lunes, 29 de marzo de 2010

LOS MARTIRES DE CHICAGO

CARTAS DE LA “ESPOSA” DE PARSONS NINA VAN ZANDT.

Yo no conocía a ninguno de los acusados, cuando, durante la comedia llamada juicio, entré en la sala de sesiones. No tenía acerca de los presos más noticias que las que traían los diarios; así es que esperaba ver a unos hombres estúpidos, viciosos y de aspecto patibulario. ¡Cuál no fue mi sorpresa al ver que, lejos de corresponder a esta descripción, eran inteligentes, bondadosos y de aspecto simpático! Empecé a interesarme y comprendí muy pronto que los señores del tribunal, la policía y los agentes de seguridad procuraban que fuesen condenados aquellos hombres no por haber cometido crimen alguno, pero sí por haber tenido participación en el movimiento socialista.
Presa de un sentimiento de horror ante lo que estaba viendo y oyendo, pero animada también por un sentimiento de justicia, resolví colocarme en el sitio de los acusados. Deseosa de mostrarles mis simpatías y de ver en que podía ser útil a esos desventurados, me dirigí, acompañada de mi madre, a la cárcel sombría donde estaban pasando los calurosos meses de verano. Entonces empezaron mis relaciones con Augusto Spies, relaciones que continuaron durante los meses siguientes.
Todas las personas imparciales deben desear que ambas partes sean oídas antes de que pronuncie su fallo la pública opinión. Pues bien; sólo ha sido oída una de las partes, ya que los periódicos se han negado a publicar artículos rectificando muchas de las afirmaciones vertidas en sus columnas. Al presentar este folleto a mis compatriotas abrigo la firme convicción de que harán justicia a los hechos y a las personas. Faltame añadir que sólo cediendo a los ruegos de sus amigos y a los míos ha autorizado Spies la publicación de su autobiografía.
Nina Van Zandt.
P.D.- Desde que ha empezado a imprimirse este libro, y antes de su terminación, ha ocurrido un incidente que necesita alguna explicación, gracias al carácter especial que ha querido atribuirle una prensa degenerada. Mi simpatía por los acusados hizo germinar en mi corazón un principio de amor por Mr. Spies, y poco después sentía por él una intensa pasión. Como amiga encontraba mil obstáculos a mis visitas; para salvarlos resolvimos que yo declararía ser su novia. Pero pronto supe que sólo las esposas tenían el derecho de ver a sus maridos fuera de los días reglamentarios, y por otra parte nos anunciaron que renunciáramos a vernos en distintos horarios de los marcados en el reglamento. Entonces comprendí que se trataba de privar de mis socorros y de mi compañía a los prisioneros y a mi novio, por cuya pérdida se interesaban muchos; desde entonces Spies y yo resolvimos ser marido y mujer ante la ley. Mis padres no se opusieron a mi casamiento que vino a ser, por lo tanto, un asunto que sólo a dos personas afectaba. Pero una cuadrilla de periodistas, valientes bandidos algunos de ellos, se enfurecieron y me insultaron cuando nuestro casamiento fue del dominio público. Aunque hubiese cometido el crimen más horrendo, esos cumplidos caballeros no me hubieran maltratado como lo han hecho.
“Los mártires de Chicago” de Ricardo Mella
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Si yo fuera una niña pobre y extranjera no hubieran dicho una palabra. Pero soy una joven americana, de familia rica y distinguida, que ha seguido los impulsos de su corazón, y por eso soy una loca que tengo la cabeza trastornada por las novelas.
Si me hubiese casado con un viejo vicioso e inválido, pero poseedor de grandes riquezas, esos moralistas me hubieran colmado de alabanzas y muchos de mis hermanos en Jesucristo dirían a sus hijas: Tomadla por ejemplo. He aquí una joven sensible.
Yo prefiero la censura de esa sociedad moral que no puede comprender un verdadero amor, duplicado por la mancomunidad de ideas y por la desgracia. En cambio me enorgullezco de mis nuevos amigos, que son las personas capaces de apreciar un amor puro y desinteresado.
Nina Van Zandt.
Como prueba de que los acusados tuvieron el inefable consuelo de ser comprendidos por los suyos, reproducimos la carta que la madre de Lingg dirigió a éste antes de su muerte.
Dice así:
Yo también como sabes he luchado duramente para tener pan para ti, para tu hermana y para mí misma, y es tan cierto como ahora existo que después de tu muerte estaré tan orgullosa de ti como lo he estado toda tu vida. Declaro que si yo fuese hombre, hubiese hecho lo mismo que tú.
Una tía de Lingg que no tenía hijos y amaba a Luis entrañablemente, escribía también:
Querido Luis: Suceda lo que quiera, aunque sea lo más malo, no te demuestres débil ante esos miserables.
La esposa de Parsons pronuncio estas su sublimes palabras: Si de mi depende que Alberto pida perdón, que lo ahorquen.
Algunos periódicos americanos indicaron la especie de que los presos habían caído en un gran desaliento y que estaban arrepentidos de su crimen.
Las siguientes cartas, muestra elocuente de profundas convicciones y de una energía superior, es el mentis más solemne que puede darse a esa prensa vanal e hipócrita, que falta de toda noción de humanidad, ha aplaudido ahora la ejecución y antes quiso, apuntando la idea del arrepentimiento, demostrar, no tan sólo la cobardía, sino la confesión de crímenes que no existieron sino en la mente de un jurado prevaricador.

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