos toma el pelo…

Loco
En absoluto. Estoy seguro de que tratan a los sospechosos en broma, como afirman. Yo estaba en Bérgano, cuando los interrogatorios de la llamada “Banda de los lunes”… recuerdan, estaban implicados un cura, un médico y un farmacéutico, un pueblo entero bajo sospecha, que luego resulto ser inocente. Pues bien, yo vivía en un hotelito situado cerca de la comisaría, y casi todas las noches me despertaban los gritos y lamentos, que al principio atribuí a gente golpeada, maltratada… hasta que comprendí que lo qué oía eran risas. Sí, risas un poco escandalosas de los interrogados: “Jua jua, madre mía” ¡Basta, ja ja! ¡Socorro, no puedo más! ¡Basta, comisario, que me muero de risa!

Comisario Jefe
Ironías aparte, ¿sabe que los condenaron a todos, del comandante al último número?

Loco
¡Claro, por exceso cómico! (Los policías hacen muecas de fastidio) No, no estoy en broma. Aún no se han dado cuanta de cuántas personas no culpables se inventan lo que sea, con tal de que las lleven a comisaría. Ustedes creen que son anarquistas, comunistas, sindicalistas, extremista… y en realidad son pobres enfermos deprimidos, hipocondríacos, melancólicos, que se disfrazan de revolucionarios para que ustedes los interroguen, y poder así pasar un buen rato, hacer unas risas.

Comisario Jefe
Señor juez, me parece que ahora, más que tomarnos el pelo, se está cachondeando de nosotros.

Loco
Qué dice, jamás me atrevería…

Comisario
Pues le juro que esa noche, con el anarquista, estábamos en broma.

Agente
Eso, de broma… yo también se lo juro.

Loco
Tú calla, que sólo pueden jurar los jefes. (El comisario jefe aparta bruscamente al agente) Está bien, admitámoslo. ¿Y a santo de qué eran las bromas?

Comisario
Sobre todo el anarquista bailarín.

Loco
Claro, por que era cojo. El anarquista bailarín, cojo… ja ja

Comisario
Sí, también por eso…

Loco
Y también dirían alguna maldad, porque además de ser bailarín, se dedicaba a enhebrar cuantas de colores para hacer pantallas modernistas… ¿No sería él también un poco “modernista”?

Agente
Ja ja, ¡el anarquista modernista!

Comisario Jefe
¡Calla!

Comisario
No, la verdad es que no llegamos a tanto.

Loco
Vamos, no sean modestos. De todos modos, está claro que se pasaron un poco con las bromas sobre su amigo el bailarín, y entonces el ferroviario se ofendió. ¿No fue así?

Comisario
Bueno, me figuro que sí.

Loco
¡Se levantó de un salto!

Comisario
Sí, se levantó de un salto…

Loco
… y grito: “¡Basta! No consiento esas insinuaciones, mi amigo es bailarín, vale, enhebra perlitas, es cojo… ¡pero es un tío, hostias!” Y así diciendo, se subió de un salto a la ventana, dio unos pasos de baile, y se tiró.

Comisario
Sí, más o menos debió ser así, pero no puedo jurarlo. Ya le he dicho que acababa de marcharme.

Agente
Pero yo sí estaba. ¡Si quieren, puedo jurarlo!

Loco
No, tú te callas.

Comisario Jefe
Caray, qué susceptible era el anarquista… ¡mira que tirarse por la ventana sólo porque se metían con su amigo!

Loco
Es que le tocaron un punto sensible. Para los anarquistas, el tema se la virilidad es fundamental. ¿No ha leído “sexo y anarquía”, de otto Weininger? ¿No? Es un clásico.

Comisario Jefe
No sé, pero ofenderse por un amigo, con el qué además ya ni siquiera se llevaba bien… son declaraciones textuales suyas, no lo olvide: ¡hasta le había tirado un salero!

Loco
Gracias por recordármelo. Entonces no podía estar molesto, irritado.

Comisario Jefe
Pues no.

Loco
Menudo Maquiavelo… ¡entonces fingió!

Comisario
¿Fingió?
Loco
Pues claro. El muy astuto montó la comedia del ofendido a muerte, para tener un pretexto lógico para suicidarse… ¡lógico para ustedes, pero absurdo para los demás!

Comisario Jefe
¿Cómo “para los demás”?

Loco
¿No lo entienden? Se hizo el kamikaze para hundirles. Él se tira ustedes, ingenuos, relatan los hechos tal y como ocurrieron a la prensa y a la televisión, y nadie les cree, menos nuestro amado juez archivador, por supuesto… quien, además, escuchen lo que escribió en la orden “el rapto fue provocado por “orgullo herido”. ¿Y quién se lo traga? ¡Suena a cuento chino!

Comisario Jefe
Es verdad, suena casi a broma.

Loco
Y así, a ustedes les pierde su sinceridad, y al malvado anarquista se parte de risa en su tumba.

Agente
¡Canalla! Y parecía buena persona.

Comisario Jefe
¡Canalla! (El agente enmudece, encogiéndose como un caracol en su concha) No se ofenda señor juez, pero esta versión del ferroviario kamikaze no me convence.

Comisario
Yo también tengo mis reservas…

Loco
Pues a mí no me convence en lo más mínimo. No la aceptarían ni en una serie policíaca. Estaba tratando de salvar su versión, que es aún más floja.

Comisario Jefe
(Frotándose los hombros) Por favor, ¿no le importa que manden cerrar la ventana? Es que de pronto hace un frío.

Loco
Claro, claro… la verdad es que hace frío.

Comisario
Es que acaba de ponerse el sol. (A un gesto suyo, el agente cierra la ventana)

Loco
Ya… pero entonces, esa noche el sol no se puso.

Comisario
¿Cómo?

Loco
Que la noche en que se tiró el anarquista, el sol se quedo arriba, no se puso. (Los tres policías se miran, perplejos)


Comisario Jefe
No lo comprendo. (El loco finge enfado)

Loco
Digo que, si en pleno mes de diciembre, a medianoche la ventana seguía abierta de par en par, significa que no hacía frío… y si no hacía frío, era por que el sol no se había puesto… vamos, que anochecería más tarde, como en Noruega en julio.

Comisario Jefe
No es eso, es que acaban de abrirla… para ventilarla, ¿es verdad?

Comisario
Había mucho humo.

Agente
El anarquista fumaba mucho, ¿sabe?

Loco
¿Y habían abierto las hojas, y también las contraventanas?

Comisario
Si, también.

Loco
¿En diciembre? ¿A medianoche, con el termómetro bajo cero, la niebla que te deja tieso? “¡Venga, venga, aire fresco!” ¡Qué nos importa la pulmonía! ¿Llevaban abrigo?

Comisario
No, sólo la chaqueta.

Loco
¡Qué machotes!

Comisario Jefe
No, si no hacía frío…

Loco
¿De veras? Esa noche, el boletín meteorológico dio temperaturas como para congelar a un oso polar, y ellos no tenían frío… si parecía primavera… ¿No tendrán un monzón africano privado, que sopla por aquí todas las noches, o será la corriente del golfo, que pasa por estas alcantarillas?

Comisario
Disculpe, señor juez pero no el comprendo. Antes dijo que había venido para ayudarnos, y resulta que se dedica a poner en duda nuestras declaraciones, a ridiculizarnos, a humillarnos…

Loco
Bueno, puede que exagere y dude en exceso, pero es que esto parece uno de esos juegos para subnormales de los pasatiempos: “Encuentre los 37 errores y contradicciones en que ha caído el comisario ojo de lince…” ¿Cómo voy a ayudarles? (Los policías se sientan en silencio, desconsolados) Bueno, bueno, no pongan esa cara de entierro… ¡Arriba esos ánimos! Les prometo que no volveré a tomarles el pelo, ¡máxima seriedad! Dejemos correr los antecedentes…

Comisario Jefe
Sí, dejemos correr…

Loco
… Y vayamos a los hechos, al salto.

Comisario
De acuerdo

Loco
Nuestro anarquista en pleno rapto… ya veremos luego cómo encontrar entre todos un motivo más verosímil para ese gesto insensato… se levanta de un salto, toma carrerilla… Un momento. ¿Quién le sirvió de estribo?

Comisario
¿De estribo?

Loco
Sí, ¿quién de ustedes se colocó junto a la ventana, con las manos cruzadas a la altura del vientre, así, para que el apoyara el pie, y ¡zas!, tomara impulso para volar por encima del parapeto?

Comisario
Pero, ¿qué está diciendo, señor juez, no pensara que nosotros…?

Loco
No, por favor, no se altere, simplemente preguntaba… Es que, al ser un salto tan grande, con tan poca carrerilla, sin ayudarle nadie…pues no quisiera que alguien dudara…

Comisario
No hay nada que dudar, señor juez, se lo aseguro. ¡Lo hizo sólo!

Loco
¿No había ni una de esas tarimas de competición?

Comisario
No.

Loco
¿El saltarín llevaba zapatos con tacón elásticos?


Comisario
No, nada de tacones.

Loco
Bien, así que tenemos, por un lado, un hombre de 1.60 escasos, solo, sin ayuda, ni escalera… por otro, media docena de policías que, pese a encontrase a pocos metros, uno incluso a junto a la ventana, no llegan a tiempo de intervenir…

Comisario
Es que fue tan repentino…


Agente
No se figura lo ágil que era ese demonio, por poco no consiguió sujetarle del pie.

Loco
Oh, ya ven, mi técnica de provocación funciona… ¿Le sujetó del pie?

Agente
Sí, pero me quedé con el zapato en la mano, y él se cayó.

Loco
No importa. Lo importante es que se quedaron con el zapato. L zapato es la prueba irrefutable de su voluntad de salvarle.

Comisario
¡Claro, irrefutable!

Comisario Jefe
(Al agente) ¡Bravo!

Agente
Gracias señor comi…

Comisario Jefe
¡Calla!

Loco
Un momento: aquí hay algo que no cuadra… (Muestra un papel) ¿El suicida llevaba tres zapatos?

Comisario Jefe
¿Cómo tres zapatos?

Loco
Pues sí, uno se le quedó en las manos el agente, él mismo lo declaro a los pocos días de la desgracia… (Muestra el papel) Aquí está.

Comisario
Es cierto, se lo conoto a un periodista.

Loco
Pero aquí, en este otro atestado, se dice que el anarquista moribundo en el suelo del patio seguía calzando los dos zapatos, según testificaron los periodistas presentes.

Comisario
No comprendo cómo pudo ser.

Loco
Yo tampoco. A menos que este agente tan rápido haya tenido tiempo, lanzándose por las escaleras, de bajar el descansillo del segundo piso, asomarse a la ventana antes de que pasara el suicida, calzarle el zapato al vuelo, y volver a subir como un rayo al cuarto piso en el preciso instante en que el suicida llegó al suelo.

Comisario Jefe
Ya estamos, se da cuenta, otra vez con sus ironías…
Loco
Tiene razón, no puedo remediarlo, disculpe. Entonces, tres zapatos. ¿No recuerdan si por casualidad era trípedo?

Comisario Jefe
¿Quién?

Loco
El ferroviario suicida. Si tenía tres pies, era lógico que llevase tres zapatos.

Comisario Jefe
(Molesto) No, no era trípedo.

Loco
No se moleste, por favor… de un anarquista cabe esperar cualquier cosa.

Agente
Eso es verdad.

Comisario Jefe
¡Calla!

Comisario
Qué desastre, maldita sea… hay que encontrar una solución plausible o…

Loco
Ya la he encontrado.

Comisario Jefe
Le escuchamos.

Loco
Ahí va. No hay de duda que uno de los zapatos la quedaba grande, y entonces, al no tener a mano una plantilla, se calzó un zapato más estrecho antes de calzarse el ancho.

Comisario
¿Dos zapatos en el mismo pie?

Loco
¿Qué tiene de raro? Como os chanclos, ¿recuerdan? Ese calzado de goma, que antes se llevaba encima de los zapatos…

Comisario Jefe
Eso, antes.

Loco
Pero hay gente que aún los lleva. ¿Saben qué les digo? Que lo que le quedó al agente en las manos no era un zapato, si no un chanclo.

Comisario
No, es imposible, ¡un anarquista con chanclo! Son cosas de gente anticuada, conservadora…

Loco
Los anarquistas son muy conservadores.
Comisario Jefe
¡Ya, por eso matan reyes!

Loco
Claro, para poder conservarlos embalsamados. Sí esperas a que se mueran de viejos, apergaminados, consumidos por las enfermedades, después se deshacen, se descomponen, y ya hay quien los conserve. En cambio así, recién matados…

Comisario
Se lo ruego, señor juez, con ciertos temas no me gusta…

Comisario Jefe
A mí tampoco.

Loco
Vaya, les cría nostálgicos, pero no precisamente de la monarquía… De todos modos, si no les valen los chanclos, ni la historia de los tres zapatos… (Suena el teléfono. Todos se paralizan. El comisario lo coge)

Comisario
Disculpen. Sí, dime. Un momento. (Al comisario jefe) El de la puerta dice que un periodista pregunta por usted.

Comisario Jefe
Ah, si… la había citado hoy. Es del “Expreso”, o del “Europeo”, no recuerdo. Pregunte si se llama Feletti.

Comisario
(Al teléfono) ¿Se llama Feletti? (Al comisario jefe) Sí, María Felletti.

Comisario Jefe
Es ella. Quiere una entrevista. Dígale que por favor vuelva otro día, hoy no tengo tiempo.

Loco
De ninguna manera, no permitiré que por mi culpa tenga usted problemas.

Comisario Jefe
¿En qué sentido?

Loco
La conozco, es importante, y se ofendería, es muy rencorosa… capaz, por despecho, de escribir uno de esos artículos… ¡Hágala pasar, por lo que más quiera!

Comisario Jefe
¿Y su investigación?

Loco
Puede esperar. Aún n ha entendido que estamos en el mismo barco, y a esa gente conviene tenerla a favor, no en contra. Hágame caso.

Comisario Jefe
De acuerdo. (Al comisario) Que suba.


Comisario
(Al teléfono) Acompáñala a mi despacho… (Cuelga)

Comisario Jefe
¿Y usted qué hace, nos deja?

Loco
De ninguna manera, yo jamás abandono a los amigos, y menos en los momentos peligrosos.

Ambos
¿Se queda?

Comisario Jefe
¿Y con que identidad? ¿Quiere qué ese buitre de periodista descubra quién es, y a que ha venido, para lego escribirlo a toda pagina en su periódico? Entonces reconozca que quiere hundirnos.

Loco
Tranquilos, no quiero hundirles. El buitre jamás abra quién soy en realidad.

Comisario
¿Ah, no?

Loco
No, cambiaré de personaje. Para mí es un juego de niños, se lo aseguro. “Psiquiatra de la sección criminal, director de la INTERPOL, dirigente de la policía científica”, lo que prefieran… si el buitre los pone en apuros con alguna pregunta malintencionada, no tienen más que guiñarme el ojo, e intervendré. Lo importante es que no se comprometan.

Comisario Jefe
Es usted muy generoso, señor juez… (Le estrecha las manos, emocionado)

Loco
No vuelva a llamarme juez, por lo que más quiera. Desde este momento soy el capitán Armando Guerra, de la policía científica, ¿De acuerdo?

Comisario
Pero es que el capitán Guerra existe realmente… está en Roma.

Loco
Por eso. Si la periodista escribe algo que no nos guste, resultará fácil demostrar fácil que se ha inventado todo, llamando como testigo al autentico capitán Guerra desde Roma.

Comisario
¡Es usted un genio! ¿De veras se atreve a interpretar el papel cié capitán?

Loco
Tranquilo, en la última guerra fui capellán del ejército.

Comisario Jefe
Silencio, ya está aquí. (Entra la periodista) Pase, señorita.

Periodista
Buenos días. ¿El comisario jefe por favor?
Comisario Jefe
Soy yo, encantado, señorita. Nos conocíamos sólo por teléfono, por desgracia.

Periodista
Mucho gusto. El agente de la puerta me ha puesto unas trabas…

Comisario Jefe
Tiene razón. Le ruego me disculpe, la culpa es mía por no haber avisado de su visita. Le presento a mis colaboradores, el agente Pisani y el comisario que dirige esta sección.

Periodista
Mucho gusto.

Comisario
El gusto es mío, señorita. (Le estrecha la mano al estilo militar)

Periodista
Caray, vaya apretón…

Comisario
Disculpe…

Comisario Jefe
(Indica al loco que está de espaldas, ocupado en algo)… y para terminar, el capitán… ¿Capitán?

Loco
Voy. (Aparece con bigote postizo, parche negro en un ojo, y mano cubierta por un guante marrón. El comisario jefe, atónito, enmudece. El loco se presenta) Capitán Armando Guerra, de la policía científica. Disculpe la mano rígida… es de madera, un recuerdo de la campaña de Argelia, ex paracaidista de la legión extranjera… pero tome asiento, señorita.

Comisario Jefe
¿Le apetece comer algo?

Periodista
No, gracias. Si no le importa, prefiero empezar cuanto antes. Lo siento, pero tengo un poco de prisa. Debo entregar el artículo esta tarde, para que entre esta noche.

Comisario Jefe
Como guste. Empecemos pues, estamos preparados.

Periodista
Tengo bastantes preguntas que hacerle. (Saca le bloc y lee) La primera es para usted, comisario, y perdone que sea un poco provocadora. Si no les importa, voy a grabar… a menos que tenga algo en contra… (Saca la grabadora del bolso)

Comisario
Pues la verdad… es que…

Loco
Faltaría más, adelante… (Al comisario) Primera regla; no contradecir.

Comisario
Pero como se nos escape algo… si después queremos desmentir, ella tendrá pruebas…

Periodista
Señores, ¿ocurre algo?

Loco
(Rápido) No, todo lo contrario… El comisario la estaba poniendo por las nubes… dice que usted es una mujer valiente, demócrata convencida, amante de la verdad y de la justicia... ¡Cueste lo que cueste!

Periodista
El comisario es muy amable.

Comisario
Pues usted dirá.

Periodista
¿Por qué le llaman “el saltaventanas”?

Comisario
¿El saltaventanas? ¿A mí?

Periodista
Sí, y también “el comisario olímpico”

Comisario
¿ÇY quien me lo llama?

Periodista
Aquí tengo fotocopia de la carta de un joven anarquista, escrita desde la cárcel, donde estaba recluido en los días en que murió nuestro anarquista. Habla usted, comisario, y de este despacho.

Comisario
¿Ah, sí? ¿Y que dice?

Periodista
(Lee) “El comisario del cuarto piso me sentó a la fuerza en la ventana, con la pierna colgando hacia fuera, y me provocaba: “Tírate”, y me insultaba… “¿Por qué no te tiras? ¿Te falta valor, eh? ¡Acaba de una vez! ¿A qué esperas?” Os aseguro que tuvo que apretar los dientes para no ceder y dejarme caer…”

Loco
Muy bueno, parece el guión de una película de Hitchcock

Periodista
Por favor, capitán… le pregunto al jefe de este despacho, no a usted. ¿Qué me contesta? (Acerca el micro a la boca del comisario)

Loco
(Al oído del comisario) ¡Calma e indiferencia!


Comisario
No tengo nada que contestar. Más bien usted debe contestarme, con toda sinceridad: ¿Cree que también senté en la ventana al ferroviario?

Loco
Calla, no caiga en la trampa. (Canturrea) Buitre malo vete ya, a mí deja en paz…

Periodista
¿Me equivoco, o usted capitán está obstaculizando?

Loco
En absoluto, sólo comentaba… Si me permite, señorita Felleti, quisiera preguntarle si nos ha tomado por presentadores de detergentes, ya que se empeña en vernos obsesionados con hacerle la prueba de la ventana todo anarquista que se nos ponga a tiro.

Periodista
Hay que reconocer que es usted muy hábil, capitán.

Comisario
Gracias, de menudo apuro me ha sacado… (Le palmea en la espalda)

Loco
Cuidado con los golpes, comisario… tengo un ojo de cristal. (Señala el parche)

Comisario
¿Un ojo de cristal?

Loco
Y tenga también cuidado con la mano… es postiza.

Periodista
Volviendo a la ventana, en el expediente de la orden de archivo del caso falta el informe pericial de la parábola de caída.

Comisario Jefe
¿Parábola de caída?

Periodista
Sí, la parábola de caída del presunto suicida.

Comisario Jefe
¿Y eso para que sirve?

Periodista
Para determinar si el anarquista estaba vivo en el momento del salto por la ventana. Es decir, si saltó dándose un mínimo impulso, o bien cayó inerte, como de hecho consta, resbalando por la pared… si se produjo fracturas o lesiones en los brazos o en las manos, como de hecho no consta… lo que significa que el presunto suicida no se protegió con las manos por delante en el momento de estrellarse en el suelo… un gesto normal e instintivo, por otro lado.

Comisario
Sí, pero no olvide que hablamos de un suicida, alguien que se tira por que quiere morir.

Loco
Ah, nada tiene que ver, en eso le doy la razón a la señorita. Como ve, soy objetivo. Se han hecho montones de experimentos al respecto: han cogido suicidas, los han tirado por la ventana, y han comprobado que todos, llegado el momento… ¡zas, las manos por delante!

Comisario Jefe
Vaya una ayuda la suya… ¿está loco?

Loco
Sí. ¿Quién se lo ha dicho?

Periodista
Pero el detalle más desconcertante, que agradecería me explicaran, es la ausencia, en esa orden de archivo, de la cinta donde se grabó la hora exacta en que llamaron la ambulancia… llamada que se hizo desde la centralita de la comisaría, y que, según ha declaro el camillero, se produjo a las doce menos dos minutos. Sin embargo, los periodistas que acudieron al patio declararon que el salto ocurrió a las doce y tres minutos… En pocas palabras, llamaron a la ambulancia cinco minutos antes de que el anarquista volara por la ventana. ¿Alguien entre ustedes puede explicarme esta curiosa anticipación?

Loco
Bueno, a veces llamamos ambulancias así, por si acaso… porque nunca se sabe, y ya ve, a veces acertamos.

Comisario
(Le da un manotazo en la espalda) ¡Bravo!

Loco
Ojo con el ojo, que se me va a salir…

Comisario Jefe
Además, no comprendo de qué quiere acusarnos. ¿Ser previsores es un delito? Total, por tres minutos de nada… ¡además, para la policía adelantarse es fundamental!

Comisario
Estoy seguro de que la culpa la tienen los relojes. Los periodistas los llevarían adelantados… quiero decir, adelantados…

Comisario Jefe
A lo mejor se retrasaba el reloj de la centralita telefónica que grabó nuestra llamada…

Agente
Claro, seguro que fue eso…

Periodista
¡Qué extraña hecatombe de relojes!
Loco
¿Por qué extraña? Ni que estuviéramos en Suiza… aquí cada uno pone su reloj como le parece… uno prefiere llevarlo adelantado, otro atrasado… este es un país de artista, de individualistas rebeldes a la rutina…

Comisario
¡Bravo, formidable! (Otro manotazo; se oye una canica rebotando en le suelo)

Loco
¿Ha visto? ¿Qué le había dicho? ¡Me ha sacado el ojo de cristal!

Comisario
(Se lanza a buscarlo, a cuatro patas) Perdone, ahora mismo se lo encontramos…

Loco
Menos mal que el parche lo ha retenido, que si no… a saber dónde iba a parar… Disculpe, señorita, ¿de que estábamos hablando?

Periodista
De que este es un país de artistas rebeldes a la rutina, y tiene razón: los más rebeldes son los jueces, que archivan, que omiten recoger los testimonios directos, las cintas con la hora grabada, las pruebas parciales de la caída, que no se pregunta porqué se llamo a la ambulancia con antelación… ¡minucias! Incluyendo los hematomas en el cuello del Fallecido, cuyas causas no han sido aclaradas.

Comisario Jefe
Cuidado, señorita. Le aconsejo que no hable por hablar, es peligroso.

Periodista
¿Es una amenaza?

Loco
No, señor comisario jefe, no creo que la señorita hable por hablar. Creo que se refiere a una versión de los hechos que he oído contar de más de una ocasión, y que curiosamente a salido de esta casa.

Comisario Jefe
¿Y en qué consiste?

Loco
Se rumorea que durante el último interrogatorio al anarquista, uno de los presentes, minutos antes de la media noche, perdió la paciencia y le asestó un fuerte manotazo en el cuello… tranquilo, comisario… y lo dejó casi paralizado. Además jadeaba, no podía respirar… entonces llamaron la ambulancia, y en un intento de reanimarlo, abrieron la ventana y lo llevaron allí, asomándolo un poco para que el aire fresco de la noche lo espabilara… Se lo comente que lo sujetaban entre dos, y, como suele pasar en estos casos, el tino se fiaba del otro… lo sujeto yo, lo sujetas tú… ¡y patapúm, se les cayó! (El comisario avanza, furioso, pisa la canica y se cae)

Periodista
Exacto, precisamente así.

Comisario Jefe
Pero, ¿se ha vuelto loco?

Loco
Sí, dieciséis veces, comisario jefe.

Comisario
¡Caray! ¿Que he pisado?

Loco
Mi ojo de cristal. ¡Mire como me lo a dejado! Agente, ¿le importa traerme un vaso de agua para que lo lave? (El agente sale)

Periodista
Reconocerán que esta versión aclararía muchos misterios: el por qué de la llamada anticipada a la ambulancia, el porque de la caída a peso muerto… e incluso el porqué del extraño término que el fiscal empleó en sus conclusiones.

Loco
¿Qué termino? Procure ser más clara, que ya tengo jaqueca.

Periodista
El fiscal declaró por escrito que la muerte del anarquista debe considerarse como “muerte accidental”. Y hay una gran diferencia entre ambos términos. Por otro lado, el drama, tal y como lo ha expuesto el capitán, podría difundirse precisamente como un accidente. (Mientras, ha llegado el agente con el vaso de agua: se lo ofrece al loco que, atento a la periodista, sin darse cuenta se traga la canica como si fuese una aspirina)

Loco
¡Cielos, mi ojo! Me lo he tragado… bueno, a ver si se me pasa la jaqueca…

Comisario Jefe
(Le dice al oído) ¿A qué juega ahora?

Comisario
¿No cree que le ha dado demasiada cuerda al buitre? Ahora está segura de habernos pillado.

Loco
Déjenme a mí, por favor. (A la periodista) Señorita, voy a demostrarle que esa última versión es inverosímil.

Periodista
Sí, tan verosímil como lo fue para el juez que archivó el caso la declaración de los jubilados.

Loco
¿Qué es esa historia de los jubilados inverosímiles?

Periodista
Me extraña que no lo sepa. En su orden de archivo, el juez declaró inverosímil los testimonios de los tres jubilados citados por el anarquista, que declararon que pasaron la trágica tarde de las bombas jugando con él a las cartas en una taberna del barrio.

Loco
¿Testimonios inverosímiles? ¿Y por que?

Periodista
Porque, según el juez, “se trata de anciano de salud precaria y además inválido”.

Loco
¿Y lo escribió en la orden?

Periodista
Sí.
Loco
Bueno, no le culpo. ¿Cómo se puede pedir, siendo objetivo, que un jubilado, anciano inválido, de guerra o por accidente de trabajo, ex obrero, posea las mínimas condiciones psicofísicas que se exigen para la delicada responsabilidad de testificar?

Periodista
¿Por qué no? Explíquese.

Loco
¿En que mundo vive? En lugar de ir de enviada especial a Argelia o a Ruanda, ¿por qué no se da una vuelta por los barrios de nuestras ciudades? ¿Tiene idea de lo que es un obrero? Cuando se jubilan, los han exprimido como limones, son auténticas larvas, sin reflejos… ¡una lastima!

Periodista
Creo que exagera.

Loco
Ah, sí… pues desee una vuelta por las tabernas de los jubilados juegan al mus y se enterará. Se insultan, se reprochan que no recuerdan las cartas, se enfadan… ¡casi se pegan!

Periodista
Cómo se pasa… pero aunque así fuera, ¿tienen ellos la culpa de estar hechos una pena?

Loco
Por su puesto que no, la culpa es de la sociedad. Pero no estamos aquí para procesar a la patronal y al capitalismo, sino para discutir la fiabilidad de los testigos. Si alguien esta hecho un desastre por que lo han explotado, o por que ha sufrido un accidente laboral, a nosotros, que somos gente de orden y de justicia, no nos incumbe.

Comisario Jefe
¡Bravo, capitán!

Loco
¿No tienes medios para comprarte vitaminas, proteínas, azúcares, grasas y calcio para la memoria…? Pues peor para ti, yo como juez te digo que lo lamento mucho, pero está fuera de juego, eres un ciudadano de segunda.

Periodista
Ya sabía yo que acabaría saliendo el clasismo, y el rollo de los privilegios de clase…

Loco
¿Y quién defiende lo contrario? Lo admito, en nuestra sociedad se divide en clases, incluso en lo tocante a testigos: los hay de primera, segunda y tercera categoría. No tiene que ver con la edad… puedes ser mas viejo que Matusalén, y estar completamente gaga, pero si vienes de la sauna caliente y fría, masaje, rayos UVA, camisa de seda, Mercedes con chofer… a ver que juez no te considera fiable. Incluso te besa la mano “¡súper fiable extra!” Por ejemplo, en el famoso proceso por la ruptura del embalse del Vaionl, los ingenieros acusados – los pocos que se dejaron pillar, por que los demás se esfumaron… a saber quién les pondría de aviso…- esos cinco o seis, que para embolsarse unos cuantos millones, ahogaron a unas dos mil personas en una sola noche, esos, aún siendo más viejos que nuestros jubilados, no fueron considerados poco de fiar, si no todo lo contrario, ¡máxima fiabilibidad! Porque, vamos, ¿para qué estudia uno una carrera? ¿Para qué se hace accionista mayoritario, para que le traten igual que a un jubilado muerto de hambre? Dicen que antes de su declaración, a esos accionistas no se les exigió que pronunciaran la fórmula clásica de “juro decir la verdad, toda la verdad” Parece ser que el secretario dijo: “Tomen asiento, señor ingeniero jefe, director de las construcciones hidráulicas X, y usted también, señor ingeniero y asesor ministerial, ambos accionistas con capital de 160 millones, siéntense, les escuchamos y les creemos” Después, con gran solemnidad, los jueces se pusieron en pie, y todos a coro, la mano en la Biblia, declamaron: “Juramos que dirán la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. ¡Lo juramos!” (El loco sale de detrás del escritorio, y vemos que tiene una pata de palo, estilo pirata. Todos le miran, atónitos. Se abre la puerta y asoma el comisario Bertozzo, con un ojo vendado)

Berozzo
Disculpen, ¿les interrumpo?

Comisario Jefe
Pase, Berozzo, siéntese.

Bertozzo
Sólo venía a entregar esto (Muestra una caja de metal)

Comisario Jefe
¿Qué es?

Bertozzo
El facsímil de la bomba que estallo en el banco.

Periodista
¡Dios mío!

Bertozzo
No se preocupe, señorita, está desactivada.

Comisario Jefe
Déjela ahí, y estreche la mano de su compañero. Usted, comisario… acérquese, y hagan las paces

Bertozzo
Pero qué paces jefe… si por lo menos supiera porqué se puso así conmigo… mire mi ojo… (El comisario jefe le da un codazo)

Comisario
¿No lo sabes, eh? ¿Y la pedorreta, qué?

Bertozzo
¿La pedorreta?

Comisario Jefe
Bueno, basta, que no están solos.

Loco
Eso.

Bertozzo
Pro jefe, es que me gustaría saber que mosca le ha picado… entró, y sin decir ni hola, ¡zaca!

Loco
Tiene razón, podía haberle dicho “hola”

Bertozzo
Es que… perdone, pero su cara me suena.

Loco
Será por que los dos llevamos el ojo tapado. (Todos ríen)

Bertozzo
No, que no es broma…

Loco
Permítame: Capitán Armando Guerra, de la científica.

Bertozzo
¿Guerra imposible? No, imposible, conozco al capitán Guerra

Comisario Jefe
(Le da una patada) No, no le conoce.

Bertozzo
¿Qué no lo conozco? ¿Está de broma?

Comisario
No, no le conoces. (Patada)

Bertozzo
No empieces…

Comisario Jefe
Déjelo ya… (Patada)

Bertozzo
Pero si fuimos compañeros de curso… (Patada del loco)

Loco
¡Le están diciendo que lo deje! (Le da un capón)

Bertozzo
¡Eh, oiga!

Loco
(Indica al comisario) Ha sido él. (El comisario Jefe lo arrastra hasta la periodista)

Comisario Jefe
Comisario, le presento a la señorita… luego hablamos…. La señorita Feletti, periodista, ¿Comprende? (Codazo)

Bertozzo
Mucho gusto, comisario Bertozzo… No, no lo comprendo. (Patada del comisario jefe, patada del loco que le está cogiendo gusto y le da otra al comisario jefe; al mismo tiempo da un manotazo en el cuello a Bertozzo y al comisario jefe)

Bertozzo
(Creyendo que ha sido el comisario) ¿Se da cuenta, jefe, que siempre empieza él? (El loco remata la faena con un azote a la periodista, mientras señala al comisario jefe)

Periodista
Pero oiga, ¿Le parecen modelos?

Comisario Jefe
(Creyendo que se refiere a la discusión) Tiene razón, no sé cómo explicármelo… Bertozzo, déjelo ya y escúcheme. La señorita está aquí para una entrevista muy importante, ¿comprende? (Patada, y le guiña un ojo)

Bertozzo
Comprendo.

Comisario Jefe
Bien, señorita, si quiere preguntarle algo… el comisario es un experto en balística y explosivos.

Periodista
Pues sí. Quíteme de curiosidad. Antes dijo que en esa caja hay un facsímil de la bomba del banco.

Bertozzo
Bueno, un facsímil aproximado, ya que se perdieron las piezas originales, ya me comprende.

Periodista
Pero quedo una bomba, que no llegó a explotar.

Bertozzo
Sí, la del banco comercial.

Periodista
¿Puede explicarme por qué, en lugar de desactivarla y entregarla a la policía científica, según el reglamento, para que la examinara a fondo, los que la encontraron corrieron a enterrarla y la hicieron estallar?

Bertozzo
¿Por qué e lo pregunta?

Periodista
Lo sabe mejor que yo, comisario. De eso modo, además de la bomba, destruyeron también la firma de los asesinos.

Loco
Cierto. En efecto, se dice: “Dime cómo fabricas una bomba y te diré quién eres”
Bertozzo
(Sacude la cabeza) ¡No, eso no es guerra! (El loco coge la caja)

Comisario Jefe
¡Claro que no es! ¿Se quiere callar?

Bertozzo
Ya decía yo… ¿y quien es? (Otra patada)

Loco
Si el comisario Bertozzo me permite, en mi calidad de dirigente de la científica…

Bertozzo
¿A quién quiere liar? ¿Qué hace? Deje esa caja por favor… ¡es peligroso!

Loco
(Le da una patada) Soy de la científica. Apártese.

Comisario Jefe
¿De veras entiende? (El lodo le mira, despectivo)

Loco
Verá, señorita, estas bombas son muy complejas. Observe la cantidad de cables, dos detonadores, el temporizador… palancas y palanquitas… es tan compleja, decía, que se puede ocultar en ella un doble mecanismo de explosión retardada sin que nadie pueda detectarlo a menos que la desmonte pieza por pieza, lo que llevaría un día entero, y mientras tanto, ¡BUMMM!

Comisario Jefe
(A Bertzzo) Parece un experto, ¿verdad?

Bertozzo
(Testarudo) Sí, pero no es Guerra

Loco
Por eso han preferido borrar la firma de los asesinos, como usted decía, y explosionar la bomba, antes que correr el riesgo de que estallara entre la gente, provocando una matanza peor que la primera.

Periodista
Sí, esta vez me ha convencido.

Loco
Hasta me he convencido ha mí mismo.

Comisario
Yo también me he convencido… bravo, qué buena idea. (Le estrecha la mano con fuerza; la mano de madera se le queda entre los dedos)

Loco
Vaya, me la ha sacado. Ya le dije que era de madera.

Comisario
Perdone.

Loco
Ahora sólo queda arrancarme la pierna. (Se atornilla la mano)

Comisario Jefe
Usted también diga lago, Bertozzo, demuestre que aquí no nos dormimos. (Golpe en la espalda para animarle)

Bertozzo
Claro. La bomba auténtica era muy compleja, yo la vi. Mucho más que está, sin duda obra de técnicos de alto nivel, de profesionales, como se suele decir.

Comisario Jefe
Cuidado.

Periodista
¿Profesionales? ¿Militares, tal vez?

Bertozzo
Es lo más probable. (Patadas de los otros tres)

Comisario Jefe
Insensato…

Bertozzo
¡Ayyy! ¿Pero que he dicho?

Periodista
(Acabando de tomar nota) Bien, bien, así que ustedes, sabiendo que para fabricar, además de para manejar bombas semejantes, se precisa la experiencia y habilidad de profesionales, preferiblemente militares… a pesar de ello se lanzaron a tumba abierta contra un grupúsculo de anarquistas, despreciando todas las otras pistas… y no necesito precisar de qué color y tendencia.

Loco
Cierto, si se remite a la versión de Bertozzo, que no es infalible, al no ser un verdadero técnico en explosivos… sólo le interesa como hobby.

Bertozzo
¿Cómo hobby? ¿Qué no entiendo? ¿Y usted que sabe? Usted quien es para… (A los dos policías) ¿Quién es… me lo queréis decir? (Nuevas patadas e obligan a sentarse)

Comisario Jefe
Tranquilo…

Comisario
Cálmate…

Periodista
Cálmense, comisario. Estoy segura que todo lo que ha dicho es cierto, tan cierto como que la policía y la magistratura se han lanzado a acusar… y perdonen la expresión, a la más disparatada y patética panda de estrafalarios que imaginarse pueda: el grupo de anarquista, encabezado por el bailarín.


Comisario Jefe
Tiene razón, eran estrafalarios, pero esa era la fachada que se habían montado para no llamar la atención.

Periodista
Y en efecto, ¿qué se descubre tras la fachada? Que de diez de la banda, dos eran infiltrados suyos, dos confidentes, o mejor, espías y provocadores. Uno es un fascista romano, conocido por todos menos por ese grupo de incautos, y el otro un policía, disfrazado también de anarquista.

Loco
Respecto al agente disfrazado, no me explico cómo pudo colocar. Lo conozco, es un lince, quien si le preguntas quien era Bakunin, te contesta que un queso suizo sin agujeros.

Bertozzo
Me da tanta rabia, lo sabe todo, conoce a todos… ¡pues yo lo conozco!

Comisario Jefe
No estoy de acuerdo, capitán. Ese agente espía es un excelente elemento, muy preparado.

Periodista
¿Y tiene muchos agentes espías tan preparados infiltrados en los grupúsculos extra-parlamentarios?

Loco
(Canta) Buitre malo vete ya…

Comisario Jefe
No tengo inconveniente en revelarte que en efecto, tenemos muchos, por todas partes.

Periodista
Menos lobos, comisario jefe…

Comisario Jefe
¿No me cree? Incluso esta noche, entre el público, tenemos unos cuantos, como siempre… ¿quiere verlo? (Da una palmada: del patio de butacas salen voces, de sitios diferentes)

Voces
¡Mande, jefe! ¡A sus órdenes! (EL loco riendo se dirige al público)

Loco
No se preocupen, son actores. Los verdaderos están sentaditos y mudos.

Comisario Jefe
¿Ha visto? Los confidentes y los espías son nuestras fuerzas.

Comisario
Nos sirven para prevenir, controlar…

Loco
… provocar atentados que ofrezcan el pretexto para reprimir… (Los policías se vuelven sobresaltados) Sólo quería adelantarme a la replica segura de la señorita

Periodista
¡Y tan segura! De todos modos, ¿cómo es posible que aún teniendo completamente bajo control a cada miembro de ese grupito de estrafalarios, estos logran organizar un golpe tan complejo, sin que ustedes hicieran nada para evitarlo?

Loco
¡Cuidado, el buitre se lanza en picado!

Comisario Jefe
El caso es que esos días nuestro agente espía estaba ausente…

Loco
Claro, traería una justificación de su papá…

Comisario Jefe
Por favor… (Bajando la voz)… señor juez…

Periodista
¿Y el otro confidente, el fascista? El sí estaba, ¿verdad?, puesto que el juez de Roma lo consideraba el principal responsable, organizador y mandante, que utilizó, sigue hablando el juez, la credulidad de los anarquistas para inducirlos a perpetuar el atentado cuyo alcance criminal ni sospechaban siquiera… siguen siendo palabras y opiniones del juez, claro.

Loco
Cuidado, cuidado… ¡El buitre ha aterrizado!

Comisario Jefe
Para empezar, le diré que el fascista del que nos habla no es confidente nuestro.

Periodista
¿Entonces cómo era tan asiduo de las comisarías, sobre todo de la sección política de Roma?

Comisario Jefe
Si usted lo dice… a mí no me consta.

Loco
(Le tiende la mano) ¡Bravo, una buena parada! (Al comisario jefe se le queda la mano de madera entre los dedos)

Comisario Jefe
¡Gracias! Oh, su mano… lo siento.

Loco
(Con indiferencia) Quédesela, tengo otra. (Saca una mano de mujer)

Comisario
¡Pero si es de mujer!

Loco
No, es mi unisex. (Se la atornilla)

Periodista
(Sacando unos papeles de una carpeta) Así que no le consta… ¿y tampoco le consta que, de 173 atentados con dinamita hasta el día de hoy, doce al mes, uno cada tres días, de 17.3 atentados (Leyendo) se ha descubierto que la friolera de 102 han sido con toda seguridad organizado por fascistas, y en más de la mitad de los 71 restantes, hay serios indicios que son también obra de fascistas, o por lo menos de organizaciones paralelas?

Loco
(Agita la mano en abanico bajo la barbilla) ¡Cómo es!


Comisario Jefe
Sí, más o menos esas serán las cifras… qué opina, comisario…

Comisario
Tendría que comprobarlas, pero así por encima parece que coinciden con las nuestras.

Periodista
Pues si tiene ocasión, compruebe también cuantos de esos atentados fueron organizados con el propósito de que las sospechas y la responsabilidad recayeran sobre grupos de extrema izquierda.

Comisario
Pues… casi todos, es obvio.

Periodista
Claro, es obvio. ¿Y cuántas veces se lo tragaron ustedes, más o menos ingenuamente?

Loco
(Sigue agitando la mano) ¡Qué mala!

Comisario Jefe
Si es por eso, también se tragaron varios sindicalistas y algunos dirigentes del PCI, más o menos ingenuamente… Mire, casualmente tengo aquí un artículo de “L`Unita”, que les a acusa de “izquierdismo inconsecuente y peligrosos”, a raíz de un acto vandálico con el que los subversivos acusados no tenían nada que ver, según se supo después.

Periodista
Ya lo conozco. Ha sido periódico de derecha el que difundido esas noticias, con el acostumbrado titular: “Enfrentamiento de extremistas de signo opuesto”, que siempre funciona, incluso para ustedes.

Loco
¡Víbora!

Bertozzo
Pues yo le conozco… ¡a que le arranco el parche!

Loco
(Interviene irónico) ¿Pero qué busca, señorita, con sus evidentes provocaciones? ¿Qué reconozcamos que si la policía, en lugar de perder al tiempo con cuatro anarquistas de medio pelo, se hubiese preocupado de seguir seriamente otras pistas más verosímiles, como organizaciones paramilitares y fascistas, financiadas por industriales, dirigidas y auspiciadas por militares griegos y vecinos, tal vez habría sacado algo en limpio?

Comisario Jefe
(A Bertozzo, que está frenético) Tranquilo. Ahora le ciará la vuelta a la tortilla de un solo golpe… es su técnica, ya le conozco. ¡Dialéctica jesuítica!

Bertozzo
¡Caray con la dialéctica jesuítica!

Comisario Jefe
¿Se ha vuelto loco?

Bertozzo
¿Loco? (Se le ilumina la cara) El loco… ¡claro! ¡Es él, es él!

Periodista
La verdad es que esas afirmaciones, en boca de un policía… me desconcierta.

Bertozzo
(Tira de la amarga al Comisario Jefe) Ya sé quién es. Lo conozco.

Comisario Jefe
Pues cállese, y no se lo diga a nadie. (Lo deja plantado y se acerca el loco y la periodista)

Bertozzo
(Aparte, al otro comisario) Te juro que lo conozco. No es de la policía, se ha disfrazado.

Comisario
A buenas horas… ya lo sé. Que no te oiga la periodista.

Bertozzo
Pero si es un maníaco… ¿no me comprendes?

Comisario
Tú si que eres un maníaco, que no me dejas oír lo que dicen. ¡A ver si te callas!

Loco
(Que ha seguido hablando animado con los otros dos) Claro, usted es periodista, y en un escándalo de ese calibre estaría tan a gusto…aunque le incomodaría descubrir que esa matanza inconsciente del banco sirvió tan sólo para debilitar las luchas de aquel otoño caliente, y provocar la tensión necesaria para que la opinión pública, asqueada, indignada ante la criminalidad subversiva, exigiese la creación de un Estado fuerte.

Bertozzo
(Se le acerca por la espalda y le arranca el parche) ¡Ya está! ¿Lo ven? ¡Tiene ojo, lo tiene!

Comisario Jefe
¿Está loco? ¡Pues claro que lo tiene! ¿Por qué no iba ha tener?

Bertozzo
Entonces, ¿Por qué lleva un parche, si tiene ojo?

Comisario
Tú también tienes ojo bajo la venda, y nadie te la arranca. (Lo lleva a parte). Tranquilo, luego te explico.

Periodista
Uy, qué gracia… ¿lleva el parche por coquetería?

Loco
No, sólo para llamar la atención. (Ríe)

Periodista
Ja Ja, qué bromista… pero siga, hábleme del escándalo que se habría montado.


Loco
Ah, sí, un gran escándalo… muchas detenciones entre la derecha, unos cuantos procesos… peces gordos involucrados… senadores, diputados, militares… Los socialdemócratas lloran, algún diario importante cambia de director, la izquierda exige la ilegalización de los fascistas… elogian al director de la policía por la valiente operación… y lo jubilan.

Comisario Jefe
No, capitán, sus deducciones, si me permite, no tiene fundamento.

Periodista
Estoy de acuerdo con usted, comisario jefe. Creo que un escándalo de ese calibre daría prestigio a la policía. Los ciudadanos tendrían la sensación de vivir en un estado mejo, con una justicia menos injusta…

Loco
Claro, ¡y sería más que suficiente! ¿El pueblo pide una verdadera justicia? Pero hacemos que se conforme con una un poco menos injusta. ¿Los trabajadores gritan basta ya de explotación? Pues procuremos que sean un pocos menos explotados, pero sobre todo, que no se avergüencen de serlo… ¿Quieren que desaparezcan las clases? Pues haremos que no haya tanta diferencia, o mejor, que no se note tanto. ¿Quieren a revolución? Pues les daremos reformas, los ahogaremos en reformas… mejor aún, en promesas de reformas que jamás les daremos.

Comisario Jefe
¡Pero bueno… está completamente loco!

Bertozzo
Pues claro, jefe, llevo una hora diciéndoselo.

Loco
Mire, al ciudadano de a pie no le interesa que la mierda desaparezca, le basta con que se denuncie, estalle el escándalo y se pueda comentar. Para él, esa es la verdadera libertad y el mejor de loso mundos, ¡aleluya!

Bertozzo
(Le agarra la pierna y se la sacude) Fíjese en la pierna… ¿no ven que es postiza?

Loco
Claro que lo es. De nogal, para ser exactos.

Comisario Jefe
Ya nos habíamos dado cuanta.

Bertozzo
Pero es un truco, la lleva atada a la rodilla (Va a desatársela)

Comisario
¡Suéltale insensato! ¿Es que quieres demostrarlo?
Loco
No, déjele, desate lo que quiera, se lo agradezco… se me estaba durmiendo la pierna.

Periodista
Oigan, ¿Por qué interrumpen siempre? ¿Qué creen que van a conseguir, que me parezca un indeseable, sólo porque no tiene la pierna de madera?
Bertozzo
No, es para demostrarle que es un farsante un “hipocritomaníaco”, que jamás ha sido ni mutilado, ni capitán.

Periodista
¿Entonces quién es?

Bertozzo
Simplemente… (Los otros policías acuden corriendo a taparle la boca y se lo llevan)

Comisario Jefe
Perdone, señorita, es que le llaman por teléfono. (Le sientan en el escritorio y le plantan el auricular en la boca)

Comisario
(Hablándole al oído) ¿Nos quieres hundir insensato? (A la derecha, el loco y la periodista siguen siendo hablando sin hacer caso)

Comisario Jefe
¿No comprendes que debe quedar en secreto? Sí ella descubre lo de la contra investigación, estamos perdidos.

Bertozzo
¿Qué contra investigación? (Vuelve a taparle la boca con la auricular)

Comisario
¿Y lo preguntas? ¿Entonces qué presumías de saberlo todo, si no tienes ni idea? Hablas, hablas y enredas…

Bertozzo
No enredo, sólo quiero saber…

Comisario Jefe
Silencio. (Le golpea la mano con el auricular) Limítese a hablar por teléfono.

Bertozzo
¡Ayyyy!... ¿Diga, quién es?

Periodista
(Que sigue hablando con el loco) ¡Oh, qué gracia! Comisario jefe, no debe preocuparse el capitán… quiero decir, el ex - capitán me lo ah contado todo.

Comisario Jefe y Comisario
¿Qué le ha dicho?

Periodista
Quién es realmente.

Comisario Jefe y Comisario
¿Se lo ha dicho?

Loco
Sí, ya no podía seguir mintiendo… ella se lo figuraba.

Comisario Jefe
¿Pero le habrá prometido que no lo publicara?

Periodista
Por supuesto que lo publicaré. (Lee sus apuntes) aquí esta: “En las dependencias policiales he conocido a un obispo de paisano”.

Comisario Jefe y Comisario
¿Un obispo?

Loco
Disculpen que se lo haya ocultado. (Con toda claridad da la vuelta al cuello, que parece redondo, el típico de cura, con mía pechera negra)

Bertozzo
(Se da un golpe en la frente) ¡Lo que faltaba, ahora de obispo! ¿No le irán a creer? (El comisario coge un sello de gran tamaño y se lo mete en la boca)

Comisario
¡Nos tienes artos! (El loco saca un solideo rojo y se lo coloca con gestos austeros y estudiados: se desabrocha la chaqueta, mostrando una cruz barroca de oro y plata, y se pone un anillo con un gran pedrusco morado)

Loco
Permítanme que me presente: Padre Augusto Iglesias, enviado por la Santa Sede como observador de enlace con la policía italiana. (Ofrece el anillo al agente, que se apresura a besarlo)

Bertozzo
(Avanza, quitándose el “chupete” ) ¿Enlace con la policía?

Loco
Tras los ataques de los que ha sido victima el Santo Padre en los últimos tiempos, comprenderá que, como representante de la iglesia, tenemos el deber de prevenir, establecer contactos…

Bertozzo
¿Ah, no, no? Esto es demasiado, ahora ya de obispo policía… (El comisario vuelve a ponerle el “chupete” y se lo lleva a aun lado)

Comisario
Ya sabemos que es mentira, pero se finge obispo para salvarnos, ¿Comprendes?

Bertozzo
¿Para salvarnos? ¿Tienes una crisis mística? ¿Para salvarnos el alma?

Comisario
Tú calla, y bésale el anillo. (Le obliga a acercar la boca a la mano del loco, quien, como el que no quiere la cosa, ha logrado que todos cumplan el acto de sumisión)

Bertozzo
¡Que hostias, el anillo no, me mego! ¡Estáis todos locos! ¡Os ha contagiado! (Rápidamente el comisario y el agente cortan tiras de esparadrapo con las que tapan media cara, de la nariz a la barbilla)

Periodista
¿Qué le pasa, pobrecillo?

Loco
Parece una crisis. (Saca una jeringa del breviario y se dispone a inyectarle) Sujétale. Esto le vendrá bien… es calmante benedictino.

Comisario Jefe
¿Benedictino?

Loco
¡Sí, licor inyectable! (Le pone la inyección: tras extraer la jeringa, la observa) Queda poco, ¿Le apetece? (Sin esperar respuesta pincha al comisario jefe, que lanza un gemido ahogado)

Periodista
No va a creerme, eminencia, pero antes, cuando dijo a propósito de los escándalos: “El mejor de los mundos, ¡Aleluya!”, en seguida pensé… perdone la falta de respeto…

Loco
Continúe, hija…

Periodista
Pensé: “¡Habla como un cura!”… ¿No se ofende, verdad?

Loco
¿Por qué iba a molestarme, si es verdad? (Mientras tanto, Bertozzo ha escrito con rotulador: “Es un loco, un maníaco” en el reverso del retrato del presidente, y lo enseña a espaldas del loco) Además, san Gregorio Magno, cuando, recién nombrado papa, descubrió que algunos trataban, con sucios manejos y artimañas, de tapar graves escándalos, gritó la famosa frase: “Nolimus aut velimus, ómnibus, justitiam et varitatem…”

Periodista
Por favor, eminencia, nunca se me dio bien el latín…

Loco
Sí en pocas palabras, dijo: “Guste o no guste, la justicia y verdad yo impongo, y haré lo imposible para que los escándalos estallen del modo más clamoroso; y no tomáis que en su podredumbre se hunda toda autoridad. Bien venido sea el escándalo, ya que en él se fundamentan el poder más duradero del Estado”

Periodista
¡Es extraordinario! ¿Le importa escribirlo entero, aquí? (El loco dispone se a escribir la frase, obviamente adoptada, de san Gregorio en el bloc de la periodista. Mientras, el comisario arranca el retrato de manos de Bertozzo y lo rompe)

Comisario Jefe
(Le agrede) ¿Pero qué hace? ¿Ha roto el retrato del presidente? ¿No sabe que es un delito? ¿Qué mosca le ha picado?

Comisario
Jefe, es que escribe cada cosa… (Indicando a Bertozzo)

Comisario Jefe
Puedo estar de acuerdo con usted sobre su manía de pronunciar de discursos melodramáticos, pero de ahí a romper su retrato… ¿no le da vergüenza? (A espaldas del loco la periodista lee atentamente la frase de san Gregorio)

Periodista
En pocas palabras, viene a decir que el escándalo, cuando no lo hay, conviene inventarlo, ya que es un medio extraordinario para mantener el poder, aliviando la conciencia tic de los oprimidos.

Loco
Claro, la catarsis liberadora de tensiones, y ustedes los periodistas independientes con sus máximos sacerdotes.

Periodista
¿Ah, sí? Pues no será para el gobierno, que se agita y corre como un loco a tapar cada escándalo que destapamos.

Loco
Se agita el gobierno, que sigue siendo decimonónico, precapitalista… pero fíjese en gobiernos mas evolucionados, como los de Europa del norte. ¿Se acuerda del escándalo Profumo, en Inglaterra? Ese ministro de defensa implicado en un red de prostitución, droga, espionaje… ¿acaso se hundió el Estado, o la bolsa? Al contrario, bolsa y estado jamás fueron tan fuertes como después de ese escándalo. La gente pensaba: “Sí, hay mucha mierda, pero sale a flote… Nadamos en ella y hasta nos la comemos, pero nadie viene a contarnos que es té con limón, ¡y eso es lo que importa!” (Encantados con la idea del cartel de Bertozzo, los otros tres policías inician u rápido dialogo con carteles, comentando el discurso del loco)

Cartel Comisario
“¿No os parece un discurso un poco marxista?”

Cartel comisario Jefe
“No, es la típica dialéctica jesuítica: primero te da la razón, y después te destroza”
Cartel Bertozzo
“No, este primero nos destroza y después nos da la razón”

Loco
Lo importante es convencer a la gente de que todo marcha sobre ruedas… Los Estado Unidos, un país realmente evolucionado, nadan en escándalos, engordan con ellos… matan a un presidente para hacer un poco conservador… en el asesinato están implicados nada menos que la CÍA y el FBI… matan a unos veinte testigos, la opinión pública está desolada, escandalizada… se investiga. La prensa y la televisión gritan, acusan, denuncian… y el resultado directos que resultan elogiadlos primero Jonson y después, nada menos que Nixon.

Periodista
¿Es como decir que el escándalo es el abono de la reacción?

Loco
No, el escándalo es un antídoto contra el pero de los venenos, la concienciación de la gente. Y de hecho, ¿acaso el gobierno americano impuso alguna censura para que la gente no se enterase del asesinato de los lideres del movimiento negro o de la masacre de miles de civiles indefensos en Vietnam? En absoluto. Por el contrario, la televisión y la prensa clamaron semanas enteras contra la indigna matanza, el horror, la vileza… un diario de New York salió con este titular: “Somos los asesinos del mundo”
Periodista
Ya me acuerdo. Debajo había una foto a cinco columnas de niños masacrados, que compraron en exclusiva por una montaña de dólares.

Cartel Comisario
“¡Claro!” ¡Dice que, a más mierda, más contentos están!

Cartel Comisario Jefe
“¡Seguro, porque es su mierda, y la de Lino no tía saco!”

Cartel Agente
“¡A nosotros no nos da asco ni la suya, porque, al fin y al cabo, es americana!”

Cartel Bertozzo
“¡Y si es en lata, mejor!” (También el loco, que sigue hablando, impertérrito, levanta con indiferencia un cartel que saca de detrás de un mueble)

Cartel Loco
“¡Basta, que hay señoras!” ¿Nos les da vergüenza?

Cartel Bertozzo
“Tiene razón, dejemos estos temas… tengo hambre”

Loco
Sin embargo, nunca como ahora el sistema americanota contado con el apoyo masivo, apasionado, no sólo de los industriales, si no de casi todos sus trabajadores, dispuestos a salir a la calle, llegado el caso, a dar una lección a esos sucios subversivos blancos y negros que atentan contra el estado de sus amos.

Cartel Bertozzo
“Moraleja: el estado burgués se destruye, no se cambia”

Cartel Comisario
“Con que dialéctica jesuítica… ¿del evangelio según Lin Piao?”

Cartel Comisario Jefe
“Me están entrando dudas… “

Periodista
(Advierte los carteles y los señala divertida, sobre todo el primero) Perfecto. Realmente es la conclusión obvia de su discurso… eminencia. (Bertozzo entrega su cartel al agente: saca rápidamente una pistola, apunta a los otros policías, se arranca el esparadrapo y grita:)

Bertozzo
¡Arriba las manos! ¡Contra la pared, o disparo!

Comisario
Bertozzo… ¿Te has vuelto loco?

Bertozzo
¡Redicho manos arriba! Usted también jefe. ¡Les advierto que no respondo!

Periodista
¡Dios mío!
Comisario Jefe
¡Bertozzo, cálmese!

Bertozzo
Cálmese usted, jefe, y no se preocupe… (Saca del escritorio varias esposas, se las entrega al agente y le indica que espose a todos)m Vamos cuélgalos uno a uno en el perchero. (Al fondo hay un abarra horizontal, de la que van colgando todos, una esposa en la muñeca y la otra de la barra) Y no me miréis con esa cara. En seguida comprenderéis que no tenía otra solución para que me escucharais. (Al agente, que no sabe si esposar a la periodista) Sí, a ella también… y ahora tu. (Al loco) Tú en cambio me vas hacer el favor, transformista de los cojones, de confesar quién eres realmente… si no, como me tienes harto, te disparo a los dientes, ¿queda claro? (Los policías y la periodista hacen gestos de desaprobación ante su falta de respeto)

Loco
Con mucho gusto, pero temo que, si se lo digo así, de viva voz, no me crean.

Bertozzo
¿Y qué quieres, cantárselo?

Loco
No. Bastaría con señalarles los documentos… la cartilla psiquiátrica, etc.

Bertozzo
Vale. ¿Dónde están?

Loco
Ahí, en esa bolsa.

Bertozzo
Ve a buscarlos. Sin bromas, ¡que te mato! (El loco saca media docena de carpetas y cartillas)

Loco
Aquí están. (Se las entrega a Bertozzo)

Bertozzo
(Las coge y reparte entre los esposados, que tienen la mano izquierda libre) Observen, señores… ¡ver para creer!

Comisario Jefe
¡Noo! ¿Ex – profesor de dibujo? ¿Ingresado? ¿Con delirio paranoico? ¡Pero si está loco!

Bertozzo
(Suspira) Llevo una hora diciéndoselo.

Comisario
(Lee en otra cartilla) Hospital psiquiátrico de Milán, Roma, Turín, Génova… ¡los ha recorrido todos!

Loco
Claro, la vuelta a Italia de los locos

Periodista
Quince días de aislamiento… veinte electroshock, tres crisis de vandalismo…

Agente
(Lee) ¡Pirómano! ¡Díez incendios provocados!

Periodista
¿Me deja ver? ¡Incendiada la biblioteca de Alejandría de Egipto! ¡Siglo segundo antes de cristo!

Bertozzo
Imposible. Déjeme ver. (Observa) Lo ha añadido él ha mano, ¿no ve? ¡De Egipto en adelante!

Comisario Jefe
Así que falsario, además de mixtificador, simulador, transformista… (Al loco, que permanece sentado, ausente, con su cartera en las rodillas) Te voy a encerrar por abuso y apropiación indebida de cargos sacros y civiles.

Loco
(Irónico) Chstt, chstt… (Niega con la cabeza)

Bertozzo
No hay nada que hacer, está loco patentado… ¡ya me lo sé!

Periodista
Lástima, me iba ha salir un artículo estupendo, y me lo ha fastidiado…

Comisario
Yo si que lo voy a fastidiar a él. Bertozzo, haz el favor, suéltame.

Bertozzo
Eso, para que termines de fastidiarte tú… Aquí los locos, y deberías saberlo, son como las vacas sagradas en la India… si los tocas, te linchan.

Comisario Jefe
Menudo delincuente, loco y criminal… mira que hacerse pasar por juez… con que contra investigación… ¡y el susto que me ha hecho pasar!

Loco
Ese susto no fue nada comparado con el que viene ahora. Observen. (Saca de la cartera la caja de Bertozzo había dejado en la mesa) Cuenten hasta diez, y saltaremos todos por los aires.

Bertozzo
Pero qué haces… ¡no seas imbécil!

Loco
Soy loco, no imbécil. Mide tus palabras Bertozzo, y tira al suelo la pistola o la hago estallar y terminamos antes.

Periodista
¡Dios mío! Por favor, señor loco…

Comisario Jefe
No le crea, Bertozzo, la bomba está desactivada, ¿Cómo va a estallar?

Comisario
¡Eso, no te lo creas!

Loco
Pues entonces, Bertozzo, tú que sabes de esto, aunque seas tan bruto, mira si está el detonador… míralo, ahí… ¿lo ves? Es un lungber acústico.

Bertozzo
(Desalentado, deja caer la pistola y las llaves de las esposas) ¿Un longber acústico? ¿De dónde lo has sacado? (El loco recoge la pistola y las llaves)

Loco
Me lo he traído. (Señala la cartera) Aquí llevo de todo. Hasta una grabadora, donde he grabado lo que habéis dicho desde que entré. (La saca para enseñarla) Aquí está.

Comisario Jefe
¿Y que piensas hacer?

Loco
Sacar cien copias de la cinta, y enviárselas a partidos, periódicos, ministerios, etc. Ja ja , esta sí que es una bomba…

Comisario Jefe
No, no peude hacerlo. Sabe perfectamente que nuestras declaraciones han sido manipuladas, tergiversadas por sus provocaciones de falso juez.

Loco
¡Que más da! Lo que importa es que importa es que el escándalo estalle. ¡”Nolimus aut velimus”! Y que el pueblo italiano, al igual que el americano o el inglés, se vuelva moderno y socialdemócrata, y exclame por fin: “Estamos de mierda hasta el cuello, es cierto, y precisamente por eso podemos ir con la cabeza bien alta. Quien es conciente de lo que ocurre bajo su barbilla gana en dignidad”. (Así diciendo, esposa a Bertozzo y lo cuelga)

Comisario
Está bien, haga lo que quiera, pero, por favor, ¡desactive ahora mismo esa bomba!

Loco
No, voy a dejarla aquí. Les mantendrá quietos hasta a salvo de sus garras. Antes de irme bajaré esta palanquita, y saldré de puntillas… mientras ustedes tendrán que retener la respiración, porque como alguien intente moverse para dar la alarma, explotará y de ustedes no quedara ni un botón. (Se apaga la luz)

Periodista
¿Qué ocurre? ¿Quién ha apagado la luz?

Loco
¿Quién ha sido? ¡Nada de bromas! ¡No… socorro! (Se oye un grito que continua fuera de escena, y también fuera, una explosión, que parece venir del patio)

Comisario Jefe
Maldita sea, el loco ha debido tirar la bomba. ¿Encendéis, o qué?

Comisario
Debe ser una avería. Bertozzo, tú estás cerca de la llave, mira a ver… (Vuelve la luz: Bertozzo tiene la mano en el interruptor)


Comisario Jefe
¡Por fin!

Bertozzo
¿Cómo habrá sido?

Periodista
¿Dónde está el loco?

Comisario
Habrá salido…

Agente
(Probando con el picaporte) La puerta está cerrada.

Comisario
… ¡Por la ventana!

Periodista
Fíjese… tengo la mano tan fina que se me ha salido la esposa.

Comisario Jefe
Qué suerte… nosotros no podemos, por desgracia, y las llave las tiene le loco. Pero rápido, asómese a la ventana.

Periodista
(Corre a asomarse) Haya un corro de gente que rodea a ese pobre hombre… es terrible, cómo ha podido ocurrir… (Al comisario jefe) ¿Tiene lago que decir? (Otra vez en su papel de periodista, le acerca un micrófono)

Comisario Jefe
Bueno, verá… yo acababa de salir…

Periodista
¿Qué dice? ¿Cómo iba a salir si estaba aquí esposado?

Comisario Jefe
Ah ya, tiene razón, es que estoy un poco alterado… me eh confundido con la otra vez…

Comisario
De todos modos, señorita, usted es testigo de la caída de ese pobre hombre, y de que nosotros estamos libres de toda responsabilidad.

Periodista
Claro, si estaban encadenados… Ahora no tendré más remedio que replantearme mi postura respecto a la otra caída.

Comisario y Comisario Jefe
Por dios, ¡quién no se equivoca! Creo que en este caso el gesto insensato puede deberse a un “rapto por oscuridad”, quiero decir, que la repentina oscuridad ha asustado al loco, y al ser la ventana el único punto de luz, aunque débil, se ha lanzado como polilla asustada, cayendo al vacío.

Periodista
No ha podido ser más que así. Me voy corriendo al periódico a dar la noticia.

Comisario Jefe
Como guste, sin cumplidos… (Todos tienden la mano izquierda a la periodista)…hasta pronto…

Comisario
Encantado, y ya sabe, si nos necesita… a sus pies.

Bertozzo
Hasta la vista, señorita. (Sin darse cuenta saca la mano esposada y se la tiende, luego le besa la mano y vuelve a introducir la suya en la esposa. La periodista le mira, perpleja. El comisario da un capón a Bertozzo. La periodista reacciona)

Periodista
Gracias otra vez y hasta la vista. (Sale girando la llave, que estaba en la cerradura)

Bertozzo
¿Por qué me has dado un capón? ¿Crees que no tenía que besarle la mano sino está casada? ¡Mira que eres fino! (Se abre la puerta y aparece el actor que interpreta al loco. Ahora tiene una tupida barba negra, vientre prominente, actitud severa, y lleva un maletín)

Señor con barba
Disculpen. ¿Es este el despacho del comisario de la primera brigada política?

Coro
¡Otra vez tú!

Comisario Jefe
¿Pero, no se había estrellado…?

Agente
¡Ni que fuera un gato!

Bertozzo
Lleva barba postiza, y la tripa es de relleno.

Comisario
Esta vez te la arranco y te la hago comer. (Se le echan encima, arrastrando el perchero)

Señor con barba
(Grita) ¡Pero oigan, qué modales son estos! (Los arroja literalmente contra la pared de la derecha)

Comisario
¡Pero si no es postiza! A menos que se haya trasplantado los pelos uno a uno…

Bertozzo
¡La tripa también es de verdad!

Señor con barba
¿Cómo se atreven? ¿Suelen arrancar mechones de barba y pellizcar el vientre a todos los jueces que vienen a investigar?

Comisario Jefe
¿Es usted juez?

Señor con barba
Sí, ¿qué tiende de raro? Juez del tribunal Supremo. Me llamo Antonio Garantini, y he venido para reabrir el sumario de la muerte del anarquista. ¿Tiene inconveniente en que empecemos cuanto antes? (Se sienta y saca del maletín un montón de carpetas. Los cuatro policías se dejan caer sentados en el suelo, volcando el perchero del que siguen colgando)

Coro
Sí, si… ¡empecemos cuanto antes!

(Oscuro. Música.)